Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «After. Almas perdidas»

La pareja eternamente adolescente

Cuando la gente madura se suele avergonzar de su pasado adolescente, prefiere olvidarlo cuanto antes. Pero hay personas adultas que no dudan en explotar el periodo de la adolescencia, e incluso llegando a alargarlo de forma artificial en la ficción, con tal de generar un espectáculo para jóvenes conformistas, anclados en un sentido de la vida tan básico como movido por sentimientos puramente masoquistas. Negarse a crecer puede ser hasta comprensible, pero no superar el primer amor es algo ya muy enfermizo. Por eso la interminable saga “After”, basada en las novelas rosas de Anna Todd, se detiene en una especie de juventud suspendida en el tiempo porque, a pesar de que los años pasan para la pareja protagónica, el chico y la chica nunca acaban de graduarse, de dejar atrás su imagen universitaria más tierna. En esta tercera entrega llega la hora de la separación, porque ella va a viajar a Seattle para incorporarse a su primer trabajo en una editorial, mientrás que él prefiere Londres como destino, con lo que su relación corre el riesgo de romperse.

En la película realizada por la veinteañera Castille Landon no pasa absolutamente nada, ni siquiera de cara a la continuación y a la precuela que tiene previstas, por lo que da igual que siga con este inamovible ciclo de romanticismo de postal y sexo light que no va a ninguna parte. El sinsentido de toda la producción es tal que los personajes no tienen continuidad, ya que van cambiando de rostro en la pantalla, con intérpretes nuevos con respecto a las previas “After. Aquí empieza todo” (2019) y “After. En mil pedazos” (2020), generando la consiguiente confusión, salvo porque al menos Josephine Langford y Hero Fiennes Tiffin siguen al frente.

Ambos no salen de un bucle que empieza por la atracción, pasa por el enfado y el distanciamiento, para volver de nuevo al reencuentro amoroso. Y así eternamente dentro de una existencia predecible y vacía.