Trabajos de siembra
El otoño trae consigo la siembra de cereales, sobre todo de trigo, cebada y avena, en las tierras que van desde Pamplona hasta el Ebro, y en las de secano en Álava. Otra llega a finales del invierno en sus respectivos semilleros: la de ajos, espárragos, lechugas, entre otros. Iniciada la primavera, toca la siembra de patatas, garbanzos, zanahorias.
Ese quehacer de las zonas invita a mirar otra dinámica de siembra: la que corresponde a la izquierda abertzale en su quehacer socio-político. Desde luego, dicha organización tiene depósitos llenos de trigo y cebada, es decir, de ideología. Y con ellos va logrando a lo largo de las últimas décadas notables porcentajes de votantes y simpatizantes. Pero cabe preguntarse: ¿es suficiente la maniobra de echar ideología, ya elaborada, a la gente? ¿O hay otra posibilidad de maniobra?
Puestos a observar, se descubre que sí la hay, y consiste en adecuar el lenguaje a las diferentes zonas, de modo que sus gentes sientan esa ideología abertzale como propia. Para hacerlo es imprescindible tomar conciencia de un hecho: que actualmente la izquierda abertzale no conoce a fondo cada terrón de las tierras vasco-navarras, y eso le entorpece sopesar de manera suficiente la hechura, circunstancias y percepción social y política de cada zona. En realidad, algunas se hallan en el olvido político habitual, aunque se afirme que pertenecen al mapa vasco, y hasta les dediquen unos minutos en fechas especiales la prensa, radio, televisión...
Por ello, si se quiere hacer adecuadamente una labor de siembra es imprescindible, en primer lugar, vomitar la tendencia a medir la realidad vasca desde las zonas que dan a la costa. En segundo lugar, es necesario mirar, visitar, analizar esas tierras no reflejadas en la prensa habitual, ni mencionadas en los discursos y escritos usuales. Y observar su geografía, medir el trabajo que realizan las gentes, las fiestas de los pueblos, la oscilación del número de habitantes en numerosas poblaciones y su porqué.
Además de ese campo de siembra, hay otro campo que también es imprescindible trabajar: el de aquellos que la izquierda abertzale considera adversarios políticos. Y hacer varias siembras. Primeramente comprender el porqué de sus puntos de vista, su razón de ser, su nacimiento. Y en segundo lugar, asumir que son vecinos, pedirles unos minutos o una hora de tertulia. No considerarlos enemigos, ajenos, anti vascos.
¿Esa actitud va a conllevar la pérdida de identidad abertzale? En absoluto. Ser abertzale no es constituir una especie de casta de brahmanes: esos que van de profesores y ungidos en la India, contrapuestos al resto de la población. Ser verdaderamente abertzales es amar la tierra vasca de hoy, no la de un futuro ideal en la que haya exclusivamente gentes perfectas en ideología y comportamiento.
Incluso hemos de asumir la necesidad de tratar como vecinos a quienes han llegado últimamente desde tierras lejanas. Hablar con ellos, sopesar sus circunstancias y el largo camino que hacen para asentarse en este suelo vasco. Darles ambiente que les haga sentirse acogidos y vecinos. Teniendo en cuenta que vivir en el mismo suelo crea apego en las personas, y contagia puntos de vista e ideología. Además, entre sus antepasados hay también vascos que se asentaron en el continente del que proceden.
Llevar a cabo esa serie de trabajos nos convertirá en verdaderos abertzales. Que no consiste en cumplir ritos sino en tener apego a esta tierra y a quienes se asientan y trabajan en ella.