Amparo Lasheras
Periodista
AZKEN PUNTUA

De Huxley a Woody Allen

La palabra y el concepto de distopía parece que con la pandemia y la crisis han cogido impulso. Ahora se escriben libros y artículos, se ruedan series de televisión y, en los discursos más agoreros, se anuncia como una fatalidad imparable del sistema. Incluso la escritora Almudena Grandes, trabajaba, según su editor, en una novela distópica sobre un futuro no muy lejano, consecuencia de la pandemia. Una historia, todavía sin título, por la que abandonó la escritura de Mariano en el Bidasoa, la última de la serie “Episodios de una Guerra Interminable”. En mi opinión una pena. Y es que, cuando no vienen de la ficción, los vaticinios sobre un futuro controlado y robótico, calculado solo para la producción, sin la locura de las emociones y sin alternativas de presente que lo impidan, terminan creando entre la población angustia y miedo, la impotencia adelantada de la derrota, que es lo que el poder quiere y ha estado haciendo durante siglos.

Reconozco mi falta de empatía con este tema, quizás porque siempre me ha gustado mirar el porvenir con la acción transformadora del ahora. Y en referencia a la literatura, recuerdo que, cuando hace años, leí “Un mundo Feliz” de Aldous Huxley, acabé el libro con una sensación de desasosiego que me alejó del genero hasta que la película de Woody Allen, “El Dormilón”, me devolvió la sonrisa de la ironía distópica y… ahí me quedé.