Maitena Monroy
Profesora de autodefensa feminista
GAURKOA

40 años visibilizando lo normal

Han pasado 40 años desde que las feministas latinoamericanas y del Caribe promovieran el 25N como día internacional. Sabemos que cada día son millones las mujeres que siguen viviendo en situaciones de violencia directa. Sin embargo, habrá quien quiera ponerlo en duda. También habrá quien diga que las cosas han cambiado mucho y no le faltará razón. Con solo volver la vista atrás, el pasado nos devuelve a una opresión mucho más expresiva e incluso con aval legal, pero ¿quién recuerda ese pasado cercano? Desde los centros de documentación de las mujeres y las organizaciones feministas se está realizando desde hace décadas ese necesario trabajo de la memoria, de la historia de desigualdad y de la rebeldía de las mujeres frente a ella.

A nivel institucional, el 1 de junio de 2020, Gasteiz inauguraba un memorial en recuerdo a las víctimas. En ese memorial, no estaban todas las víctimas, lo saben, o quizás sea porque no quieren nombrar a las mujeres como víctimas. Es una trampa perfecta a la que se han sumado muchas voces, incluso desde organizaciones feministas, las mujeres no reconocidas como víctimas porque hacerlo sería avalar el encasillamiento que el patriarcado otorga a las mujeres como las débiles (silenciadas) del propio sistema. Pero es que ser víctima no es sinónimo de débil, como ser mujer no es sinónimo de débil. ¿O sí? Se me había olvidado que éramos el sexo débil, pero eso eran cosas del pasado, ¿no?

Negar la historia del daño es parte de la invisibilidad de la violencia contra las mujeres. En el ejercicio de reparación social es imprescindible el reconocimiento del daño como elemento vinculado, en el caso de la violencia sexista, con la injusticia sistémica contra las mujeres. Hace poco me llegaba una imagen con el siguiente texto: «Decide cómo quieres vivir, si como víctima o como una guerrera». Contraponer víctima y luchadora es parte de la trampa patriarcal.

Pero vayamos a la realidad, que podrá tener interpretaciones subjetivas, pero a la que es necesario aportar datos que nos ofrezcan una imagen del ahorita. Imagen, por supuesto, sesgada porque no sabemos cuán extensa es la violencia material, pero al menos es una parte de la radiografía. Desde que tenemos ley integral, que como ya sabemos, solo recoge una parte de la violencia contra las mujeres, pues bien, desde 2004, son dos millones de denuncias interpuestas, 1.118 las mujeres asesinadas en el ámbito de las relaciones de pareja. De ellas, como Maguette Mbeugou, casi un tercio habían buscado nuestro apoyo. Pese a ello, en el último barómetro de la juventud con respecto a la VG, realizado con personas de entre 15 a 29 años, un 20% de los chicos jóvenes considera que no existe la violencia de género. Imagínense si les hubiésemos preguntado por la trata de mujeres con fines de explotación sexual dentro de nuestras fronteras, porque hay violencias que ni siquiera son nombradas.

El feminismo lleva mucho tiempo hablando de las periferias, de las invisibles, y creo que es hora de que en todos los 25N estén en la agenda. Que pongamos sobre la mesa todas las violencias sexistas que nos atraviesan. La explotación y mercantilización de los cuerpos es una de ellas. Independientemente de en qué postura nos situemos con respecto a la prostitución, que existe la trata es innegable. Solo en el Estado se cree que hay alrededor de 75.000 mujeres y niñas en situación de trata, en situación de esclavitud. Las feministas no podemos dejar de posicionarnos o invisibilizar esta forma de violencia extrema. Detrás de la trata, aparte del sexismo están el racismo y el clasismo. La derogación de la ley de extranjería, que es parte del problema, es una exigencia para cualquier gobierno que se autodefina como feminista.

Otro elemento que opera en la violencia contra las mujeres ha sido la fragmentación con la que se ha querido legislar y actuar. La jueza Lucía Avilés acaba de impulsar una iniciativa legislativa para que se reconozca la violencia económica, que es la privación intencionada y no justificada de los recursos económicos a la pareja o expareja, como una forma más de la VG. Esta forma de violencia asfixia a las mujeres y a los menores a su cargo. ¿Cuántos padres no pagan la pensión de alimentos? No sabemos ¿Y qué repercusión tiene esta privación de recursos para mantener en el suelo pegajoso a las mujeres? No sabemos, pero sí podemos intuir que no tener recursos económicos tiene repercusiones en la alimentación, la educación, la salud, etc. Una expresión más de la violencia vicaria.

En la narrativa cultural persisten muchos mitos, como la idea de violencia vinculada con la agresión física, y con suerte, la verbal. Sin embargo, los inicios de cualquier forma de violencia sexista son mucho más «discretos», menos evidentes, en la mayoría de los casos. Por eso hablamos de violencias «pasivas», esas en las que no hay golpes, ni gritos, solo control y manipulación, muchas veces, ejercida a través del chantaje emocional. En las relaciones amorosas hemos identificado lo abusivo como lo correcto, el chantaje como una forma legítima de reclamar afecto, en su formato menos violento, y una forma de control, en su forma más violenta. ¿Y cuál es la narrativa sobre la sexualidad? Volvemos a la narrativa, de la que nunca nos fuimos, del terror sexual.

Otro pilar es la falta de recursos económicos, formativos y humanos para prevenir y atender esta violencia. Sánchez anunciaba la dotación de 35 millones para el 016, teléfono de atención a las víctimas del maltrato habitual. Es un anuncio que pudiera parecer motivo de alegría, pero la pregunta es ¿En base a qué diagnóstico se realiza esta partida presupuestaria? Y la pregunta que me surge es ¿dónde están los 200 millones del pacto de Estado para combatir la violencia de género que se firmaron en 2017? Igual es que de nuevo nos quieren dar calderilla como si fuera un favor, una medida excepcional. La gratitud de las mujeres por la calderilla debería de haber tenido fecha de caducidad hace mucho tiempo.