Daniel GALVALIZI
CONGRESO DEL PP MADRILEñO

Feijóo se abre a la fase de cohabitación con Ayuso

El nuevo líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, aúpa a la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, en su jornada de coronación al frente de la filial regional. La coexistencia de ambos marcará el rumbo de la derecha española, con dos discursos de diferente tono pero una agenda de neoliberalismo radical en común.

Ya no hay marcha atrás. El viejo anhelo de Isabel Díaz Ayuso, que hace unos nueve meses había hecho público, de ser la presidenta del PP de Madrid, como sus antecesoras, ya es un hecho. En el medio tuvo que subir unas cumbres borrascosas que la dejaron como ganadora tras un fratricidio brutal con Pablo Casado, su creador y examigo personal.

No fue magia, sino estrategia. En aquella conversación que Ayuso tuvo con el entonces presidente de Galiza, Alberto Núñez Feijóo, durante los rocambolescos días de mitad de febrero, habrían pergeñado este momento.

El denominado «gran activo» del PP y el autorictas de la derecha pactaron apoyarse mutuamente en sus objetivos y esa obra está terminada. Ahora empieza la secuela de la primera película, que es la convivencia de dos liderazgos potentes y de tonos disímiles dentro de un partido que empieza a oler la mayor posibilidad de volver a la Moncloa desde 2016.

Ya concluidos los trámites (asunción de Feijóo, coronación de Ayuso, renuncia y sucesión en la Xunta), se abre ahora la etapa de la cohabitación, como llama la politología francesa de fines de siglo XX a la coexistencia de liderazgos de peso (en el caso del Estado francés, se referían a la presidencia y el primer ministro). En el PP ahora conviven dos dirigentes consolidados en las instituciones del partido; uno sostenido en el currículum y otra en su carisma y promesa de futuro.

Allí radica la clave de lo que puede ser un problema para Feijóo como lo fue para Casado. Una líder potente, que posiblemente alcance o arañe la mayoría absoluta nuevamente dentro de un año, y que para el establishment está en cantera esperando ser aupada como bala de plata si el tono de concordia del expresidente gallego no acaba de cuajar como para sumar una mayoría de investidura. La existencia de ese reemplazo latente, que respiraba en la nuca de Casado hasta llevarlo a la exasperación y mala praxis, será un reto para el hombre de Os Peares.

La falta de carisma de Feijóo en los tiempos de la política del espectáculo no es un tema menor. Él vende imagen de seriedad con un dejar-hacer despreocupado con respecto a Vox, que era una obsesión para Casado y García Egea, víctimas del pánico al sorpasso. En tres semanas llega el primer match electoral en Andalucía, que promete buenos augurios, mientras que Ayuso estará tranquila hasta la próxima primavera.

Que logren funcionar como complementarios es más negocio para el exinquilino de la Xunta que para la «lideresa», también es verdad.    

En la era de la comunicación, los tonos son parte esencial de la construcción política y algo que dejó asentado ayer y hoy Ayuso para su renovada etapa es que no abandonará el argot trumpista respetando no cruzar algunas fronteras del territorio de la ultraderecha. Feijóo mantiene el tono sosegado y la apelación al futuro aunque su visión de que Moncloa nos lleva al apocalipsis empieza a asomar.

Pero ambos dirigentes tienen en común su radicalidad en la visión económica. Ignorando el déficit fiscal, el endeudamiento, los recortes posibles, hacen una apología frontal a la reducción contundente de impuestos y a las desregulaciones.

«Somos personas distintas con formaciones distintas pero los dos creemos que la mejor herramienta para España es el PP. Todos sabemos que este congreso llevaba demasiado tiempo pendiente, extendernos sobre ello es un ejercicio de nostalgia y ya nos hemos preocupado demasiado por las cuestiones internas, no pienso dedicarle un segundo. No me interesa el pasado, me interesa el futuro. El PP abre hoy una nueva etapa: aquí hay una líder, hay un equipo y un proyecto», recalcó Feijóo. Además, afirmó que pidió hablar antes que ella «porque éste es su congreso» y cuestionó al Gobierno de Sánchez, que «se hace oposición a sí mismo» y en cuyo Consejo de Ministros están «todos contra todos, los del PSOE entre sí y los de Podemos contra la vicepresidenta».

La nacionalización del discurso de Ayuso persiste. Habla como dirigente nacional, con la razón que le da que el complejo mediático del Madrid-sistema funciona como un poderoso eco de su figura, más que de su gestión. En el corazón de la meseta castellana lo estatal siempre le gana a lo regional. Y en su jornada triunfal fue particularmente dura: dijo que el soberanismo catalán «se ha inventado una nación y es una fábrica de expulsar empresas y jóvenes».

Además sostuvo que el sanchismo vive en «una realidad paralela» y que es un «gobierno totalitario e incapaz», y criticó al «comunismo de Madrid» que tiene una «forma de ver la vida propia de malcriadas que aspiran a llegar solas y borrachas» y que abochornan «a las mujeres que trabajan para sacar adelante el país», todo ello acabado con un remate de demagogia sideral: «Desde su pretendida superioridad moral, frivolizan con el aborto sin reflexión y nos cuentan que los porros son la libertad. Que ETA es el pasado y que el franquismo es rabiosa actualidad».

Tras reivindicar la figura de su jefe de gabinete, el aznarista Miguel Ángel Rodríguez («me gusta que le teman pero es muy divertido y listo como lince»), afirmó que con Feijóo funcionan como «piezas de esta gran familia que es el PP» y que la prensa «buscará fricciones» aunque solo encuentren «un choque de estilos». Queda por ver si será solo de estilos.