Koldo LANDALUZE
VIGÉSIMO ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE EDUARDO CHILLIDA

Chillida, el diálogo constante entre el artista, el vacío y la naturaleza

Este viernes se celebra el vigésimo aniversario de la muerte de Eduardo Chillida. Considerado como uno de los escultores vascos más influyentes del siglo XX, su obra -reflejo de su diálogo con el espacio y la naturaleza- está presente en la actualidad en colecciones de todo el mundo y se ha mostrado en más de 500 muestras individuales.

Eduardo Chillida, tras una de sus esculturas, en una imagen del año 2000.
Eduardo Chillida, tras una de sus esculturas, en una imagen del año 2000. (Andoni CANELLADA FOKU)

En la ruta creativa de Eduardo Chillida tuvo una importancia muy especial su retorno de París en 1950. Un año después de dicha vuelta, provocada por una crisis artística, se certificó el paso determinante en su evolución, cuando se distanció de las formas concretas y de la seguridad que le habían ofrecido materiales como el yeso e inició en Hernani su diálogo constante con el vacío mediante la forja y el hierro.

Según apuntan diferentes versiones, ello pudo deberse a la suma de su gran afición por la poesía romántica alemana, su reflexión sobre la escultura y su entorno cultural y su acercamiento a la escultura norteamericana de los años 40 y primeros 50.

En esta personal cosmogonía también adquirió un papel muy relevante la cultura de Euskal Herria. Ejemplo de ello fue su primera pieza abstracta de hierro, “Ilarik” (1951).

Nacida de la fragua de Manuel Illarramendi, con quien aprendió la esencia de la tradición artesanal vasca y a la que fusionó su propio sentido experimental, esta pieza dictó su paso de lo figurativo a la abstracción a partir de un diálogo que mantendría durante toda su obra posterior y que se fundamentó en la relación entre la naturaleza y la materia con las raíces.

En la década de los 50 también cobraron forma otros proyectos muy recordados de su obra, como su participación en la realización de las cuatro puertas de hierro forjado para la Basílica de Arantzazu, con la colaboración de Josetxo García, y que fueron realizadas a partir de los restos de material del puerto de Zumaia y unas láminas de Patricio Echeverría. A esta etapa también perteneció “Yunques de sueños”.

Esta década también resultó muy especial para Chillida en otra disciplina, su obra gráfica. “Head of a woman” (1952) es un claro ejemplo de la evolución que también mostró en su faceta de dibujante. En ella, el artista centró su interés en el volumen del cabello que es tratado como si fuese el volumen del aire. Una constante que repitió con posterioridad en los “E-carts” (1961) o “Articulation I-III” (1962).

Recuerdo

Dos décadas depués de su fallecimiento,

Chillida Leku quiere recordar ese diálogo artístico del artista vasco en el espacio propio que construyó en Zabalaga.

Con motivo de la efeméride, Luis Chillida, hijo del escultor, explicó que «recordar a mi padre cuando se cumplen 20 años de su muerte es volver a revivir sus grandes gestas en el mundo del arte. Él estaría muy contento de saber que un museo como Chillida Leku no solo sigue guardando y cuidando el legado que durante tantos años creó para todos nosotros, sino que su obra sigue suscitando el interés de públicos de diferentes generaciones».

Por su parte, la directora de Chillida Leku, Mireia Massagué, quiso recordar que «el museo, cuya principal misión es difundir la obra y el pensamiento de Eduardo Chillida, alberga el corpus de obra más amplio y representativo que se conserva, así como el archivo que recoge el legado documental del artista. Es emocionante recordar su figura y su obra ahora que se cumplen 20 años de su muerte».

El mar

Nacido en Donostia el 10 de enero de 1924, Eduardo Chillida siempre vivió marcado por su rememoración constante del mar, un lugar que hizo propio desde su infancia y que en su imaginación estableció su relación con el paisaje y el espacio.

Cuando lo observaba desde la bahía donostiarra, aquel sempiterno choque de olas contra la roca se transformaría, con el paso el tiempo, en una de sus plasmaciones más recordadas, el “Peine del viento” (1976). En 1943, y abandonada su carrera como portero en la Real Sociedad, inició la preparación a la carrera de arquitectura, estudios que abandonó para entrar a dibujar en el Círculo de Bellas Artes de Madrid en 1947.

No obstante, y como ocurrió en otras etapas posteriores, Chillida no abandonó la arquitectura, como tampoco abandonó por completo la figuración en beneficio de la abstracción. En el caso de la arquitectura, tomó sus principios básicos para readecuarlos a un discurso en el que el propio artista se definió como “arquitecto del vacío”. A su reconocimiento internacional se sumó la realidad de uno de sus sueños más anhelados, un espacio propio que en setiembre de 2000 adquirió forma en Chillida Leku, un lugar elegido por el artista como seña identitaria de su diálogo con la naturaleza.