Alfredo OZAETA
GAURKOA

Recuperar espacios

Son muchas las ocasiones, entiendo que involuntariamente, donde pretendiendo rebatir argumentos o discursos con los que discrepamos obtenemos el resultado contrario. Otorgamos notoriedad al adversario y sus proclamas, entrando en su premeditado y vacuo juego dialéctico o ideológico en nuestro bien intencionado propósito de desactivar o desnaturalizar sus falsedades y falacias, sin ser conscientes de que lo que no existe, o no es cierto, no tiene sentido debatirlo o replicarlo.

Esto que se ha dado por llamar efecto fallido o desliz freudiano es lo que viene sucediendo por la sobreexposición de lo que se pretende acallar. El filósofo y humanista francés Montaigne lo venía a describir en sus ensayos como: «ley de efecto contrario».

Por parte de un progresismo honesto en muchos casos, o de un falso progresismo en otros, se generan procesos de retroalimentación con corrientes o líneas de pensamiento y actuación totalmente antagónicos y contrapuestos a los propios, que, en vez de servir para desenmascarar sus mentiras, las visibiliza otorgando carácter de normalidad a corrientes totalitarias y antidemocráticas a las que se pretende denunciar, a la vez que anular su influencia e incrustación en sociedades democráticas.

La obtención del efecto contrario al pretendido se produce cuando la falta de claridad, coherencia, y también contundencia, en la defensa de postulados, estrategias o tomas de posición ante la conculcación de determinados derechos, libertades individuales, colectivas o simplemente en la defensa de fundamentos básicos de la democracia provoca contradicciones que alimentan y fomentan pensamientos uniformadores o únicos, como catalizadores de la implantación o crecimiento del fascismo.

Desde postulados progresistas los principios y valores democráticos en sí mismos, o su propia naturaleza, no son negociables. Nos gusten o no gusten, estemos o no de acuerdo, parezcan poco correctos políticamente, o lo que todavía es peor, poco rentables electoralmente, la defensa de conceptos concernientes a la libertad, igualdad y el derecho de las personas a decidir sin ningún tipo de tutelaje, imposición o amenaza debe estar por encima de cualquier cálculo político o electoral desde la óptica de cualquier demócrata.

Algo falla cuando permanentemente nos vemos en la tesitura de reivindicar o reafirmar lo que debiera estar más que asumido en términos éticos o igualitarios. Qué estaremos haciendo mal, o dejando de hacer, para tener que recordar continuamente que compartimos un planeta multicultural y multirracial con personas de diferente naturaleza, pero con los mismos derechos. ¿O los principios y valores democráticos no son suficientes para hacernos a todos feministas, defensores del medio ambiente, cuidadores del planeta y sus recursos, participes de LGTBI, o respetuosos con el derecho de terceros a decidir su futuro?

Cuando hablamos de discriminación positiva no olvidemos que adquiere ese rango porque por otra parte se está produciendo la negativa. Que, sin querer entrar en las distintas concepciones y versiones filosóficas de conceptos opuestos, creo que ya es el momento de otorgar el carácter de normalidad a lo que la justicia, cultura y derechos universales sin distinción alguna debe establecer y garantizar.

Siempre existirán voces y voluntades contrarias a la evolución y desarrollo hacia una sociedad más armónica e igualitaria, entre otras muchas razones por lo que ello pudiera suponer de perdida de privilegios y poder. No olvidemos que la codicia y ambición humana se ha valido del miedo, la mentira y violencia para tratar de perpetuar su hegemonía política-económica por cauces religiosos, raciales, supremacistas, homófobos y misóginos.

Recuperar espacios por parte de la izquierda pasa por generar dinámicas propias, claras y concretas, sin caer en la planificación que los poderes y fuerzas reaccionarias intentan establecer. Sus tendenciosas y falsas agendas acerca de sus interesados cambios de modelos económicos, regresivas pautas de convivencia, crisis pandémicas-sanitarias, generación de conflictos o fraudulentas políticas medio ambientales, tienen en muchos casos el objeto de arrastrar a espectros progresistas en la identificación de necesidades y enemigos comunes, y en otros, a reclutarlos como aliados. Estas intrigas o realidades virtuales, que no reales, merecen respuestas claras que desactiven la manipulación o distorsión de la realidad con la que siguen pretendiendo favorecer los elitistas beneficios de unos pocos.

Intentan hacernos creer que el fascismo existe porque hay izquierda, ¡nada más lejos de la realidad!, el fanatismo lo crean y recrean precisamente para que fagocite y haga desaparecer el progresismo. Por ello es importante no confundirnos de quién es y dónde está el enemigo sin dispersar fuerzas ni esfuerzos en debates estériles, en teorías o con «teóricos» que desde los poderes intentan estimular. Mark Twain decía, «Nunca discutas con un imbécil, te hará descender a su nivel y ahí te vencerá por experiencia».

No es tarea fácil competir contra los discursos que desde los medios y los potentes altavoces de las redes se ocupan de teatralizar que algo se mueve para que nada cambie y lo que lo haga sea en favor de los intereses y del agobiante control que desde los poderes pretenden ejercer. Pero lejos de resignarse, toca enfrentarse a todo lo que desde un falso progreso y transiciones varias -energética, tecnológica, económica, laboral, ecológica...- suponga perdida de libertades y derechos e incluso retroceso en las más que deterioradas relaciones humanas.

Es importante recuperar iniciativas en la cultura social y hacer pedagogía de los valores que han llevado a la sociedad a entender que todos somos iguales, que gozamos de los mismos derechos y que la convivencia pacífica y el respeto pasa por un justo reparto de la riqueza y recursos del planeta.