Dabid LAZKANOITURBURU
SEGUNDA VUELTA DE LAS PRESIDENCIALES TURCAS

El movimiento panturco, «hacedor del sultán» y favorito Erdogan

La miríada de partidos panturcos, que reivindican un país excluyente a partir de una visión mítica turcomana, son los verdaderos triunfadores de las elecciones en Turquía. Tanto si vuelven a mantener, como en 2018, al actual presidente, Recep Tayip Erdogan, en la Presidencia, como si, harto improbable, primaran al kemalista Kilicdaroglu. Siempre a cambio de imponer su agenda xenófoba y ultra.

(Adem ALTAN | AFP)

Aunque deberá presentarse por primera vez a una segunda vuelta el domingo -hasta ahora todo lo había ganado a la primera, incluidas las presidenciales de 2014 y 2018-, Recep Tayyip Erdogan, el hombre fuerte de Turquía en las últimas dos décadas, quedó a medio punto y a medio millón de votos de superar el 50% y es favorito idiscutible para revalidar victoria y presidir el país cinco años más, un tercer y, de no mediar una nueva reforma constitucional, último mandato presidencial.

Más después de que el tercero en discordia, el panturco Sinan Ogan, haya pedido a sus 2,8 millones de votantes (5,2%) que secunden a Erdogan.

Contra los pronósticos de los principales sondeos de opinión, el que a finales de los noventa lanzó su candidatura como alcalde de Estambul y líder islamista (AKP) aventajó en cinco puntos y 2,5 millones de votos a Kemal Kilicdaroglu.

Presidente del CHP (partido kemalista heredero del fundador de la Turquía moderna post-otomana, Kemal Ataturk), Kilicdaroglu lidera una heteróclita mesa de seis partidos (Alianza Nacional), que abarcan desde una formación panturca escindida del MHP (el IYI de la exministra de Interior Meral Aksener), hasta el centro izquierda, pasando por la derecha homologada y el islamismo escindido del AKP.

ALIANZA ARTIFICIOSA.

Solo les unía el deseo de sacar a Erdogan del poder y contaban, por ello, con el apoyo externo de la izquierda prokurda del HDP, que no presentó candidatura a las presidenciales.

Pese a ganar no solo en Esmirna y en la capital, Ankara, sino en Estambul, el candidato republicano defraudó las expectativas que le situaban en cabeza, al filo del 50%, en primera vuelta.

Junto con las dudas sobre la capacidad de esa coalición para gobernar desde intereses tan divergentes, otras razones se suman al fiasco. Kilicdaroglu está lejos del carisma del que iba a ser el cabeza de lista del CHP y alcalde de Estambul, Ekrem Imamoglu, oportunamente inhabilitado a finales del año pasado «por insultar» a Erdogan. La condición de aleví del candidato -confesión religiosa chií que forma una comunidad que engloba al 12% de la población turca-, le ha restado votos entre el electorado de la Anatolia interior y de la costa del Mar Negro, profundamente suní. Votantes que se habrían decantado, cuando no por Erdogan, por el panturco MHP, castigando además a los disidentes del panturco IYI.

Algunos medios apuntan al error de Kilicdaroglu de imputar a Rusia la supuesta manipulación de un vídeo de contenido sexual que obligó a un candidato, Muharrem Inci, a renunciar.

Si su objetivo era hacer un guiño a Occidente no pudo ser más inoportuno. Si algo valora el electorado turco es que Erdogan ha aupado a Turquía a una equidistancia entre EEUU y Rusia -esta última su principal reguero de turistas- que le ha convertido en un actor geopolítico de primera línea. Sin olvidar que ha logrado salir políticamente impoluta, cuando no vencedora, de la guerra en la vecina Ucrania. El propio Kremlin le ha brindado un regalo de última hora al prorrogar dos meses más el acuerdo sobre el grano que permite a Ucrania sortear el bloqueo ruso y exportarlo a medio mundo.

Aupado por sus éxitos diplomáticos, Erdogan ha sido capaz de capear el temporal de una crisis económica sin precedentes, con un 63% de inflación el año pasado y una lira turca desplomada (44%).

MEDIDAS ELECTORALISTAS.

Para ello, el presidente no ha dudado en lanzar toda una bateria de medidas populistas, como la subida oportuna del salario mínimo (tercera en unos meses) y la promesa de doblar el sueldo a los funcionarios. El importe de la última factura de gas antes de los comicios fue de 0 liras. Oportuno.

Tampoco el desastre del terremoto, que dejó a la luz unas corruptas prácticas urbanísticas con decenas de miles de viviendas sin medidas antiseísmo y que evidenció los primeros días la tardanza en la llegada de los servicios de rescate, incluido el Ejército, le ha pasado mucha factura a su candidatura presidencial.

Tras la promesa de 650.000 nuevas viviendas para los afectados -más dinero para las empresas de su círculo más cercano-, Erdogan mantenía su primacía en Kahramanmaras, epicentro sísmico, y en las devastadas Malatya y Adiyaman. Solo en las zonas kurdas afectadas perdía posiciones, más quizás por el llamamiento no oficial del HDP de votar por Kilicdaroglu que por el malestar por su gestión de la tragedia.

Todo ello al frente de una coalición, Alianza Popular, amalgama a su vez de grupos islamistas y panturcos como el citado MHP, y cuyo electorado mostró una mayor cohesión que la oposición.

Lo que no quiere decir que Erdogan y el AKP hayan salido indemnes de sus errores y del desgaste de 20 años en el poder. Una sangría que comenzó en las legislativas de 2015, cuando la formación islamista perdió la mayoría absoluta, que volvió a recuperar meses después en una repetición electoral y tras sacrificar las posibilidades de un arreglo negociado de la cuestión kurda.

El presidente turco se aseguró un segundo mandato en las presidenciales de 2018 tras aliarse sin tapujo alguno con el MHP, quien, además, blindó su mayoría parlamentaria.

Pese a lograr 2,5 millones de votos más que su rival en las presidenciales del 14 de mayo, el AKP de Erdogan cosechó en las parlamentarias su peor resultado desde 2002, el 35,6% de votos, siete puntos menos que hace cinco años. Junto con sus aliados, incluidos los todavía más islamistas rigoristas del YRP, logró amarrar la mayoría absoluta pese a perder en votos y 22 diputados.

Y ahí asoma el verdadero vencedor de estos comicios, la miríada de partidos panturcos, ultras y xenófobos, englobados en Turquía bajo el movimiento ülkucü («idealistas», herederos de los «Lobos Grises»). Sumados, han logrado casi el 25% de los votos y más de 90 de los 600 escaños, tanto en la alianza gubernamental como en la opositora, e incluso por libre (MHP, IYI, la Alianza Ancestral de Ogan...).

«HACEDOR DE REYES».

El panturquismo ultra se ha convertido en el «hacedor de reyes» en Turquía. Y no solo eso. En un país conservador, y en el que la derecha lleva años cosechando dos tercios de los votos, la extrema derecha no solo repunta sino que marca el discurso político.

El xenófobo Ogan se vanagloria de que ha arrancado a Erdogan, ya condicionado por su alianza con el MHP, el compromiso de «combatir el terrorismo -a los kurdos-, un cronograma para devolver a los refugiados y fortalecer las instituciones estatales turcas».

Y su influencia va más allá y permea a casi todas las formaciones políticas. El opositor Kilicdaroglu, quien ya antes de la primera vuelta prometió expulsar a los 3,6 millones de refugiados sirios, promete expulsar «a diez millones de refugiados» si gana, algo harto improbable, el domingo. Nadie sabe de dónde ha sacado esa cifra pero está claro que el candidato kemalista intenta seducir a los panturcos haciendo suyo su discurso.

La política turca está cada vez más en manos de sectores que añoran a figuras panturcas que coquetearon con el nazismo y que propugnaban un supremacismo que despreciaba a judíos, árabes, negros y, por supuesto, kurdos. Si a ello unimos a escisiones islamistas rigoristas del AKP como el YRP (negacionista) y a corrientes como el Hüda Par, heredero del yihadista Hizbullah, la presidencia y la mayoría política de Erdogan estará sometida a pulsiones retrógradas en todos los ámbitos.

Erdogan se ha vuelto a asegurar su victoria gracias a su indudable popularidad y a un autoritarismo creciente con decenas de miles de presos políticos y con el control total de la judicatura y de los medios de comunicación.

Un autoritarismo que va de la mano de su cada vez mayor dependencia de los sectores más reaccionarios del país. Para desgracia del pueblo kurdo y de la machacada izquierda turca, huérfana de futuro y cuya última esperanza era unir sus votos contra Erdogan votando a un kemalismo tan corresponsable como el islamismo de la deriva ultra turca.

Si alguien albergó algún día la esperanza de que la llegada al poder de Erdogan podría impulsar como respuesta un cambio político real, puede comprobar que, veinte años después, esa deriva reaccionaria no tiene ya freno.