«Las mujeres sin hijos siguen siendo percibidas como ‘incompletas’»
A pesar de que la no maternidad es una tendencia creciente entre las mujeres, se mantiene el peaje que la sociedad impone a quienes se desmarcan de la inercia hegemónica de tener hijos, a quienes no se ajustan al mandato de la maternidad. A este fenómeno ha dedicado la socióloga Metxi Bogino Larrambebere la tesis que ha defendido en la UPNA.

El fenómeno de la no maternidad y sus derivadas han sido analizadas en su tesis por la socióloga Metxi Bogino Larrambebere, quien destaca que en cinco décadas se ha pasado de «la exaltación de la maternidad» de la época del “baby boom” a un momento como el actual caracterizado por «la infertilidad estructural, relacional y social».
Como conclusiones del trabajo que ha defendido en la UPNA, destaca que «el peaje social que recae sobre las mujeres que no se ajustan al mandato de maternidad depende del contexto sociocultural y, a veces, se traduce en estigmatización». Y apunta también que «el deseo de maternidad no es universal ni estático, sino una construcción social y biográfica. Y se transforma según la edad, las relaciones o las condiciones materiales»
¿La no maternidad es un fenómeno en crecimiento, pero el rechazo social sigue siendo el mismo?
Así es, en las sociedades occidentales contemporáneas se puede observar una tendencia creciente de mujeres que, por distintas motivaciones o condiciones socio-estructurales, no son madres. Actualmente, identificamos un proceso de apertura o de mayor aceptación cultural, aunque muchas mujeres siguen siendo percibidas como «incompletas» o «raras». Aún persiste una sospecha hacia quienes se desmarcan de la maternidad hegemónica.
¿Se debería distinguir entre la no maternidad derivada de que no se logra tener hijos por cuestiones físicas o mediante adopción, de la que se debe a una decisión totalmente propia?
Es importante visibilizar la diversidad de no maternidades y, entre ellas, se pueden definir tres derivadas. Una es la “maternidad imposible” o “negada”, que incluye a quienes desearon ser madres e intentaron distintas opciones reproductivas (a través del coito genital heterosexual, las biotecnologías reproductivas o los procesos de adopción monomarental) y no lo lograron. Otra es la “no maternidad sobrevenida”, quienes han expresado las ambivalencias de la maternidad y manifestaron que sus circunstancias vitales han condicionado su devenir en no madres. Y en tercer lugar, la “no maternidad por elección”, quienes nunca han sentido el deseo de maternidad y han reafirmado esa decisión a lo largo de sus biografías. Entonces, distinguir esta diversidad de experiencias nos permite desmontar los estereotipos que tienden a homogeneizar a todas mujeres que no son madres.
¿El peaje social que se paga es el mismo en cada una de esas vertientes de la no maternidad o hay diferencias entre una y otra?
No, el peaje social no es el mismo. En nuestra investigación consideramos que las experiencias de las mujeres que no son madres, ya sea por decisión propia u otras circunstancias, están atravesadas por desigualdades estructurales. El sistema de género y parentesco establece una jerarquía de prestigio y privilegios que son otorgados o negados según la clase social, la edad, el origen étnico, la orientación sexual o las creencias. Desde esta perspectiva, las mujeres que no se ajustan al mandato de maternidad son conceptualizadas como figuras liminales, situadas en los márgenes del ideal normativo. Por tanto, el peaje social que recae en ellas depende del contexto sociocultural y, en algunos casos, se traduce en situaciones de desprestigio y estigmatización.
Comenta en su trabajo que en cinco décadas se ha pasado del “baby boom” y la «exaltación de la maternidad» a la «infertilidad estructural, relacional y social» del presente. ¿A qué se refiere con esa última expresión?
Con el concepto de «infertilidad estructural, relacional y social» quiero introducir en el debate que las dificultades reproductivas para ser madre no se explican solo desde el discurso biomédico, el cuerpo y la salud. Hoy muchas mujeres, y personas, se enfrentan a obstáculos que tienen que ver con las condiciones de vida y trabajo, con las relaciones sociales y el contexto sociocultural. La «infertilidad estructural» alude, por ejemplo, a la inestabilidad en el empleo y la precariedad, a las dificultades para acceder a una vivienda, a la escasez de políticas públicas de apoyo a la crianza o a la desigual participación de los hombres en las tareas domésticas y de cuidados. La «infertilidad relacional», por su parte, tiene que ver con los vínculos afectivos: a veces el deseo de maternidad no se concreta porque no se encuentra la pareja adecuada en la edad fértil o porque se tiene una pareja del mismo sexo. Por último, nombrar la «infertilidad social» supone visibilizar un problema colectivo que invita a repensar la infertilidad como una cuestión de relevancia política, es decir, más allá de la vivencia personal, es un problema de la sociedad.
También califica al deseo de maternidad como «deseo escondido» o no deseo. ¿No se trata de algo verdaderamente deseado?
No todas las mujeres desean ser madres, y eso es algo fundamental que debemos comprender. En mi investigación, una de las entrevistadas decía que nunca había sentido el deseo de ser madre, pero aun así se preguntaba si ese deseo lo tenía «escondido». Por eso, cuando hablo del deseo de maternidad como «deseo escondido» o como no deseo, me refiero a que no es un deseo universal ni estático, sino una construcción social y biográfica. En esta línea, se entiende que el deseo de maternidad es cambiante a lo largo de la vida, esto es, suele transformarse según la edad, las relaciones socioafectivas, las condiciones materiales o los proyectos de cada una.
¿Renunciar a la maternidad exige construir un espacio propio al no contar con los hijos que otorgan un lugar en la sociedad?
No siempre se renuncia a la maternidad. Para algunas mujeres es una elección no ser madres, una opción más arriesgada, porque implica construir un espacio propio y, como decía una de las informantes, «hay que deconstruir muchas cosas desde la no maternidad». En cambio, la maternidad sigue otorgando un lugar socialmente reconocido, incluso legitimado.
¿La no maternidad hace que se tengan que construir nuevos referentes en las relaciones de género y parentesco?
Sí, la no maternidad impulsa la construcción de nuevos referentes en las relaciones de género y parentesco, aunque se pueden resignificar algunos ya existentes. Así lo narra una informante: «En euskera, a los solteros siempre les decían los mutilzaharrak, los ‘mozos viejos’ y era despectivo. Pero, con las mujeres también, las neskazaharrak eran las que se quedaban en casa a cuidar a los abuelos. Esa es una neskazaharra, esa es una ‘solterona’». Estas palabras tienden a ridiculizar a las mujeres por su fracaso en el mercado matrimonial. Además, las tías que se convertían en monjas en aquella época, que pretendían escapar del matrimonio y de la maternidad, pueden interpretarse como un acto feminista y socialmente aceptado.
Hoy, en contextos donde la maternidad ya no es el único horizonte, emergen figuras como las tías PANKs (acrónimo de Professional Aunt No Kids) o las redes de cuidados entre mujeres que no están basadas en vínculos biológicos. Estos nuevos referentes no solo diversifican los modelos de familia, sino que configuran experiencias disruptivas de género y parentesco.
En su tesis ya avanza como línea de trabajo la cuestión de envejecer sin hijos. ¿De qué manera afecta a esa etapa de la vida la ausencia de descendencia?
La ausencia de descendencia impulsa a imaginar otras formas de envejecer, aunque «tener hijos» tampoco garantiza cuidados en esta etapa de la vida. Algunas experiencias piloto muestran cómo algunas personas se anticipan creando redes de apoyo entre amistades o colectivos afines, y apuestan por modelos de convivencia como los cohousing o cooperativas de vivienda. En este sentido, envejecer sin hijos nos permite repensar y reorganizar la «desfamiliarización de los cuidados».
Y también apunta a las actitudes hacia los animales de compañía. ¿Estos últimos se han convertido en «los nuevos hijos» de la no maternidad?
En los estudios de parentesco se discute cada vez más el estatus social e intrafamiliar de los animales de compañía, y si pueden considerarse parte de las llamadas «familias interespecie» o «multiespecie». En el trabajo de campo, observé que algunas informantes convivían con sus mascotas y establecían con ellas vínculos de afecto y cuidado. Sin embargo, eso no implica necesariamente que las perciban como «nuevos hijos»: cada una atribuye distintos significados a esas relaciones, prácticas y vínculos humano-animal.

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