Ni un lugar seguro
Esta es la realidad para la población palestina que vive en Gaza, pero también para el conjunto de la humanidad. Si no conseguimos parar este primer genocidio retransmitido en directo, no habrá ya un lugar seguro para cada una de nosotras y nosotros. No podremos argumentar que no lo sabíamos, no podremos volver a mirar a otro ser humano sin sentir que algo que nos define precisamente como seres humanos se ha roto para no volver. No voy a hacer un análisis geopolítico o histórico sobre cómo hemos llegado hasta aquí; de eso ya habrán leído muchos artículos elaborados por gente experta en la materia. Mi intención es hacer lo que puedo hacer, que es utilizar este altavoz y contribuir con ello a que Gaza esté constantemente presente en nuestras vidas.
La universalidad de los derechos, de lo que nos une humanamente, se rompe en Gaza y se rompe en cada una de nosotras en la medida en que no conseguimos detener el genocidio. Por eso es imprescindible que participemos en todas las acciones colectivas de denuncia; quien pueda, acompañando las flotillas que quieren romper el bloqueo, manifestándonos en cada balcón y en cada rincón, realizando cada jueves la huelga de consumo que promueven desde Global Movement To Gaza, no comprar ni en tiendas, ni productos que tengan dinero o legitimen al régimen sionista. Para este último punto la aplicación «No Thanks» o la página de BDS, bdsmovement.net, son un buen recurso. Como en toda violencia orquestada, hay enormes intereses económicos y son, nuevamente, las grandes multinacionales las que se apoyan en los asentamientos ilegales y en la ocupación para hacer caja sin escrúpulos.
Siempre habrá quien diga que la huelga de consumo de los jueves no sirve para nada; que apoyar a las flotillas es un hecho simbólico; que hablar sin parar de Gaza no sirve. Pero ante la inacción de nuestros gobiernos lo que nos queda es una respuesta como sociedad civil. Así que creo que en cada intervención que hagamos debe de estar presente Gaza, que nadie pueda escudarse en el «yo no sabía o no sabía qué podíamos hacer».
Soy consciente de que llegamos tarde, muy tarde. El hambre como arma de guerra y como tortura para exterminar a la población palestina ha llegado a unos niveles de atrocidad inverosímiles. Cada día, desde que comenzó esta última ofensiva para acabar con el pueblo palestino, son asesinados 27 menores. En un genocidio, el exterminio de los niños de esa población es un elemento constitucional para imposibilitar el futuro de cualquier pueblo. Ya que los números carecen de empatía, nos invito a realizar este pequeño gesto simbólico: cada día, en cada colegio, saquemos, al azar, a 27 menores y esos serán las niñas y los niños que representarán a los niños palestinas asesinadas ese día. Y así día tras día, hasta que ya no queden niñas ni niños que elegir, solo la desolación.
Hay un lugar de no retorno cuando nos mantenemos indiferentes frente al sufrimiento ajeno, pero, además, cuando ese sufrimiento proviene de la violencia del Estado, de cualquier Estado, nos implica a todas las personas. Siempre hemos argumentado que la pasividad es complicidad, pero en este caso es un nivel de crueldad ilimitada que no puede dejar indiferente a nadie. Por eso es tan importante desvelar lo que, desde la desinformación, en el mejor de los casos, y la mala fe, en el peor de los casos, quieren hacer pasar por elementos sin importancia, anécdotas que ocurren cuando dos ejércitos se enfrentan, cuando la violencia se desata entre dos.
Me contaba una amiga que trabaja en Ucrania que la cuestión, no solo en Palestina, sino a nivel global, comenzó, históricamente, a degradarse y a adquirir la magnitud de extrema crueldad cuando normalizamos el ataque a la población civil. En el mundo del exterminio, con o sin drones, se usa ese eufemismo de los «daños colaterales», o lo que está argumentando el régimen sionista de «todo vale ante la sospecha de la existencia de un posible terrorista». El genocidio sionista es unilateral, pero todos los gobiernos adquieren rango de complicidad. Por eso son fundamentales, también, las presiones para conseguir expulsar a Israel de todos los organismos internacionales, incluidos los eventos deportivos como la Vuelta ciclista a España. Al respecto, el director técnico de la Vuelta, Kiko García, realizaba un símil muy interesante al señalar que «había que decidir si preferimos seguir protegiendo a un equipo que está poniendo en riesgo todo lo demás», porque, efectivamente, no romper relaciones con Israel, no parar el genocidio, nos pone en riesgo a todos. Cada representante de Israel debe de sentir el rechazo mundial. Como buen ultranacionalista y autócrata, a Netanyahu le dan igual todos los organismos internacionales, pero el aislamiento implica el posicionamiento activo de nuestras instituciones, de nuestras sociedades, de nosotras.
Es cierto que nos ha costado reaccionar, salir del letargo, como si no fuera con nosotros, pero también lo es que es ahora o nunca. Nos toca no parar de hacer presente a Palestina, como señalaban tras la manifestación del pasado domingo desde «Ongi Etorri Erefuxiatuak». No es poco lo que podemos llegar a realizar si realmente actuamos con esta causa común, si recuperamos el sentido de universalidad en lo humano. Si adquirimos la clara conciencia de que no hay un lugar seguro después de Gaza, sin Gaza, sin la población palestina. La crueldad solo puede ser combatida, no podemos esperar a que remita o pare. Eso nunca ocurre.

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