Mikel Jauregi
Periodista
TXOKOTIK

La carrera 197/2006

Sabrán de lo que hablo si son de los que se calzan las zapatillas y salen a hacer footing: empiezas suave para desentumecer músculos y poco a poco vas apretando el paso hasta coger tu ritmo; a partir de ahí, recorres la distancia más o menos habitual o, en su caso, predeterminas un tiempo concreto y ves hasta dónde son capaces de llevarte las piernas. Pero hay ocasiones en las que te vas encontrando tan bien que te vienes arriba y, de un día para otro, le pegas un envido a tu cuerpo: justo cuando llegas al punto en el que tenías previsto dar la vuelta, te animas con un sonoro «¡venga!», otros diez-quince minutitos bixi-bixi, que vas fresco. De hecho, mejor que nunca.

Sucede que, tras ese extra que te has regalado, lo que hace nada era satisfacción porque vas «mejor que nunca» ahora se ha convertido en un estado cuasi-agónico porque las piernas desentumecidas hace media hora te duelen como mil demonios. Y te maldices. Y maldices a ese otro corredor que no sabes de dónde ha llegado a tu rebufo y, en un visto y no visto, te saca una docena de metros. Y maldices a esa amiga que, tras un bocinazo de saludo, se aleja sonriente en su coche.

Algo parecido les está pasando a algunos tras la resolución del Tribunal Europeo de Derechos Humanos que pone fin a la doctrina que permitía a las autoridades españolas prorrogar artificialmente las estancias en prisión de los presos. Cuando el ritmo que mantenían ya era de por sí desmedido, decidieron apretar el paso todavía más y recurrieron para ello al dopaje. Por un momento, se creyeron que iban «mejor que nunca». Pero, de pronto, se encuentran con que han cerrado la vía por la que venían transitando y se ven obligados a dar la vuelta. Y les fallan las piernas. Y los amigos que les venían jaleando durante toda la carrera ahora les dan la espalda.

Y los traspiés provocados por la falta de resuello llegan a ser tan graves como este de Arantza Quiroga el miércoles: «Necesitamos afrontar la realidad de los presos que han cumplido condena y vuelven a Euskadi sin rechazar ni arrepentirse de sus crímenes. Ante esto, ¿qué vamos a decir?». Para empezar, no estaría mal que afrontaran la realidad de que regresan no con las penas cumplidas, sino incluso con propinas de hasta siete años. Y eso también es pasarse, y duele.