Alberto Pradilla
Periodista
TXOKOTIK

Héroes

Las cosas malas también les ocurren a las personas buenas. Es injusto, cruel y terrible, pero cuando el zarpazo de lo inesperado nos deja sin posibilidad de reacción es cuando más claramente nos vemos a nosotros mismos, desnudos ante nuestra fragilidad. Ni siquiera dando lo mejor, ni siquiera esforzándonos hasta la última gota de sudor o hasta que el aliento quede reducido a una bocanada inútil, somos inmunes a la fatalidad. Tampoco, y eso es todavía más doloroso, a nuestras decisiones equivocadas o a la angustia de escoger entre peste y cólera, incapaces ver una alternativa más razonable. Todo ello, con la brutal certeza de nuestra propia fecha de caducidad, que reduce exponencialmente nuestros bonus a la hora de cagarla.

Nadie está extento de entrar en esa habitación oscura en la que terminas sintiéndote como Jack Nickolson en «El Resplandor». Nadie escapa de encontrarse frente a un muro blanco contra el que uno no puede más que darse de cabezazos, dejarse caer en posición fetal o escibir inconsistencias con un pintalabios rojo. Sin embargo, y pese a todo el sufrimiento, la vida es la hostia.

Es por eso por lo que, cuando nada tiene sentido, cuando todo a nuestro alrededor se desrrumba y ese camino que parecía tan firme se viene abajo, cobráis más importancia que nunca.

Brindemos cuando estemos exultantes, porque estamos juntos, porque no habría en el mundo placer mayor ni compañía más sublime. Brindemos, de forma distinta pero más intensa si cabe, cuando la fatalidad nos golpee de forma despiadada. Alcemos nuestras copas y enjuguémonos las lágrimas porque entonces, especialmente entonces, estaremos juntos.

Cuando las respuestas desaparezcan seréis vosotros quienes coloquéis las palabras en mi boca. Cuando yo me desvanezca, serán mis amigos los que escriban mi historia. Que ellos excusen mis pecados, construyan el muro que me proteja de las hostilidades externas, reconduzcan con paciencia infinita mis errores y, sobre todo, celebren que nos encontramos a lo largo de esta vida y que la exprimimos juntos. Que sean ellos los que hablen porque, en todo caso, esa quedará grabada como la mejor de todas mis definiciones posibles. Como dijo William Yeats, «piensa dónde comienza y termina la gloria de un hombre. Y di que mi gloria fue haber tenido tales amigos».

Nunca fui un héroe, pero caminé, reí, lloré, me manifesté, discutí, me entregué y me emborraché junto a ellos.