JOSEBA VIVANCO
KAZETARIA
EUSKAL SELEKZIOA

La «cosa selekzioa»


Ustedes se merecen estar en un Mundial», sintetizó el honrado técnico peruano Roberto Mosquera a la hora de valorar el potencial de la `cosa selekzioa'. Sí, la «cosa», como diría Markel Susaeta en aquella afortunada indefinición de la selección española, que no es la `Roja', porque esa ya es Chile, ni la nuestra es la `Tricolor' porque lo de la `Tri' ya se lo pidió México mucho antes. Y es que, por no ser, no somos ni oficiales, ¿pero mundialistas? A mundialistas, entre comillas, no nos gana nadie. El propio presidente de la Federación Vasca, Luis María Elustondo, no ha parado de proporcionar titulares del tipo ``Si Euskadi hubiese podido competir, se habría metido en el Mundial de Brasil'' o ``Esta selección estaría entre las doce mejores del Mundial''. Lo dicho, siempre nos quedará un hipotético Mundial, por mucho que en ese interín nos tengamos que conformar con Bolivia o Perú, ante las que, eso sí, firmar una gran fiesta del fútbol vasco, dicen.

No habrá aficionado al fútbol en Euskal Herria que no elucubre sobre los límites de una verdadera selección vasca, con todos los que quieran estar en ella y jugándose los cuartos en competiciones oficiales, midiéndose de tú a tú sí a Gales, Macedonia o Chipre, pero también a Inglaterra, Francia o, por qué no, España. Si me preguntan, sueño con un Euskal Herria-Escocia a doble partido. Soñar es gratis, incluso como recitaba Mario Benedetti, la alegría es un principio. Pero un principio de qué...

Sé que a toro pasado no hay consejo ninguno, que dice el refrán, pero uno -y no era el único- percibía hace ya unos años que este partido navideño llevaba una deriva peligrosa, y no solo por el encasillamiento en el que estaba cayendo su originaria reivindicación. Llevaba camino del «desfase» del que acertadamente hablaba la plataforma Esait estos días, pero sobre el que seguramente tanto los medios de comunicación como ellos mismos deberíamos haber alertado mucho antes. Desde hace tiempo, aquello llevaba tintes de macrobotellón con la excusa del fútbol, más porros y litros de kalimotxo que ikurriñas, más borracheras que eslóganes... Nada que ver con la razonable alegría desatada, invasión de campo incluida, tras aquel agónico 3-2 ante Marruecos, bajo la lluvia, bajo la bronca, cuando todavía se podía meter al campo la bota de vino... Aquello sí era una `comunión perfecta' como ayer titulaba alguno, aquello, aun sin contar para el ranking FIFA, era un partido en toda su extensión. Casi un partido oficial, aunque solo fuera por el énfasis de los contendientes y una grada que llevaba en volandas reivindicativas a los suyos.

Hoy, se habla más de evitar incidentes que de promover en serio la oficialidad, te cachean a la entrada como si fueras un delincuente -personas con minusvalía en silla de ruedas incluidas-, la bota de vino se ha convertido en una potencial arma arrojadiza -¿será lo próximo el bocata?-, con suerte cuelas un zumo de piña para que el niño no se atragante, apenas hay banderas, los cánticos no alcanzan casi al estribillo, si Anoeta presentó un estadio medio vacío hace un año, el nuevo San Mamés estaba desangelado, con poco más de 20.000 espectadores de 36.000 posibles en una especie de PIN (Partido Infantil Navideño), eso sí, a 25 euros la entrada -una subida de precios desde el último encuentro en la vieja Catedral mayor que la de la luz-, para más inri falló la megafonía -a saber lo que estará pensando Maialen Lujanbio, que se quedó con las ganas-, el esperpento se agrandó haciendo sonar los himnos al descanso y, de paso, el rival, da igual quien fuera, presentó menos resistencia que el pescador marroquí de Perejil. Lo mejor, los goles y la buena disposición de los jugadores vascos. La grada, unos al partido, los más a lo suyo.

Seriedad, esa misma seriedad es la que se pide a los que tienen en sus manos implicarse de una vez para que un Mundial no solo sean quiméricas palabras con las que hacernos trampas al solitario. El fútbol no es solo un deporte. Mueve pasiones, alimenta sueños, hace posible lo imposible. Moviliza, une, cohesiona, incluso desata guerras. Nelson Mandela lo sabía. Invictus. ¿Recuerdan? En lugar de un mar formado gota a gota como el que inundará Bilbo el sábado 11, la reivindicación de la oficialidad de la selección vasca de fútbol debería ser una `ola' en cada partido. Es la única religión que no tiene ateos, como diría Eduardo Galano.

Por eso se hace necesario trabajar en los despachos, se requiere mucho trabajo de salón, mucho compromiso, de dirigentes, de aficionados, también de los propios futbolistas que firman manifiestos y sujetan pancartas, y a los que nos gustaría escuchar de manera más contundente y abanderada su reclamo a esa oficialidad. Y sea en San Mamés, Anoeta, El Sadar, Mendizorrotza o hasta Ipurua, ese próximo partido debería volver a ser una verdadera fiesta del fútbol no solo vasco, sino por la oficialidad, un escaparate al mundo, y no solo ese `Almendro' que, como el turrón, vuelve a casa por Navidad y, con suerte, si sobra algo, en verano. Como escribía el sábado en GARA el escritor José María Pérez Bustero, «nos favorece mucho ser visualizados junto a otros, pues no es suficiente vivir a solas con nosotros mismos». Y no es lo mismo hacerle seis a Perú, que ganar a Inglaterra o Italia, incluso a Escocia. Por una selección vasca, no una `cosa selekzioa'.