Iñaki Urdanibia
Crítico literario
Análisis | CENTENARIO DE LA PUBLICACIÓN DE «LOCUS SOLUS»

«Locus solus»: un libro singular de un singular escritor

Se cumplen cien años de la publicación de «Locus solus», la obra más significativa del escritor Raymond Roussel (París, 1877 - Palermo,1933), autor que alcanzó la celebridad tras su suicidio en 1933. Ejerció una fuerte influencia sobre algunos grupos del siglo XX, como los surrealistas.

En 1963, el filósofo Michel Foucault publicó «Raymond Roussel». Anteriormente, en su «Historia de la locura», ya se había referido al escritor; eran tiempos de «anti-psiquiatría» en donde se tendía a casar, magnificando, locura con creatividad... Justo es añadir que en tal obra criticaba ciertas interpretaciones simplificadoras: la de P. Janet -que había tratado al escritor-, que relacionaba su obra con la enfermedad mental, la de André Breton, que veía en él a un ser «iniciático», o la de M. Leiris, para quien era un «ingenuo». Foucault, por su parte, centraba su análisis en la relación entre lengua y literatura. No fue mérito exclusivo del autor de «Las palabras y las cosas» la salida de la penumbra de Roussel, ya que antes tanto los surrealistas (André Breton afirmando que «con Lautréamont, es el mayor magnetizador de los tiempos modernos») como otras luminarias de las letras francesas, Michel Leiris y Jean Cocteau, reclamaron su admisión en el club de los grandes de la literatura en lengua francesa.

Catalogar sin más al escritor en el conjunto de los «locos egregios»no parece lo más cabal, a pesar de que el hombre se las traía. Desde luego, algunos de los estudiosos de «locos literarios» no lo han incluido dentro de sus libros y me refiero muy en concreto al escritor y matemático Raymond Queneau, quien en su «antología» se limitaba a algunos escritores anónimos del XIX, sin referirse a algunos cuya celebridad destacaba tanto en el campo de la escritura como en el de la patología (Lautréamont, Artaud, Fourier, Nerval, Sade, etc.). Quizá le guiase la prudencia o el respeto al prestigio de los nombrados. Precisamente se afirmaba en el prefacio del libro al que me refiero: «La cosa es difícil, pues el término es malo; pero es que no existe ninguno más apropiado. Es malo en lo que hace a la legitimidad de asignar a un hombre un tipo de alienación mental únicamente por la forma y el contenido de sus escritos... Resulta delicado, e incluso absurdo, intentarlo cuando esos escritos tratan sobre una cuestión científica. Resultaría un grave error demasiado violento hablar de locura. Se ve el peligro de tal afirmación; basta con recordar que es una manera cómoda de desembarazarse de los innovadores».

El 7 de febrero de 1914 salió a las librerías la que se convertiría en su obra más celebrada , «Locus solus». El libro se acabó de imprimir el 24 de octubre del año anterior y un mes después se puso al alcance de la prensa, aunque se retrasó algún tiempo su salida. Unos años antes había publicado sus «Impresiones de África» (su título era un juego de palabras que daba a entender que la edición había corrido a su cargo: «fric» significa en francés «pasta»). El éxito no le sonrió con ninguna de sus obras, que fueron tachadas de extrañas y desconcertantes. Solo algunos círculos literarios vanguardistas le aplaudieron con entusiasmo.

Un mundo fabuloso, mágico y maravilloso estalla al abrir la novela, en cuyo autor, en palabras de Raymond Queneau confluían «una imaginación que une el delirio del matemático con la razón del poeta». Entramos en un mundo aparte con sus juegos lingüísticos en los que no es raro el recurso a la onomatopeya, los guiones y comas, que se entreveran con el discurso general, en anotaciones que van terciando en contrapunto y completando la marcha de lo expresado; somos invitados a un viaje que nos va a conducir por parajes extraños, inverosímiles... cerca del punto de inicio de todas las aventuras que en el mundo son, al menos en tierras africanas: Tombuctú.

Visitamos la finca «Locus solus» del sabio Martial Canterel, en la que somos testigos de unas escenas espantosas de crímenes, sufrimientos y desdichas. De siete etapas consta el viaje en el que el anfitrión va mostrando ingenios e increíbles maravillas como la de la «señorita» voladora, o los cadáveres conservados en «resurrectina» y otras sustancias «revitalizantes» y «reanimadoras»; en medio de un laberinto en el que se metamorfosean los seres entre la vida y la muerte. La estupefacción tampoco cesará cuando conozcamos el reino de una poderosa mujer, Juhl-Séroul, sacudida esporádicamente por terribles crisis de amenorrea que le congestionaban el cerebro provocándole furiosos ataques de locura, que le conducían a emprenderla, con su absoluto y omnímodo poder, contra los indefensos súbditos.

Todo ello en un ingente torrente de imaginación que se completa con un léxico que el autor estruja haciéndolo desembocar en una pluralidad de sentidos. Ese valor de las palabras crea todo un universo en el que parece que los sujetos han perdido su perfil y su consistencia, lo que condujo a Raymond Queneau a aseverar que «ha abierto al lenguaje literario un espacio extraño, que podría catalogarse de lingüístico, si no fuera por su imagen invertida, su utilización soñadora, encantada y mística».