Antxon LAFONT MENDIZABAL
Peatón
GAURKOA

Vasquismos

En medio del mundo en que vivimos rodeados de ambigüedades, signo inequívoco del canguelo que provocan los riesgos de inconfort, asistimos a la diversidad de conceptos del vasquismo que las camarillas de las subastas de ideas y de imágenes nos ofrecen.

Comenzaremos por el concepto folklórico, cuyo cántico tribal distintivo sería el «Boga-Boga» entonado sobre onomatopeyas que suenan a «vascuence» y emitido, casi exclusivamente, al final de ágapes bien regados y celebrados por colectivos de tipo veraneante, simpatizantes de la gastronomía «del Norte». ¡Que sean bienvenidos! Los oficiantes practican habitualmente, después de la cuchipanda, «el mus a 8 reyes». La situación política de Euskal Herria y particularmente la de las vascongadas, que llaman País Vasco español, les importa poco, y la yema del otro, aunque deseen que el futuro de ese Territorio se escore hacia los partidos mayoritarios de España, cuidado no del Estado, apelación que, según ellos traiciona a filo-etarras. No les asustan las actividades del colectivo político vasco nacionalista acostumbrado a pactar con los partidos españoles. Los «folklóricos» pueden llegar, en algunos casos, a recitar las primeras 7 e incluso 13 sílabas del «Gernikako Arbola» que sus padres osaron entonar desde que un ministro de Obras Públicas de la «situación» dio la señal del «nihil obstat» en un acto celebrado en Gernika durante el franquismo, poco tiempo antes de que Txiki y Otaegi fueran fusilados. Esos colectivos suelen descansar por aquí, «en el Norte». En tiempos «normales» daban alegría a las cajas de nuestros restaurantes durante dos o tres meses. Hoy la generación que les sucedió no da ni para 15 días. Aficionados al «País Vasco español», dan pruebas de su irresistible vis cómica con menudencias de cultura gramatical pronunciando palabras y nombres propios «a la española». «Jernica, Ejibar, Ejiguren»...

Otro concepto significativo corresponde a los vasquistas conscientes de haber sucumbido, por poco tiempo, a la tentación identitaria y que pasan su vida cometiendo actos de desagravio tales como la entrega, regular o no, de escritos de compunción acogidos por «hogares mediáticos» que saben perdonar, después de la confesión de pertenencia, remota y centelleante, a radicalismos con protagonismos clandestinos que aquí pocos o nadie recuerdan. Los titulares del concepto llegan a flirtear con él pero se ven obligados, en nombre de su «sincera coherencia» a desbarrar negando cualquier alusión a su pasada filiación. Los referentes a este concepto vocalizan también el «Boga-Boga» y practican, en general, «el mus a 8 reyes».

Llegamos a conceptos cuya práctica es habitual en individuos que los primeros citados, los folklóricos, tratan de «aberchales». Sus valedores se declaran con satisfacción «descendientes de vascos» pero rehúyen de explicaciones si se les pregunta dónde se situaban las sensibilidades políticas de sus familiares mayores durante el golpe de Estado del 36 y después. En realidad la respuesta importaría poco ya que su respeto por el País Vasco, no del Norte esta vez, es generalmente sincero y a menudo comprometido. No conviene entrar en prolijidades que solo contribuirían a azorar a aquellos que preferirían no curiosear en las razones por las que la defensa de su identidad se ha manifestado con varios lustros de dilación. Nos estamos refiriendo a los habitantes de Euskal Herria abogados de la moderación política puesta al servicio de la defensa de sus intereses modulados, si es preciso, por la necesidad de integración en el Estado para unos y en España para otros. Algunos de los representantes de este concepto practican «el mus a cuatro reyes» pero la mayoría siguen «con los 8 reyes».

Pasamos, en medio de alborotos y fragores, a los colectivos defensores de un vasquismo al que los unificadores de la Reconquista pretenden mantener en la Roja, ayer roja, pero con el consabido estruendo jurídico de amenazas de ilegalización. Ese tipo de conminación genera indefectiblemente manifestaciones populares que regularmente sobrepasan, y a veces duplican, los 50.000 participantes. En esta comunidad figuran euskotarras que a menudo no saben bien a qué atenerse frente a la versatilidad de los partidos políticos vascos responsables de desconciertos semánticos destinados a apropiarse maliciosamente del voto de electores, que no consiguen, o no quieren, comprender el contenido de opciones turbias, espinosas, y siguen votando... como antes.

Sueñan, en sus noches agitadas, de protagonismos en contubernios que solo existen en sus febriles mentes, imaginándose como piezas de entramados garzonianos. La pesadilla se desvanece con un suave despertar a la puerta de su local social de avituallamientos político.

En esta opción nos cruzamos con individuos convencidos de la necesidad de afirmar y defender la noción de soberanía bien dispar de la confusa interpretación de una autonomía negociada, y descafeinada porque negociable. Aparecen aquí soberanistas históricos de tipo «separades» de tierras prometidas junto a soberanistas «de hoy». Los primeros justifican su opción en clave de historicismos que, tratándose de peanas sometidas a ejercicios dialécticos incesantes, no hacen más que perennizar, por sus desequilibrios, las pusilanimidades políticas bien conocidas. Los soberanistas «de hoy», sin despreciar historias antiguas, pero más sensibles a hechos hodiernos, defienden la soberanía que les procure un mejor estar que el ya conocido de la Obra wertiana o gallardoniana.

La convicción «de hoy» es más legítima, y por ende más vigorosa que la controvertible autenticidad de la historia de ayer que hoy conocemos a través del cristal con que miró el que la escribió o el encargado de hacerlo según la conveniencia del momento determinada por el bando que le contrató. Hoy nos pueden adulterar la narración de los hechos pero no la Historia que vivimos.

En las dos opciones correspondientes al último concepto, aquí caracterizado, los jugadores de mus se reparten, mitad y mitad, la regla de «los 4 reyes y la de los 8 reyes».

Ya no se canta, como antes, el «Boga-Boga» pero se celebra con ganas la genialidad musical de Mikel Laboa y la poesía conmovedora de J.A. Artze.

Este incompleto catálogo de conceptos no está destinado a comprar, on line, el preferido, inspirado, a menudo, por la querencia al tomismo impuesto a los que rechazan la conciliación entre la fé y la razón.

Todos los conceptos serán necesarios porque existen. Qué razón tenía Deng Xiaoping afirmando que poco importaba el color del gato si cogía ratones. ¿Por qué será que los aforismos orientales están mejor adaptados a nosotros que los occidentales?

Si creemos, efectivamente, que nos acercamos a nuestro cambio de destino oficial, ¿qué mutaciones materiales e inmateriales tenemos que esbozar o por lo menos idear? La pluralidad de acción tendrá que contar con la desidia irremediable de los apáticos y de los tediosos pero también con el celo a veces sobrado de militantes que sean capaces de conducir con matices sin que tengan que ceder una pulgada de terreno en la ruta compleja trazada en nuestro variado suelo. Si se ha optado por la lucha política civil ya no se justifica la disciplina militar propia a las luchas armadas. Hoy la disciplina civil popularmente determinada, sin trepanación alguna, se impone, como cambio cultural, en cualquier colectivo que prepare un nuevo futuro político.

La revisión de la autonomía actual, todavía no respetada por Madrid, no tendrá más que el valor de un níspero. Ya se sabe lo que da un «amejoramiento», incompatible con la noción de soberanía. En el primer caso el futuro se negocia con la nula liberalidad estatal, la soberanía, en cambio, acaba imponiéndose si el pueblo lo desea realmente, condición indispensable para disponer de la solidaridad internacional.

Los súbditos soberanos y vecinos de Euskal Herria corresponderán a las categorías antes citadas a las que convendrá añadir las que están hoy ausentes de este inventario fragmentario. Euskal Herria será digna de ser tenida en cuenta si puede honrarse de la variedad de sus avecindados, de una diversidad que haya optado, mayoritariamente, por una gobernanza soberana abierta a la solidaridad, intra y extra muros, enriquecedora de su legitimidad.

En un sistema cerrado, la variación de entropía es nula aniquilando así su fuerza viva. En cambio, la capacidad de transcurrir, sin cesar y sin compensación oportunista, entre el orden y el desorden, cuyas caracterizaciones son a menudo convencionales, garantiza la esperanza vital. Un colectivo soberano vive por su propia fuerza natural aunque juegue al mus con 8 o 4 reyes y cante, o lo parezca, el «Boga-Boga» parrandero. Seguiremos expresándonos los días de emoción con las canciones de Mikel Laboa.