M. INSAUSTI DONOSTIA

Hayao Miyazaki entrega su obra testamentaria «El viento se levanta»

Con su onceavo largometraje de animación, «Kaze tachinu», el maestro Miyazaki se despide del cine, porque su vista no le responde ya, igual que le ocurría a Jiro Horikoshi, figura histórica de la aeronáutica japonesa en quien está inspirada la película. Todos los temas predilectos del autor se hallan contenidos en un melodrama épico y lleno de sentimiento visual, que ha resultado polémico en Asia por sus implicaciones armamentísticas con la II Guerra Mundial.

Pese a que «Kaze tachinu» fue seleccionada por Japón para los Óscar, y que fue anunciada por el estudio Ghibli de animación como la película de despedida del maestro Miyazaki, se vio envuelta en una polémica que ha puesto un toque amargo a lo que debía haber sido una celebración en torno a la última obra maestra del autor de «La princesa Mononoke».

«Kaze tachinu» es su trabajo más personal, donde como autor vuelca todas sus obsesiones, identificándose con la figura del ingeniero aeronáutico Jiro Horikoshi, desde el punto de vista de la creación. Sin embargo, no ha sido entendido así, y ha pesado más el hecho de que Horikoshi fuera el diseñador del avión de combate Zero, de gran influencia en el curso de la II Guerra Mundial a raíz del ataque a Pearl Harbor.

Miyazaki en ningún momento ha cambiado su postura activista en pro del desarme japonés, pero aún así ha habido quien ha querido ver una cierta nostalgia belicista en la película, dentro de Japón. Y no digamos ya en Corea, donde se le ha acusado directamente de imperialista.

Nada de eso hay en «Kaze tachinu», que es la historia de un niño que quiere ser piloto, pero al que la vista defectuosa le obliga a reconducir su pasión por volar hacia otros derroteros, decantándose por la construcción de aviones. Será la llegada de la guerra, junto con otros acontecimientos históricos inevitables, los que fuercen su destino en un sentido trágico.

El cineasta también sufre problemas de visión, los cuales le obligan a dejar la animación, porque no podría mantener el nivel de detalle que exige su arte. Pero a la vez vuelca ese sentimiento de pérdida sobre el pasado de su propio país, azotado por constantes desastres colectivos. No solo se refiere a la guerra, sino también al terremoto de Kato, a la Gran Depresión y a la epidemia de tuberculosis.

Con ese material tan sensible construye un enorme melodrama épico, al que la música del gran Joe Hisaishi pone una emoción constante, resumida en el tema central, una canción interpretada por Yumi Matsutoya que se titula «Hikoukigumo». Eleva, como se elevan los primeros aviones de papel diseñados por el pequeño Jiro, el tono de una sinfonía visual que acierta a conjugar el movimiento de masas con los momentos intimistas, la locura de los grandes núcleos de población con la melancolía de la vida en el campo. El aliento poético de esta película mecida por el viento es el de los sueños que no se detienen, a pesar de que la vida se empeñe en contrariarlos.