Koldo LANDALUZE

Cuando Hollywood desembarcó en las playas de Normandía

Coincidiendo con el 70 aniversario del desembarco de Normandía, merece la pena recordar aquellas películas que pretendieron plasmar en imágenes el horror habido en las costas normandas y que determinaría el rumbo de la Segunda Guerra Mundial. «El día más largo», «Uno Rojo, división de choque» o «Salvar al soldado Ryan» son buen ejemplo de ello.

Mediante la imaginación podemos rememorar el sonido metálico y entrecortado de una voz que hace setenta años se asomó por un aparato de radio. La voz, con tono solemne, decía: «Soldados, marineros y aviadores de la fuerza expedicionaria aliada. Estáis a punto de embarcaros en la gran cruzada para la que nos hemos preparado durante muchos meses. Los ojos del mundo están puestos sobre vosotros». La voz pertenecía al general Dwight D. Eisenhower, comandante supremo del mando aliado, y estas palabras forman parte de la alocución que el 5 de junio de 1944 dedicó a los soldados de la 101.ª y 82.ª divisiones aerotransportadas norteamericanas, cuando en sus C-47 Dakota despegaban de los aeródromos ingleses camino del sur de la península de Contentin. Se acabó el tiempo de la especulación, el juego del engaño -¿Normandía o Calais ?-, la denominada «Operación Overlord» cobraba forma en la hora H del día D y daba comienzo la «Operación Neptuno», la movilización militar más grande que el mundo había conocido: el Desembarco en Normandía.

El eco de la voz de Eisenhower fue amplificado al poco tiempo por la BBC la cual emitió para la Francia ocupada los ya famosos versos de Paul Verlain de la «Canción de otoño»: «Los largos sollozos de los violines del otoño/ Hieren mi corazón con una monótona languidez». Eran las palabras clave dirigidas a las Fuerzas Francesas del Interior para que comenzasen sus acciones de sabotaje. La invasión aliada comenzó al día siguiente y miles de soldados perdieron la vida hasta crear una cabeza de puente que abrió un nuevo frente de guerra que Alemania no esperaba y que fue clave en el camino hacia la victoria contra Hitler. Teniendo en cuenta estos mimbres tan cruentos, épicos y dramáticos, resultaba obligatorio que un medio como el cinematográfico no fijara su interés en un momento tan determinante.

Rodada cuando en París todavía humeaban los rescoldos de las hogueras, «El batallón del cielo» (1947) figura como la primera obra que versa sobre el desembarco y se creó con la intención de levantar el ánimo de las abatidas tropas galas. Dirigida por Alexandre Esway, la película centra su interés en la experiencia de los paracaidistas franceses que tuvieron un papel decisivo en la batalla. El argumento de este filme, concebido como material propagandístico, está basado en el libro homónimo de Joseph Kessel, que después de su participación como periodista y fotógrafo en la I Guerra Mundial y la Guerra del 36, se alistó como voluntario de las fuerzas aéreas británicas después de la invasión alemana a Polonia.

Ateniéndonos a la política industrial y creativa estadounidense, en el año 1962, Hollywood filmó una superproducción relacionada con el desembarco de Normandía a su propia imagen y semejanza: «El día más largo». A modo de crónica documental, esta película relata y recrea el desembarco aliado utilizando coartadas históricas basadas en los noticiarios de la época. Darryl F. Zanuck se encargó de la producción de esta película-río en el que a pesar de su intención documentalista, todo resultaba monumental, incluido el reparto interminable con nombres estelares como los de John Wayne, Robert Mitchum o Henry Fonda, esta recreación fue rodada en blanco y negro en un intento por dotar al conjunto de un tono realista. A pesar de llevar la firma de cuatro cineastas -el británico Ken Annakin, el estadounidense Andrew Marton y los alemanes Gert Oswald y Benhard Wicki-, el verdadero artífice de este megaproyecto fue Darryl F. Zanuck, uno de aquellos productores de la vieja guardia cuyo rol y tomas de decisión en relación al filme resultan muy similares a las que el todopoderoso David O. Selznick aplicó en «Lo que el viento se llevó».

Fuller y su pelotón

En «Uno Rojo, división de choque» (1980) volvemos topar con Zanuck el cual se hizo eco del proyecto gracias al libro homónimo en el que se basa este filme de 1957. El productor anunció esta propuesta que iba a contar con el protagonismo de John Wayne. El responsable de dar sentido e imagen a este proyecto fue Sam Fuller, el cual no dudó en incorporar a la trama experiencias propias. Finalmente, el reparto cobró forma definitiva con la incorporación oportuna del rocoso Lee Marvin en un rol protagonista que contrastaba sobremanera con el joven reparto que incluía a Mark Hamill, Bobby Di Ciccio, Robert Carradine y Kelly Ward. A lo largo de este excelente retrato bélico, asistimos al periplo incierto de una división de choque de la infantería norteamericana dirigida por un veterano de la Primera Guerra Mundial e integrada por un grupo de jóvenes soldados. Normandía es uno de los escenarios que incluye este magnífico filme que, en palabras del experto Quim Casas «está hecho de ruidos, objetos, sudores, espasmos y sentimientos epidérmicos». «Uno Rojo, división de choque» lega en el recuerdo secuencias que encadenan la playa de Omaha, las tierras quemadas de Sicilia y diversos escenarios alemanes sacudidos por la catarsis bélica. Desde la pantalla se asoman los blindados alemanes que aplastan los hoyos donde se esconden los norteamericanos, los preservativos utilizados indistintamente para proteger el cañón de los fusiles del agua salada o los dedos de las manos de la suciedad cuando Marvin y su tropa ayudan a parir a una mujer en las entrañas de un tanque.

Ese tal Ryan

Muchas son las voces que cuestionaron el entramado argumental de «Salvar al soldado Ryan» (1998), pero nadie puede discutir a Steven Spielberg su talento para plasmar en imágenes todo aquello que desea, incluso el horror de la guerra. Además de esa pericia técnica que alcanza un alto grado de paroxismo en la recreación inicial del desembarco de Normandía, varias son las frases-secuencias que revelan la intencionalidad del cineasta. En una de ellas, probablemente la más representativa, topamos con un grupo de soldados alemanes envueltos en llamas y un soldado estadounidense que ha sobrevivido a la masacre de la playa de Omaha grita a sus compañeros: «¡No disparéis; dejad que se quemen vivos!». A partir de estas líneas, Spielberg retrata lo que supone la guerra, una barbaridad en todos los sentidos. La segunda frase -más bien un monólogo- indica el grado de emotividad que alberga el combatiente cuando, en boca de Tom Hanks, revela las dudas y el miedo que ha de asumir: «Cuando acabas matando a uno de tus hombres, te dices que lo haces para poder salvar la vida de dos, tres o diez hombres. Tal vez cientos de ellos.... ¿Sabes cuántos hombres han muerto a mi mando? Noventa y cuatro.... Pero eso significa que he salvado la vida a diez veces más, ¿no? Puede que hasta veinte, no lo sé... Y ya está, así de fácil. Así es como se racionaliza el tener que elegir entre la misión y los hombres. Sólo que esta vez la misión es un hombre. Y ojalá ese Ryan lo merezca, más vale que cuando vuelva cure alguna enfermedad o invente una bombilla de larga duración, porque lo cierto es que no cambiaría a 10 Ryans por ninguno de los hombres que han muerto bajo mi mando».

«Salvar al soldado Ryan» puede ser mostrado como un sensorio manual patriotero en torno a la actitud del ser humano ante la más límite de las situaciones. Dividida en tres bloques, Spielberg nos guió a través de un prólogo apabullante, estremecedor y harto efectista que detallaba, cámara en ristre y provisto de poderosos efectos especiales, el apocalíptico desembarco aliado en la playa normanda de Ohama; un núcleo un tanto sensiblero que describía los avatares de una patrulla yanqui, cuya propagandística misión consistía en hallar en plena guerra al único superviviente de cuatro hermanos soldados y devolvérselo a su madre; y un crudo e inquietante epílogo que invitaba a presenciar la escaramuza definitiva ubicada en un pueblo del Estado francés en ruinas.

Como complemento a «Salvar al soldado Ryan», resulta obligatorio señalar la gran producción televisiva de la HBO de Spielberg y Hank, «Hermanos de sangre», para HBO. La trama de esta ficción gira en torno a la Compañía Easy, integrante de un regimiento al servicio de la 101 aerotransportada -a la que perteneció el famoso Ryan-, desde su entrenamiento, hasta su traslado a Gran Bretaña, pasando por su participación en el día D, diversas acciones militares de mayor o menos enjundia, sus encuentros con el horror nazi y su disolución durante los últimos estertores de la gran guerra.

Garbo, el espía catalán que orquestó el engaño de Normandía

Dirigido por Edmon Roch y guionizado por Isaki Lakuesta, María Hervera y el Roch, «Garbo, el espía» es un excelente documental basado en la figura de Juan Puyol, un hombre enjuto y menudo, de aspecto anodino que gestó el mayor engaño de la Segunda Guerra Mundial. A través de una falsa red de espionaje que puso al servicio del Tercer Reich logró inclinar la balanza hacia el lado de los aliados. Puyol, conocido por los británicos como «Garbo» -por ser considerado el mejor actor del mundo- y «Arabal» por los alemanes, derrotó a Hitler al hacerle creer que el desembarco tendría lugar por el paso de Calais. El documental de Roch recrea al detalle todos estos episodios treinta años más tarde, cuando un escritor inglés de novelas de espías, Nigel West, empieza a dudar de su muerte y lo localiza en Venezuela, donde se ha vuelto a casar y trabaja como profesor de inglés para la Shell. Como buen espía, nadie de su círculo más próximo supo de su labor en la guerra. K.L.