Natxo MATXIN
Mundial de Brasil 2014

La casta dirigente del fútbol también regatea, pero lo hace a nariz tapada

Casi 50.000 millones de euros de inversión, otros 37.000 de ingresos en el sector de bienes y servicios, tres mil que recaudará la FIFA en concepto de retransmisiones y contratos publicitarios, unos 3.000 millones de telespectadores... Cifras mareantes que rodean a un evento futbolístico sin parangón cada cuatro años y que controla con mano de hierro un organismo siempre bajo la sombra de la sospecha y cuyos casos de corrupción siguen aflorando sin parar: la FIFA.

Su poder traspasa fronteras y supera incluso a los gobiernos de los países organizadores. Las férreas condiciones que impone el órgano futbolístico mundial -exención de impuestos y derechos exclusivos de ventas- han llegado a irritar a los máximos dirigentes políticos. Sin ir más lejos, no hace muchos días, la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, expresó su enfado y calificó al presidente de la FIFA, Joseph Blatter, y a su secretario, Jerome Valcke, como «un peso para mí». «Espero que los quiten de mis espaldas», exigió la mandataria brasileña quien, como respuesta a esas malas relaciones, no participó en el congreso que la entidad que gestiona el deporte rey a nivel mundial celebró en Sao Paulo, enviando en su lugar al ministro de deportes.

Podría pensarse que, con esa actitud draconiana, la FIFA no hace sino velar por intereses generales, no tanto particulares. Sin embargo, las sospechas de corrupción que desde hace mucho tiempo flotaban en el aire se han ido materializando en casos concretos que refrendan la versión de que la élite que gobierna dicho organismo lleva años regatendo las leyes a nariz tapada, enriqueciéndose de manera ilegal a costa de que ruede el esférico.

El primer episodio atañe al casi centenario expresidente Joao Havelange, que pasa ahora por un delicado estado de salud, y su yerno, el que fuese máximo responsable de la Federación Brasileña de Fútbol, Ricardo Teixeira. Hace dos años, a la FIFA no le quedó más remedio, a instancias del Tribunal Supremo de Suiza, que publicar un auto judicial en el que se demostraba que ambos recibieron grandes cantidades de dinero en concepto de soborno por parte de la empresa ISL.

Dicha firma, que quebró en 2001, comercializó los derechos deportivos de las competiciones organizadas por «la multinacional», como la tildó anteayer Maradona. El escrito reveló que Teixeira percibió al menos 10,5 millones de euros entre 1992 y 1997, mientras que los emolumentos irregulares de Havelange superaron la cifra del millón.

Esconder sus vergüenzas

No les sirvió de mucho tratar de esconder sus vergüenzas al llegar a un acuerdo con la fiscalía por el que se archivaban las investigaciones y así sus nombres permanecían en secreto abonando una indemnización de 4,8 millones. Tras salir el escándalo a la luz pública, ambos tuvieron que renunciar a sus puestos en organismos deportivos. Teixeira debió abandonar su jefatura en el Comité Organizador del Mundial que comienza hoy, así como la presidencia de la federación brasileña y el Comité Ejecutivo de la FIFA, mientras que Havelange renunció a ser miembro del Comité Olímpico Internacional.

El apellido Havelange no ha dejado de estar exento de polémica. Joana, nieta de Joao e hija de Ricardo, además de directora del comité organizador local de Brasil 2014, compartió a finales de mayo en su cuenta de Instagram el siguiente texto: «No apoyo, no comparto y no me vestiré de negro -acción que están reclamando algunas de las asociaciones que comandan las protestas en el país brasileño- en ningún partido del Mundial. Quiero que la Copa ocurra de la mejor manera. No voy a ir en contra, incluso porque lo que ya tenía que ser gastado, robado, ya fue. Si se quería protestar, se hubiera protestado antes».

La referencia a la sustracción de parte de los presupuestos de las infraestructuras previo aumento de sus costes o el cobro de comisiones insinuada por parte de Joana Havelange le obligó a llamar por teléfono al secretario general de la FIFA, Jerome Valcke, para presentar las correspondientes excusas, según publicó la prensa carioca.

No hace falta que una persona que está inmersa en los entresijos organizativos de un evento que mueve millonarias cifras desplegue tan significativa muestra de sinceridad hacia la corrupción para certificar que esta subyace de manera endémica en las altas esferas futbolísticas. Basta con comprobar el apego al sillón de quienes ocupan esos lugares preferentes como la mejor demostración de que ello es así.

Incluso si ya se ha superado con creces la edad de la jubilación. A sus 77 años, Joseph Blatter dejó caer hace unos días que podría volver a presentarse a la reelección como presidente, con ínfulas incluso de salvador ante aquellos que quieren «que la FIFA desaparezca». Tendrá que batallar, y mucho, para conseguirlo, pues las federaciones europeas ya dejaron patente ayer que no están por la labor, bajo el argumento de que el suizo está demasiado ligado a la palabra corrupción.

Obreros muertos y protestas

No es el único quebradero de cabeza al que deben enfrentarse los dirigentes de la FIFA. La cifra de trabajadores muertos en las obras de construcción de los estadios y las protestas en la calle de varios sectores profesionales por la pérdida de su poder adquisitivo debido a la inflación también les preocupan, al menos de puertas afuera. El ya citado Valcke, segundo de a bordo del organismo futbolístico, tiró de victimismo hace apenas un mes para destacar que se había vivido «un infierno» en los preparativos del Mundial, en alusión a los variados interlocutores con los que se tenía que haber hablado y al cumplimiento de las fechas previstas.

El tirón mediático de un evento de estas características no deja de ser un factor muy importante para la actual maltrecha imagen de una FIFA tocada del ala, pero conviene ser cautos a la hora de asimilar la ingente avalancha informativa. Así, sin ánimo de frivolizar con lo valioso que es una vida humana, mientras en Brasil han fallecido ocho obreros, en los trabajos de los estadios de Qatar ya se evalúan en 400, eso sí, sin que hayan tenido tanto eco en los medios. Del mismo modo, el Partido de los Trabajadores, que gobierna en el país brasileño, ya avisó de la manipulación interesada de las protestas.

La elección de Qatar, el último caso de corrupción

La elección de Qatar como sede mundialista para el año 2022 es el último episodio de corrupción que ha saltado en el seno de la FIFA. El diario británico «Sunday Times» publicó este pasado domingo una serie de pruebas sobre presuntos sobornos en el proceso de designación, que vincularían al expresidente de la Confederación Asiática de Fútbol, Mohammad Bin Hammam, con el pago de cinco millones de dólares. En 2012, dicho dirigente, miembro de la Ejecutiva de la FIFA, fue sancionado de por vida por el Comité Ético.

Ante la polémica surgida, al órgano futbolístico no le ha quedado otro remedio que encargar una investigación, que está siendo coordinada por el exfiscal estadounidense Michael Garcia, quien la ha hecho extensiva al próximo Mundial que se celebrará en Rusia y cuyo informe final se hará público a mediados de julio. A buen seguro que la decisión de la FIFA ha estado motivada, en gran parte, por la preocupación de la mayoría de sus patrocinadores -grandes marcas internacionales- que han exigido que se depuren responsabilidades, si es el caso.

Entre los salpicados, el exmiembro del comité ejecutivo de la FIFA, presidente del comité organizador del Mundial 2006 y presidente honorífico del Bayern, Franz Beckenbauer. «No entiendo tanto revuelo. He explicado ya suficientemente que no soy la persona adecuada para hablar de corrupción», contrapuso. N.M.