Raimundo Fitero
DE REOJO

Sábado

Existen algunas rutinas sabatinas que no se rompen con facilidad. No me cansaré de recomendar «La noche temática» en La 2, un programa que destaca por encima de la media, incluso del canal, por la seriedad y trascendencia de los temas elegidos y por el tratamiento riguroso a base de documentales y reportajes. Es una salvación para casi todos los sábados. El último trataba sobre el descubrimiento del LSD, su uso terapéutico, su prohibición y su consolidación como un compuesto que ayuda a ciertos individuos a entrar en fases de conciencia diferentes a las habituales.

El ácido lisérgico ha tenido mucha literatura, mucha biografía, mucha trascendencia. Aparecía un hombre, ya anciano, convencido desde su categoría de biólogo, de la bondad de este elemento para los seres humanos, de tal forma que siguió fabricando miles de millones de dosis hasta que fue detenido, cumplió condena de cinco años y lo veíamos como un vecino más acudiendo a una tienda a buscar sus cosas. No era un monstruo, ni un narcotraficante, sino alguien que creyó, y cree, según declaraciones, en las bondades de ese compuesto químico.

Pues andaba en esas cuando en un tic imperdonable me caí en «La Sexta Noche», en uno de esos momentos estelares de Francisco Marhuenda, que es cuando repite el catecismo marianista con cara bobalicona, pone siempre los mismos ejemplos, miente, y hace muecas cuando hablan los demás contertulios. De verdad, cuando mueve sus bracitos, gesticula y remeda a los contrarios, es una auténtica marioneta. No metafóricamente, no, sus movimientos parecen dirigidos por hilos invisibles como si fuera un títere. Es patético. Es una de las muestras de la corrupción total, de la connivencia de algunos medios de comunicación con la corrupción absoluta y partidista. ¿Se cayó de pequeño en una marmita con LSD? No, se dio un golpe en la pila bautismal, le curaron con rezos y mejunjes bendecidos de cebolla y panceta. Por eso alucina tanto.

Volví, para salvar la noche del sábado, a La 2, y siguieron recordando como su inventor, Adolf Hofman, la llamó «medicina del alma». Los Beatles le cantaron y la CIA la utilizó en sus fechorías para intentar cambiar voluntades.