Jose Angel Oria

El héroe nacional de Estados Unidos y el hombre roto y desesperado después de Hiroshima

Ayer arrancaba la campaña «Cartas para Obama» en la ciudad de Hiroshima con el objetivo de que el presidente de EEUU visite pronto el municipio que resultó devastado por una bomba atómica lanzada por su país al final de la Segunda Guerra Mundial.

Los voluntarios que participan en esta iniciativa, encabezada por la cadena de televisión local Hiroshima Telecasting, comenzarán a recolectar mensajes de ciudadanos y visitantes cerca de la llamada Cúpula de la Bomba Atómica en el Parque de la Paz de la ciudad, donde hoy se conmemoran 69 años de la tragedia.

Lanzada sobre el centro de Hiroshima en la mañana del 6 de agosto de 1945, se estima que la bomba acabó de forma inmediata con la vida de unas 80.000 personas, mientras que para finales de 1945 se cree que los muertos se elevaban ya a unos 140.000 y que las víctimas por la radiación en los años posteriores fueron muchas más.

Cada mensaje que se escriba en la campaña será remitido al presidente Barack Obama para que visite la ciudad. «Obama tiene una gran influencia sobre el mundo. Si transmite un mensaje para abolir las armas nucleares desde un lugar que fue bombardeado, creemos que no es imposible hacer realidad un mundo sin armas atómicas», reza la campaña.

Cada año el Parque de la Paz de la ciudad recibe unos diez millones de grullas de papel de todos los rincones del mundo en honor a Sadako Sazaki, una niña que se convirtió en el símbolo del horror atómico. La pequeña conmovió al mundo en su intento de lograr hacer 1.000 grullas de papel antes de morir consumida por la leucemia en 1955 -una década después del lanzamiento de la bomba-, cuando contaba solo 12 años. La niña trataba de hacer realidad una leyenda japonesa que asegura que quien haga mil grullas de papel recibirá un deseo por parte de una grulla, animal sagrado en la tradición nipona.

Los responsables de la iniciativa de las cartas insisten en que no se trata de exigir una disculpa o de echar en cara lo ocurrido a EEUU, sino de transmitir un mensaje «proactivo y positivo que diga: `Por favor, compruebe cómo se ha reconstruido Hiroshima a día de hoy. Busquemos la manera de construir una paz duradera'».

Es poco probable que el primer presidente negro de EEUU les haga caso porque, por encima de cualquier otra consideración, Obama es el máximo responsable del Estado que llevó a cabo aquellas masacres nucleares, que las maquilló todo lo que pudo para ocultar su propia inhumanidad y que, por poner solo un ejemplo, hoy en día sigue armando y financiando al Ejército israelí para que mate civiles palestinos cada día.

El «héroe nacional»

Acaba de fallecer el último sobreviviente de la tripulación del Enola Gay, el avión que lanzó la primera bomba atómica, la de Hiroshima. Theodore Van Kirk, también conocido como «Dutch», murió el lunes 28 de julio en Georgia, en el sur de EEUU. Murió a los 93 años «por causas naturales».

Con 24 años en aquella época, Van Kirk era el navegante del Enola Gay, un bombardero B-29 Superfortaleza. El avión dejó caer al artefacto bautizado como Little Boy en Hiroshima a las 08.15 horas del 6 de agosto de 1945, provocando la muerte de 140.000 personas. Esa fue la primera vez en la historia que se utilizó una bomba atómica contra una ciudad. La segunda, lanzada por la misma potencia, fue tres días después en Nagasaki, donde murieron unas 80.000 personas. Para ayer estaba previsto el funeral de Van Kirk en su ciudad natal, Northumberland, ubicada en Pennsylvania (nordeste). El entierro tuvo lugar en una ceremonia privada, según informó la cadena CBS.

«La misión salió a pedir de boca», dijo el propio Van Kirk en una entrevista en 2005. Guió al bombardero en medio de la noche, «con un retraso de sólo 15 segundos», dijo. Cuando la bomba de 4.082 kilos caía sobre la ciudad dormida, él y los demás tripulantes esperaban escapar con vida. No sabían si la bomba iba a explotar y, si lo hacía, si la onda expansiva destruiría o no el avión. Así que empezaron a contar -mil uno, mil dos...- hasta llegar a los 43 segundos que les informaron demoraría en detonar, y lo que hubo fue silencio. «Creo que todos en el avión concluyeron que no estallaría. Parecía mucho más tiempo de los 43 segundos», recordó Van Kirk. Entonces llegó un enorme fogonazo de luz. Y luego una onda de choque, y después otra.

«Theodore Van Kirk reiteró ayer que `lo volvería a hacer' si estuviera `bajo las mismas circunstancias que teníamos en la Segunda Guerra Mundial'», escribía en este diario Txisko Fernandez hace cuatro años. El autor añadía que «este razonamiento podría ser utilizado también por cualquier militar que participase en el holocausto europeo que tuvo lugar en aquella misma contienda. No obstante, estoy seguro de que, a día de hoy, la mayoría de los medios de comunicación no tratarían a un antiguo oficial nazi como han hecho con este militar estadounidense», agregaba el periodista.

Ni a un antiguo oficial nazi, ni al soldado estadounidense que, en lugar de convertirse en «héroe nacional» y vivir de ello, no pudo superar el enorme cargo de conciencia y prefirió cuestionar la política militarista y nuclear impuesta por sus gobernantes. Me refiero a Claude Eatherly, aunque similares reflexiones se podrían hacer en torno al soldado Bradley Manning (Chelsea Elizabeth Manning en la actualidad), al analista Edward Snowden, al periodista Glenn Grenwald y a muchos otros.

El hombre roto y desesperado

«Claude Eatherly ni siquiera iba en el Enola Gay, argumentaban sus compañeros de escuadrón -escribía unos meses después, en diciembre de 2010, Juan Forn en el diario argentino «Página 12»-. Es cierto: iba en otro B-29, el que sobrevoló la zona minutos antes, sopesó las condiciones meteorológicas y dio al comandante del Enola Gay las coordenadas exactas del puente que unía el cuartel general del Ejército nipón con la ciudad de Hiroshima. Ese era el supuesto objetivo (la tripulación ignoraba el poder de la bomba atómica). Un cambio brusco en las nubes produjo un error de cálculo y la bomba cayó a 300 metros del puente, haciendo impacto en el hospital más grande de la ciudad. Eatherly no participó en el vuelo a Nagasaki tres días después, pero se sintió involucrado igual: muchos de los heridos de Hiroshima estaban en hospitales y salas de auxilio de Nagasaki en el momento en que cayó la segunda bomba».

Los miembros del escuadrón fueron recibidos como héroes al volver a EEUU, pero Eatherly no estaba en las condiciones necesarias para poder participar en festejos. Aunque objetivamente pudiera decirse que era el menos culpable de todos, no pudo soportarlo: pidió la baja en 1947. «La culpa lo abrumaba», afirma Forn. Enviaba a Hiroshima sobres con su paga del Ejército, intentó suicidarse varias veces y trató de hacerse encarcelar cometiendo pequeños delitos.

La Fuerza Aérea intervino en cada ocasión y en 1958 «convenció» a Eatherly de que se internara voluntariamente en el pabellón siquiátrico del Hospital de Veteranos de Guerra de Waco, Texas.

La aportación de Günther Anders

Forn recuerda que «en un error que después lamentaría la Inteligencia Militar norteamericana, se permitió que la revista «Newsweek» publicara un suelto sobre Eatherly y su internación. Ese artículo fue leído en Austria por el filósofo y activista antinuclear Günther Anders, que había sido el primer marido de Hannah Arendt, había sobrevivido al Holocausto y venía de escribir en esos días un libro sobre Hiroshima». Anders se dio cuenta de que tenía ante sus ojos un ejemplar único y procedió a escribirle a Eatherly una carta que generó una conmovedora respuesta. Ambas cartas se publicaron juntas, en Alemania y en Japón primero, y luego en los diferentes países del mundo como parte de la campaña antinuclear.

«El hecho de hacer daño a un solo hombre (y no estoy hablando de darle muerte), pese a ser algo concebible, no es fácil de `superar' -le escribió al piloto el activista antinuclear-. Pero aquí se trata de algo completamente distinto. Usted tiene la desgracia de haber dejado detrás de sí 200.000 muertos. ¿Y cómo iba a ser posible sentir dolor por la muerte de 200.000 personas? ¿Cómo iba a ser posible lamentar algo semejante? No sólo usted es incapaz de hacerlo, nosotros tampoco podemos, nadie puede hacerlo. Por más que lo intentemos, aquí el dolor y el arrepentimiento son impotentes. Así pues, Eatherly, usted no tiene la culpa de que sus esfuerzos sean inútiles. Esta inutilidad es consecuencia de lo que denomino el carácter radicalmente nuevo de nuestra situación, a saber: el hecho de que, en cierto modo, podemos producir más de lo que somos capaces de representarnos; el hecho de que los efectos resultantes de los instrumentos que nosotros mismos hemos producido son tan grandes que ya no estamos preparados para representárnoslos. Tan grandes que ya no podemos concebirlos, tan grandes que ya no podemos hacerles frente. No se reproche usted que su arrepentimiento sea insuficiente. Sólo faltaría eso. El arrepentimiento no puede bastar. En cambio, el fracaso de sus intentos es algo que evidentemente usted debe experimentar y soportar diariamente: solamente esta experiencia del fracaso puede sustituir al arrepentimiento, sólo ella puede evitar que volvamos a enredarnos en hechos tan monstruosos. Así pues, dado que sus esfuerzos son inútiles, es perfectamente comprensible que usted reaccione con pánico y desorientación. Incluso podría decirse que esta reacción es signo de su salud moral, pues demuestra que su conciencia sigue viva».

Gracias al judío Anders el mundo ha conocido el caso de Eatherly, del militar que supo escuchar a su propia conciencia en lugar de acallarla con la versión oficial del Ejército, que viene a decir que la bomba atómica sirvió para salvar millones de vidas. Hay que destacar que era judío, porque en estos días de masacres palestinas diarias la comprensible indignación causada lleva a más de un lector a confundir judío con sionista, y mezclar conceptos de ese modo solo nos puede llevar a la ruina, a perder posibles aliados tomándolos por enemigos. ¡Qué poco duraría un tipo como Claude Eatherly en la, dicen, «patria de los judíos» de hoy!

Paciente completamente enajenado

El filósofo y colaborador de GARA Santiago Alba Rico se refirió a Eatherly en su libro «Capitalismo y nihilismo. Dialéctica del hambre y la mirada». Así explica hasta qué punto de desesperación llegó Eatherly: «A partir de 1953, emprende una singular carrera de delincuente. Eatherly, en efecto, entra en un comercio o en una farmacia armado de una pistola que luego se descubrirá de juguete, encañona al cajero y le conmina a depositar la recaudación en una bolsa de papel; luego sale tranquilamente, con una cierta parsimonia exhibicionista, deja la pistola y el botín en la puerta y se deja prender por la Policía. Cada vez que hace una cosa así, es conducido al hospital militar de Waco, donde los siquiatras describen muy científicamente su caso: `Paciente completamente enajenado de la realidad. Miedos, crecientes conflictos internos, pérdida de los sentimientos, ideas fijas'». En esa época aún creía merecer la cárcel.