Los directores Iain Forsyth y Jane Pollard han dado con la llave oportuna que nos ha permitido acceder al muy particular universo creativo de ese gran trovador de lo oscuro que es Nick Cave, un artista ligado al cine en diversas facetas –guionista de los filmes de John Hillcoat, cameos musicales como el que realizó para Win Wenders en “El cielo sobre Berlín” o componiendo junto a Warren Ellis la hipnótica banda sonora de “El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford”– y que en esta ocasión se ha convertido en el eje central alrededor del cual gravita este atípico acercamiento a su rutina vital y creativa en la que lo onírico adquiere una dimensión cuasi lynchiana, sobre todo gracias a un envoltorio visual que se amolda a la perfección a su estilo musical. Es una lástima que los autores no hayan apostado por un mayor riesgo y hayan recurrido a tópicos ligados a los desórdenes emocionales y sicológicos que acompañan a su protagonista. Por contra la ya de por sí poderosa personalidad de Cave termina por gobernar un proyecto animado por brillantes monólogos, sus recuerdos en compañía de su grupo The Bands Seeds y las conversaciones imaginarias que el protagonista comparte con su excompañera sentimental –Kylie Minogue– o con su colaborador y amigo Warren Ellis. Pero sin duda, lo más logrado de este paseo en compañía de Nick Cave radica en la perfecta atmósfera que envuelve al autor, y la oportunidad de escuchar sus canciones y disfrutar del contenido de sus letras en un hábitat natural que nos coloca al filo de la pesadilla.