Mikel Zubimendi
Análisis | Levantamiento popular en Burkina Faso

Thomas Sankara sigue inspirando al «País de los hombres íntegros»

Veintisiete años después de su muerte y enterramiento en extrañas circunstancias, Thomas Sankara ha sido reivindicado en el levantamiento popular de Burkina Faso que ha derrocado al presidente Blaise Compaoré, principal sospechoso de haber ordenado matarlo.

Burkina Faso «explotaba» la semana pasada. Un levantamiento popular con decenas de miles de personas ocupando las calles, incendiando el Parlamento y otros edificios gubernamentales y obligando a marcharse a Blaise Compaoré, el presidente durante los últimos 27 años. Las imágenes mostraban una realidad revolucionaria, el momento en el que la voluntad de miles personas converge para derribar un Gobierno. Las masas dijeron: ¡Ya basta! y decidieron eliminar todo lo que se interponía en su camino. Ni siquiera el miedo a la represión de Estado las paralizó. De hecho, algunos ya se han referido a lo ocurrido en Burkina Faso como la chispa de la «Primavera Negra» -en referencia a la Primavera Árabe-.

Durante las violentas protestas, muchos de los manifestantes portaban imágenes del legendario líder burkinés Thomas Sankara, muerto en 1987 y enterrado en extrañas circunstancias, rápidamente, tras un golpe de Estado dirigido por el Blaise Compaoré y auspiciado por la potencia imperial, el Estado francés, entonces presidida por François Mitterrand. Muchos burkineses que se estos días han tomado las calles recordaban a Sankara, buscaban en él, en su visión política y en su obra, inspiración y ejemplo.

¿Pero quién es Sankara, el denominado «Che Guevara africano»? ¿Cuál fue su política y su legado? Nacido en 1949 en la colonia francesa conocida entonces como Alto Volta, Sankara hizo carrera militar, creo la Unión de Oficiales Comunistas y se convirtió en jefe de Estado tras un golpe militar en 1983. Inmediatamente cambió el nombre al país y pasó a llamarse Burkina Faso -que en la lengua mooré significa «país de los hombres íntegros»-. Pero su legado, sin duda, va más allá de los gestos simbólicos.

Puso en marcha uno de los programas revolucionarios más radicales de la historia de África. Nacionalizó la tierra y la repartió, hizo lo mismo con las riquezas minerales, cortó con el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial y frente a la ayuda de Occidente y a la «nueva colonización de la deuda impuesta», lo apostó todo por la construcción de un nuevo país basado en la gestión independiente y con orientación socialista de los recursos humanos y naturales. Prácticamente erradicó el hambre, priorizó la salud y la educación. Vacunó a millones de niños, los alfabetizó y se dedicó por completo a mejorar el estatus de la mujer en su país. Bajo su gobierno se prohibieron la mutilación genital femenina, las bodas forzadas, la poligamia y otras prácticas que atentan contra la dignidad de la mujer. Fue el primer jefe de Estado en elevar a la mujer a puestos claves de Estado y del Ejército.

Antiimperialista y panafricanista, gran seguidor del Che Guevara y amigo personal de Fidel Castro, acudía en bici a las reuniones del Gobierno -hasta que le «obligaron» a utilizar un Renault 5- y en el momento de su muerte solo tenía 350 dólares en su cartilla. Era una persona decente, querida por su pueblo y admirada por las gentes de toda África. Sankara no se opuso al imperialismo por opción ideológica o cálculo político sino que buscó el desarrollo de su gente desde sus propios recursos y los de su tierra, quiso que se sintieran orgullosos de lo que eran y confiaran más en sus propias fuerzas que en los préstamos y las ayudas de Occidente.

«Nuestra lucha por la independencia y el bienestar de nuestros pueblos es tachada de insumisión, y el saqueo que ellos hacen de nuestras riquezas se llama obra civilizadora. Así escriben ellos la historia y así la aprende la mayor parte de la Humanidad», decía Sankara, que en sus escasos cuatro años de gobierno encendió todas las luces rojas en la antigua metrópoli. Burkina Faso era una chispa que podía prender un enorme incendio en el continente africano, era un ejemplo a seguir. Y París nunca se lo perdonó.

La mañana del 15 de octubre de 1987, a sus 37 años, lo mataron durante un golpe de Estado dirigido por el hasta entonces su amigo íntimo, Blaise Compaoré.

No obstante, puede decirse que Sankara se ha tomado «su venganza sobrevenida». Su imagen y su fuerza vuelve a estar presente entre las nuevas generaciones. Estas han derrocado a Compaoré y no están dispuestas a que la casta militar encabezada por el jefe de seguridad del derrocado presidente se apodere de una victoria que es del pueblo burkinés. Asimismo, han dado un aviso a navegantes para tantos y tantos tiranos y dictadores africanos que siguen perpetuándose en el poder.

Dice el proverbio africano que hasta que los leones tengan sus propios historiadores, las historias de cacerías seguirán glorificando al cazador. África ha tenido líderes del calibre de Sankara, o de Nelson Mandela, Amílcar Cabral o Patrice Lumumba que se preocuparon por liberar a su países de las históricas ligaduras que impedían su pleno desarrollo independiente. Su legado debe estar siempre presente, merece reconocimiento, no vaya a ser que «rebeldes» blandiendo machetes y secuestrando niños ocupen su lugar.