Mikel INSAUSTI
CRíTICA: «Dos tontos todavía más tontos»

Es mejor tomarse el paso del tiempo como un chiste

Lo mejor de la tardía secuela de «Dos tontos muy tontos» es el comienzo y el final, mientras que lo que queda en medio viene a ser la nata montada que nunca ha de faltar en toda tarta arrojadiza. A nadie le amarga un dulce, y ya es cuestión de cada espectador decidir si quiere que le estampen el pastel en plena cara o no. Yo me he relamido de gusto, y me he reído igual que me reí con los originales «Dumb and Dumber» veinte años atrás. Ya solo por esa genial introducción, a la que le corresponde un sorprendente cierre no menos divertido, ha merecido la pena este come back de los hermanos Farrelly y Jim Carrey.

No meto en el lío a Jeff Daniels, porque es un actor cuyo éxito nunca ha dependido de la comedia, al contario de su compañero de reparto y quienes les dirigen. Peter, Bob y Jim no atraviesan por un momento ni mucho menos boyante en sus respectivas carreras, así que les ha venido muy bien volver a reunirse para juntar fuerzas de nuevo. Ellos siguen siendo en el fondo los mismos bromistas, por lo que no han querido variar su estilo de humor característico. Es el público el que ha cambiado, y al que este tipo de comedia gamberra le puede parecer demasiado ingenua para los tiempos que corren, con unos chistes escatológicos y la habitual incorrección en torno a las minusvalías que se pasa de franca y transparente, sin dobleces ni nada que ocultar. Dejan la idiotez humana, y en eso no se diferencian tanto del cine de autor de Lars Von Trier, completamente al descubierto.

Lo que más me gusta de «Dos tontos todavía más tontos» es que no se toma en serio el paso del tiempo, al comparar la existencia misma con una broma pesada o un mal chiste. Desde la loca perspectiva de los protagónicos Lloyd y Harry las dos décadas transcurridas entre una y otra película no son nada. Cuando se ven inmersos, en la tradición de los Marx, en un contexto que les es del todo ajeno y que les hace sentirse como peces fuera del agua, su reacción es la de un par de niños grandes. Por eso su accidental presencia en el congreso científico se convierte en la negación del progreso.