Dabid Lazkanoiturburu

Nada nuevo bajo el sol alpino para Siria

La jornada inaugural en la localidad de Montreux y los movimientos previos han respondido a lo que se esperaba. Cada parte de este complejo y sangriento puzzle marca sus posiciones en la mesa e intenta debilitar las de sus rivales, aunque sea a codazos.

Dabid Lazkanoiturburu (Gorka RUBIO/ARGAZKI PRESS)
Dabid Lazkanoiturburu (Gorka RUBIO/ARGAZKI PRESS)

Dos días antes de la cumbre, EEUU desautorizaba ni más ni menos que al secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, y le obligaba a retirar la invitación a Irán para participar en la conferencia. A Washington le había costado lo suyo arrastrar a parte de la oposición siria en el exilio. La presencia del principal sostén regional del presidente sirio Al-Assad era «casus belli» para la debilitada Coalición Nacional Siria.

24 horas antes del arranque de la cumbre, Qatar, en concreto tres exfiscales internacionales que trabajan por encargo de Doha, se sacaba de la chistera un informe que certificaría la matanza y posterior desaparición de 11.000 prisioneros sirios en las mazmorras del régimen. Todo un golpe de efecto para minar la posición de la delegación gubernamental siria, que se apresuraba a desmentir la acusación.

Apuesto a que, como ocurrió con el ataque con armas químicas en Ghuta en agosto, nunca sabremos si el informe es cierto o responde a la guerra de propaganda, tan sucia como la paralela guerra que asola a Siria. Los que apoyan a unos o a otros lo tienen claro. El maniqueísmo elevado a cuestión de fe. Y los paganos volvemos a ser los medios que, como este, ofrecimos, con todas las cautelas y reservas explicitadas, la información. Servidores del imperio para unos, pacatos acomplejados para otros.

El guión se repetía hoy en el hotel Petit Palais. El ministro de Exteriores sirio, Walid Mouallem, unificó a la heterogénea oposición siria como «terroristas mercenarios» mientras esta insistía en exigir como condición previa la salida del poder de Al-Assad. Volvía a contar para ello con la ayuda del secretario de Estado de EEUU, John Kerry, que tildaba de «inimaginable» que el presidente sirio pueda seguir gobernando. Si se trata de otra línea roja de Obama cabría recordar que el inquilino de la Casa Blanca ya dejó que fuera pisoteada en Ghuta. Todo apunta a que, de momento, el objetivo es apuntalar la posición de una oposición –valga la redundancia– que necesita mostrarse fuerte si no quiere que los sirios que rechazan al Gobierno de Damasco, civiles y/o armados, le escupan definitivamente a la cara.

Rusia, cómoda en su posición, instaba a no acelerar las cosas y recordaba que el acuerdo en la conferencia Ginebra I, celebrada en 2012, se limitaba a apostar por un gobierno de transición consensuado por las dos partes pero sin condiciones previas.

Así las cosas, y habida cuenta del nudo gordiano que atenaza la resolución de la crisis, la propia ONU ya ha adelantado que su objetivo es lograr un alto el fuego parcial y localizado y una sucesión de gestos de cara a permitir abrir una ventana a la distensión que facilite la celebración a futuro de unas difíciles negociaciones políticas.

Un magro resultado pero que sería un indudable avance en la humanización de un conflicto que hace años perdió todo rastro de humanidad. Que nació como un grito humano a favor del cambio y ha acabado convirtiéndose, por decisión consciente de los unos y por cálculos catastróficos de los otros, en un infierno.