CHE GUEVARA: SUS MANOS, ANTES QUE SU CUERPO
El rector de la Universidad de Ciencias Médicas de La Habana, Jorge González, participó en el hallazgo de los restos de Ernesto Guevara en Bolivia, treinta años después de su ejecución. Los dientes y las manos fueron claves en su identificación.

Octubre de 1967. Día 8 en el calendario. Ernesto Guevara, Che, es capturado en una emboscada en Bolivia. Está herido. Un día después, el 9 de octubre, dos rangers bolivianos lo ejecutan en el pueblo de La Higuera. Su cadáver es trasladado a una granja cercana de Vallegrande, donde las fuerzas armadas que lo persiguieron instalaron un aeródromo. Su cuerpo fue expuesto públicamente para mostrarlo a campesinos y varios periodistas que captarían las imágenes de sus restos que desde entonces permanecen en la memoria colectiva. El guerrillero yace sobre el mostrador de cemento de la lavandería del hospital Nuestra Señora de Malta. Es la última vez que sus restos son contemplados en treinta años, antes de hacerlos desaparecer. Las autoridades del país enterraron el cuerpo de forma clandestina; una autopsia acelerada y el cadáver del Che Guevara se esfumó sin más. Los rumores se desataron en los años posteriores: que si pudo haber sido incinerado, que si un helicóptero lo lanzó a la selva boliviana...
No fue hasta 1995 cuando comenzaron las labores de investigación sobre los cuerpos de los guerrilleros que murieron en esas fechas. Jorge González, actual rector de la Universidad de Ciencias Médicas de La Habana, participó en aquellas labores de búsqueda. Fue ese año cuando el entonces presidente de Bolivia, Gonzalo Sánchez Losada, legalizó la posibilidad de la repatriación de los restos del Che a través de un decreto real. El objetivo era hallar los cuerpos de 36 guerrilleros que combatieron junto a Guevara, entre los que había ciudadanos cubanos, bolivianos y peruanos, algunos de los cuales eran civiles. Un equipo de antropólogos argentinos comenzó en diciembre de ese año los trabajos, que fueron dirigidos después por el propio González. Una ardua tarea que se prolongó hasta 2001 y en el marco de la cual se hallaron 31 de los 36 cuerpos desaparecidos en 23 fosas diferentes.
El cadáver del Che había sido enterrado 28 años antes en la pista de aviación de Vallegrande. Los trabajos para hallarlo fueron complicados, pero no su identificación, que resultó relativamente fácil, según relata González. «Le puedo decir que nunca en mi vida había trabajado en un caso de identificación en el que tuviera tantos datos como en el de Che Guevara. Teníamos desde una radiografía dental que se había hecho en el 54 en Bolivia, hasta un molde de su dentadura, cosa atípica en aquella época», detalla.
Transformación
El caso del Che era especialmente atípico. Su marcha a otros países para combatir con diferentes guerrillas le llevó a realizar un profundo proceso de transformación para no ser reconocido por los servicios policiales en aduanas y aeropuertos, y poder así atravesar fronteras sin ser identificado. Le colocaron una sobredentadura –«le hicieron unos dientes sobre sus dientes»– para cambiar su aspecto facial, se colocó unos lentes, unas alzas en los zapatos para parecer más alto y que cambiar su forma de caminar, una giba en la espalda y la cabeza «pelada» para que aparentara ser una persona de una edad mucho mayor a la suya. «La transformación llegó hasta tal punto que al ser presentado ante compañeros que habían combatido con él nunca llegaron a reconocerle. Ni siquiera sus hijos lo identificaron», afirma. Jamás hubo registros de ningún servicio policial o de Inteligencia en todo ese periodo que hubiera detectado la presencia del Che y su paso por aeropuertos a pesar de ser una persona muy buscada.
El equipo de González tenía un molde de su dentadura que contribuyó a una identificación exacta. «No es posible encontrar a dos personas que tengan exactamente la misma forma del diente, las mismas medidas del diente o las mismas posiciones del diente», asegura. Los investigadores poseían un estudio antropológico dental del Che con una odontometría de sus dientes, por eso su identificación resultó ser la menos difícil. Sin embargo, la CIA exigió una identificación científica del cuerpo, que fuera más allá de apreciaciones.
El 9 de octubre de 1967, después de que los periodistas y fotógrafos hubieran desaparecido de aquella «capilla ardiente» del guerrillero en el hospital de Nuestra Señora de Malta, el Ejército boliviano amputó las manos del cadáver antes de enterrarlo de forma secreta y anónima. Entonces cuando un grupo de expertos argentinos llevó hasta Bolivia las huellas dactilares del Che obtenidas en un pasaporte. Había que cotejarlas con las huellas del cadáver. Las extremidades fueron conservadas en formol, «en lugar de en alcohol, que hubiera sido lo correcto». «Eso suscitó críticas por parte de los peritos argentinos, porque el formol deshidrata y tuvieron que rehidratar ambas manos», dice. Por ese, 28 años después, el equipo de González identificó un cuerpo que ya estaba identificado por la CIA. Las manos permanecieron guardadas en la bóveda del Banco Central de Bolivia bajo control del Ministerio de Gobierno de Bolivia hasta que Antonio Arguedas, ministro de Gobierno entonces, sustrajo las manos y una copia del diario del Che y se las entregó a Cuba. «Lo primero que llegó a La Habana antes que el cuerpo fueron las manos del Che», concluye.

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