Como quiera que tanto unos como otros tienen su razón, vayamos a lo real y concreto. El día que se escriba la historia del fútbol vasco, en el curriculum colectivo, esta Supercopa de 2015 aparecerá justo detrás de la Copa de 1987, cuando la Real Sociedad ganó a los penaltis al Atlético en Zaragoza con aquella parada de Luis Arconada. El portero ya es aitona ahora, y entonces más de medio once del Athletic de ayer no había nacido siquiera. Con eso se dice todo. 28 años es un mundo.
Desde entonces han pasado varias generaciones de excelentes futbolistas vascos: Julen Guerrero, Joseba Etxeberria o Alkorta hicieron segundo en la liga al Athletic, igual que Xabi Alonso, De Pedro o Aranburu años después a la Real. Karmona y Pablo encarnaron como nadie el espíritu de aquel Alavés que rozó un título europeo en la memorable final contra el Liverpool. Y Krutxaga y Puñal condujeron a Osasuna a las puertas de un título de Copa en la prórroga ante el Betis.
La lista se puede ampliar todo lo que se quiera, y daría fe de lo difícil que es hoy día conseguir un título, sea mayor como los que se han rozado tantas veces o sea tan menor como este. Por eso, el valor de esta Supercopa es sobre todo el fetiche; acabar con una era en la que ser subcampeón suponía ya triunfar porque no cabía soñar con más. Ahora, que no haya que esperar otros 28, que no se nos haga 2043.