Jaime IGLESIAS
MADRID
Elkarrizketa
PETRI TAMMINEN
ESCRITOR

«En Finlandia te educan para hacerte sentir responsable de todo»

Nacido en Helsinki en 1966, es uno de los escritores con mayor reputación crítica de Finlandia. La editorial vasca Meettok acaba de publicar en castellano «Novela negra», una irónica reflexión sobre los miedos que anidan en la sociedad finlandesa servida a través de un hilarante relato policiaco protagonizado por un inspector decidido a recobrar las ganas de vivir y, de paso, devolvérselas a sus semejantes.

En mitad de uno de los inviernos más gélidos que se recuerdan, un peligroso criminal amenaza la rutina de una anodina región finlandesa ¿Su delito? Socavar la moral, ya de por sí bastante débil, de sus habitantes a través de comentarios y acciones que les dejan sumidos en una incurable depresión.

Sobre esta base argumental, y parodiando el canon narrativo de la novela policiaca escandinava, Petri Tamminen teje un relato filosófico sobre el alma finlandesa.

 

¿Por qué optó por este título para su novela? ¿No cree que puede generar confusión más allá de la ironía que atesora?

Yo soy muy malo para elegir títulos. De las once novelas que tengo publicadas, mi editor escogió el título para nueve de ellas y en esta ocasión fue mi tía la que me lo sugirió. Según ella, dado que el protagonista de la obra es un policía, si apelaba, ya desde el título, a un género como la novela negra, conseguiría atraer a un mayor número de lectores.

A mí, sinceramente, se me hace raro intentar definir este relato como una novela policiaca pero me pareció una buena idea llamarlo así, primero porque se trata de un título bastante aséptico y ese es justo el tono que tiene la narración y segundo porque estoy un poco cansado de que, como no saben en qué genero encuadrar mis obras, en la cubierta posterior de mis libros siempre meten frases como ‘esta es una novela que le hará ver la vida con otros ojos’, frases que me parecen manidas y vacías de significado. Así que pensé que un título como “Novela negra” obligaría a mis editores a usar otras frases mucho más atractivas como reclamo.

Siempre se ha dicho que la novela negra posee un importante componente social, pero usted se sirve del género para crear un relato existencial, casi filosófico ¿Por qué?

Bueno, este libro surge de una experiencia personal. Yo soy consciente de que vivimos en una sociedad donde las cosas marchan más o menos bien, hay un orden, una seguridad, tenemos una serie de derechos… y, sin embargo, eso no quita para que tres o cuatro veces a la semana me despierte angustiado en mitad de la noche pensando que vivimos rodeados de peligros y que eso de que las cosas van bien es mentira, que en el fondo esta sociedad da asco. Y creo que eso no me pasa solo a mí sino que está en el ADN de los finlandeses. Por eso, cuando la ONU dice que somos el país del mundo con mayores tasas de felicidad a nosotros nos genera incredulidad. ¿Sobre qué indicadores se ha hecho ese estudio? Basta con viajar al sur de Europa para percibir que el nivel de energía que atesora un finlandés medio es un tercio del que despliegan los italianos o los españoles. El policía protagonista de mi obra, cuando busca al responsable de la desmoralización que atenaza a la mayoría de sus conciudadanos, lo que hace es buscar aquellas respuestas que le hagan comprender la naturaleza de su propia alma.

El hecho de que el antagonista sea un delincuente cuyo crimen es deprimir y humillar a sus semejantes, ¿se puede asumir como metáfora de que nuestro mayor enemigo está dentro de nosotros?

En parte sí. Hay una palabra finlandesa que define muy bien nuestra idiosincrasia: sisu. Se trata de un concepto que define la necesidad de perseverar aunque no tengas fuerzas para seguir adelante. Es una idea muy inspiradora a condición de que las cosas funcionen correctamente, si algo se tuerce en tu vida, los finlandeses somos muy dados a cuestionarnos incluso nuestra propia capacidad para seguir adelante. Vivimos con el miedo de que algo pueda fallar porque eso nos conduce, inmediatamente, a preguntarnos en qué nos hemos equivocado.

¿Por qué cree que los finlandeses son víctimas de esa aprensión?

Confluyen varios factores. En primer lugar somos un país con una población escasa que, por si fuera poco, está muy diseminada en un territorio bastante vasto. Al no vivir agrupados carecemos de referentes próximos a la hora de saber si nos estamos adaptando bien, o no, a las normas sociales y por eso nos preocupa tanto el qué pensarán de nosotros nuestros vecinos. Por otro lado, desde que eres un crío, en la escuela te educan para que seas responsable de todo cuanto ocurre a tu alrededor. En otras culturas prima un sentido colectivo de la responsabilidad y eso facilita la gestión del fracaso, pero en Finlandia la culpa se gestiona individualmente. Eso nos lleva a dejar de hacer muchas cosas por temor a hacerlas mal. Un amigo italiano me decía que en su país está muy mal visto estar en clase y permanecer callado a lo largo de todo el curso. En Finlandia es justo al contrario, lo que resulta vergonzoso es intervenir en clase sin que te inviten a hacerlo.

Ese miedo a la penalización que conlleva el fracaso, ¿cree que se trata de un imperativo social que contribuye a acrecentar nuestra sensación de vulnerabilidad?

Sí, por eso creo que es importante saber tolerar la inseguridad y la debilidad en el prójimo, me parece una urgencia social. También considero que deberíamos aprender a relativizar las cosas y a dejar de personalizar los errores. A mí me da mucho placer ver un partido de fútbol en la televisión sueca y comprobar cómo se asume que si el equipo nacional está jugando mal es porque el rival lo está haciendo mejor. En Finlandia cuando nuestra selección recibe un gol los comentaristas siempre terminan por analizar las causas del mismo atendiendo a los fallos cometidos por tal o cual jugador que, como tal, quedan señalados.

Pero, ¿no cree que, en el fondo, se trata de un argumento que trasciende fronteras y que aparece vinculado a la cultura del éxito?

Puede ser. De hecho, esa necesidad de concitar la aprobación del vecino que antes te comentaba, podemos verla hoy reproducida a escala global en las redes sociales. Tengo una hija de 17 años y me horroriza ver sus esfuerzos por definir su identidad a partir del modo en que es percibida por los demás en Instagram o Facebook. Eso es algo que me mantiene alejado de este tipo de canales de comunicación.

En este sentido, su novela también funciona como parodia del relato policiaco tradicional toda vez que éste suele culminar con un éxito, representado por la resolución de un misterio, mientras que en su libro ese enigma al que se enfrenta el policía se revela irresoluble.

Sí, justamente por lo que te decía antes, porque no me gusta valorar la pertinencia de una acción en función del nivel de éxito alcanzado en la consecución de un fin. Estamos acostumbrados a que las novelas concluyan con una revelación o con un cataclismo, yo sin embargo, con ese final reivindico la importancia de aceptar las cosas como son, lo cual, en sí mismo también representa un triunfo, porque no es fácil asumir que ese misterio al que te has enfrentado, lejos de esclarecerse, te va a acompañar el resto de tus días. Por otro lado la investigación que lleva a cabo el protagonista del libro es solo una excusa para aproximarme a la angustia inherente al invierno finés. La mayoría de las novelas finlandesas transcurren en verano, es norma, es la época en la que los finlandeses viven y, de hecho, es con la llegada del verano cuando mi protagonista asume la naturaleza enigmática del caso que ha investigado, acepta las cosas como son y deja de atormentarse.

¿Esto justificaría el modo prolijo y detallado en el que usted descubre la climatología finlandesa y ese invierno de oscuridad casi permanente?

Sí, pero en el fondo es muy difícil tratar de explicar la oscuridad. Es una sensación muy física, muy orgánica, tu cuerpo se ve privado de un montón de vitaminas… En muchos hogares finlandeses hay una lámpara de rayos solares para paliar esa carencia pero se trata de un placebo. Recuerdo el anuncio de una agencia de viajes donde ofrecían circuitos por el sur de Europa bajo el lema: “Cambia tu vieja lámpara por un sol que funcione” (risas).