
Si nos adentramos un poco más en la estructura de esta violencia, veremos que las muertes violentas son la punta del iceberg de una situación que esconde un sinfín de comportamientos que destruyen a la mujer. Desde el más aparentemente insignificante comentario humillante, hasta verdaderos actos de tortura que producen en las víctimas un daño irreparable.
Es lo que trata de explicar Amnistía Internacional (AI) a través de un gráfico con el que muestra cómo diferentes micromachismos sustentan la violencia machista visible que la sociedad puede llegar a ver.
Tal y como indica María Seco, del equipo de Relaciones Institucionales de AI, «la violencia que ejercen algunos hombres contra sus parejas es un instrumento de control que aumenta de intensidad a medida que la víctima no cede ante él».
«Este aumento –continúa– produce una espiral de violencia constante y cada vez más intensa a medida que la víctima quiere apartarse de su agresor. En situaciones de normalidad, las mujeres víctimas que han conseguido visibilizar la realidad en la que viven, van tomando decisiones que las hace asumir más poder y, por tanto, más autonomía y libertad.
Esto las hace asumir más riesgos, uno de los cuales es el que su agresor las asesine para cortar o cercenar completamente esta autonomía».
Sin embargo, si las mujeres ceden a ese control y se muestran sumisas porque consideran que no pueden escapar de esa situación, la espiral de violencia se detiene. «Al agresor no le hace falta incrementar la violencia, bastará con la intensidad ejercida hasta ese momento para conseguir su objetivo: la sumisión de la mujer».

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