Amaia Ereñaga
Erredaktorea, kulturan espezializatua
Elkarrizketa
ASCENSIÓN BADIOLA
Escritora e historiadora

«Juana Mir pensó que solo era una periodista y no podía pasarle nada»

Economista de oficio, desde que descubrió que la Universidad de Deustu fue un campo de concentración sacar a la luz nuestra memoria se ha convertido en una pasión. Con ‘La decisión de Juana Mir’ (Txertoa), Ascensión Badiola ha recuperado del olvido a Juana Mir, periodista fusilada en 1937.

Ascensión Badiola posa en la calle Bidebarrieta. (Aritz LOIOLA / FOKU)
Ascensión Badiola posa en la calle Bidebarrieta. (Aritz LOIOLA / FOKU)

Es como si, cuando la fusilaron aquel 5 de agosto en el cementerio de Derio, a Juana Mir (Iruñea, 1893 - Derio, 1937) la hubieran borrado de la historia. Hija del periodista Octaviano Mir Mata, director-fundador de ‘El Correo Vasco’ en 1899 –de hecho, la familia se trasladó desde Iruñea a Bilbo por ese motivo–, fue periodista con columna propia en el periódico ‘La Tarde’, situado en la calle Correo del Casco Viejo bilbaino.

Su columna se titulaba ‘La mujer escribe’ y en ella culpó públicamente de los bombardeos de Gernika y Durango a los alemanes. Detenida el 6 de julio de 1937,  un mes más tarde y con 45 años, junto a otros catorce penados a muerte, fue fusilada y su cuerpo tirado a una fosa común.

Y Juana Mir desapareció, sin dejar rastro. Hasta que se topó con ella el marido de Asunción Badiola, cuando hacía labores de ayudante –«le dije: ‘Me ayudas o me separo’. Hemos trabajado como negros, pero lo hemos pasado muy bien», cuenta con humor la escritora– durante la investigación de la tesis doctoral de su mujer sobre la cárcel de castigo de Zornotza.

«Él se chapó 5.000 expedientes, tomando los datos a mano y ahí apareció Juana. El descubridor de Juana es mi marido. En 2010, que es cuando la encontramos, nadie había escrito sobre ella», explica Badiola.

Esta historiadora bilbaina trabaja tanto la investigación histórica como la literatura de ficción de corte histórico, con títulos como ‘Martina guerrillera’ (2013) o ‘Individuas peligrosas- la Prisión Central de Mujeres de Amorebieta’ (2019). Estudios sobre la memoria histórica y el papel de las mujeres, a los que, dice, llegó por casualidad... o más bien, quizás, por cabezonería.

Dos datos: es doctora en Historia por la Uned en Madrid –«en el País Vasco no había nada… y  estamos hablando del 2009, no del año 33»– e, hilando un dato con una referencia que lleva a otra, se enteró de la existencia de la cárcel de Zornotza. Y luego, de Juana Mir.

Ganadora de premio Ramiro Pinilla de novela corta en 2020, ‘La decisión de Juana Mir’ parece estar abocada a tener que luchar por no caer en el olvido. «Siempre digo que a Juanita Mir la fusilaron pero, además, le pilló el Covid», explica su autora. Publicada en noviembre del 2020, parecía destinada al silencio ­–«en enero llegan las novedades a las librerías y te quitan del escaparate»–, pero no. Se ha convertido en una obra teatral, estrenada este mes en la biblioteca de Bidebarrieta por Carlos Panera, y en una de las protagonistas del documental ‘Memoria eraikiz. Mujeres fusiladas’ emitido recientemente en ETB y que se puede ver a la carta, en euskara y castellano.  

De Juana Mir no se sabía nada, pero es que tampoco hay ninguna fotografía suya.
Nada. Fíjate que me he puesto en contacto con el Ateneo Navarro, y lo siguiente sería mirar por colegios en Pamplona… Ya no sé dónde buscar. Sus artículos los he requetemirado para ver cómo pensaba, quién era... y al final de todo está ella en esencia. Creo que el libro está bastante trabajado. Pero su aspecto físico no lo conocemos.

¿Ni siquiera hay fotografías familiares? Pensaba que, a raíz de la publicación del libro, quizás se había puesto alguien en contacto con usted.
No hay familia, es curioso. Ella tenía un hermano y una hermana, y lo sé por el certificado de empadronamiento en Bilbao. Sé que había una sobrina, porque, de hecho, el panteón familiar está a su nombre, pero no sé más. Hice hasta una labor de detective con todos los Mir que había en los alrededores: los fui llamando por teléfono uno por uno a ver si eran familia, pero nada.

Ha elegido contar la historia en forma de novela, hay hasta una historia de amor y una explicación de por qué no se casó. ¿Por qué ha elegido esta fórmula?
Primero, para una biografía, su vida no era lo suficientemente interesante excepto la parte final, cuando ella consigue escribir su columna en “La Tarde”. Todo lo que le pasa es por culpa precisamente de esa columna de opinión. No es lo mismo hacer una biografía de alguien que es muy conocido, por el tirón que puede tener, porque ella no lo era. Y luego hacer un ensayo tampoco lo veía, porque es muy frío y queda perdido en el maremágnum de libros y ensayos que hay sobre esas cosas. Además, es una historia lo suficientemente emotiva y fuerte, porque a mí me impresionó, como para hacer una novela.

Retrata a una mujer muy moderna.
Es que lo era. Si tú te lees sus artículos, te sorprende que sea una mujer de derechas y católica –como lo era la gente entonces, también la nacionalista– y te llama la atención que al mismo tiempo sea tan feminista. Se siente super orgullosa del avance que han hecho las mujeres al pasar a la retaguardia, al poder salir de casa a ayudar a los hombres en la guerra, y habla de la igualdad de sexos en ese momento… A ver, estamos hablando de la República, y en la Constitución de 1931 se habla de la igualdad, y sí que había otra mentalidad. Aún así, ella no era una mujer de izquierdas o una ‘progresista’, como se conoce hoy en día. Me parece una mujer curiosa, muy interesante y luego está el hecho de que es una mujer que hace análisis muy profundos sobre el gran negocio de la guerra. Es de las primeras personas que se atreve a poner verde a la Sociedad de Naciones, que era la precursora de la ONU. Es igual que ahora [risas], porque los problemas siguen estando ahí y solo se interviene a favor de algunos intereses concretos.

Por esos artículos la fusilaron.
El Consejo de Guerra menciona cinco artículos, que están al final de la novela y que son los que escribió en mayo de 1937. Pero el importante, es el titulado ‘Si Durango y Guernica no hablaran tan claramente’, en el que dice que había sido la aviación alemana y que Franco estaba obteniendo ayuda extranjera.

¿Dónde está enterrada?
La enterraron en una fosa común y en 1945 alguno de sus hermanos la sacó y la metió en el panteón familiar, en Derio.

Llama la atención que decida quedarse cuando cae Bilbo. ¿Por qué lo hace?
Esa es la cuestión que me gustaría poder haber hablado. Su madre falleció en mayo, entonces Juana se podía haber marchado llevándose a sus hermanos. No era por un tema familiar; está claro que es una decisión consciente. Una de dos, fue porque dijo ‘Yo no me voy pase lo que pase’ o porque pensó que no era culpable de nada, que era solo una periodista, que lo único que hacía era su trabajo, escribir, y que, por lo tanto, no podían meterle a la cárcel y mucho menos podía pasarle nada. No midió el calibre de la venganza que venía detrás. En la novela lo dejo caer, creo que es la teoría más plausible.

Entre los catorce que mataron con Juana, también estaba el periodista Melchor Jaureguizar Hospitaleche, que escribía en ‘La Tarde’ y ‘Euzkadi’.
Su seudónimo era Gogor y era nacionalista. Entonces todos escribían con seudónimo, aunque Juana, en vez de seudónimo, eligió un diminutivo, no sé por qué. Y también murió otro más en setiembre: Edilberto Herrero Estella, del que nadie habla. Eran tres periodistas de ‘La Tarde’.

Su novela es también es una reivindicación del papel del periodismo.
Constantemente estamos viendo que matan periodistas y parece algo lejano, que pasa en Siria o en zonas en conflicto, pero es aquí donde ha pasado hace cuatro días. A mí lo que me preocupa de todo esto es que puede volver a pasar, porque que hay un montón de gente totalmente chalada y superviolenta. Esa frase de ‘El pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla’ me parece importante.

Parece que la mujeres son las grandes olvidadas de la guerra, a la vista de sus libros.
Las cárceles de mujeres de Durango, Amorebieta y Saturraran formaban parte de un circuito de cárceles de castigo junto con la de Tarragona, Barcelona, Cansales, en Mallorca, y la prisión de Málaga, donde Vallejo Nájera, el abuelo de la de ‘Masterchef’,  hizo experimentos con las mujeres ‘rojas’ por si tenían un ‘gen’ especial… Eran mujeres jóvenes, muchas socialistas y comunistas,  con condenas largas. Porque a todas aquellas que estuvieron cerca de la violencia de la calle, me da igual que fueron los asaltos a las cárceles o en las turbas que hubo, las fusilaron sin pensar. Excepto a Juana Mir, que no había hecho nada. El resto, aunque tuvieran penas de muerte, se las conmutaron por sentencias largas o cadena perpetua, y para eso crearon un circuito de cárceles especiales que no existían hasta ese momento, usando edificios ya construidos, como Carmelo ikastetxea, que se llamaron Prisiones Centrales de Mujeres. Lo que hacían eran trasladarlas frecuentemente para desarraigarlas. Cuando ya estaban supercastigadas las mandaban al norte, a Saturraran o Amorebieta. La mayoría eran mujeres jóvenes con sus hijos. Les quitaban a los hijos y aquello tenía una perversidad añadida.

¿Por qué este tipo de hechos históricos siguen sin darse en los textos escolares?
Hay gente que no quiere saber nada, y algunos medios de comunicación tampoco. Hay algo oscuro que lo tapa siempre. Quiero decir que me encuentro con muchos obstáculos y mucha gente que no quiere saber del tema. Te dicen que estás desenterrando muertos, pero es terrible que 80 y tantos años después haya gente que no sepa lo que le ha pasado a su familia. Eso no se puede permitir en una sociedad que se considere democrática: es una vergüenza que tenemos encima, porque hay que asumirla y simplemente es cuestión de saber la verdad.