Andoni Lubaki
Chasiv Yar

Bajo fuego cruzado en Chasiv Yar mientras Bajmut agoniza

A escasos cinco kilómetros de Bajmut y a dos de las posiciones rusas, el pueblo de Chasiv Yar se ha convertido en una trampa para los civiles. Muchos familias están atrapadas en las afueras bajo el fuego cruzado ruso y ucraniano, y no pueden escapar de forma segura.

Un hombre espera en la furgoneta de Sasha y Viacheslav a ser evacuado junto a varias personas más de Chasiv Yar, óblast de Donetsk, a Konstantinovska, también en el Donbass.
Un hombre espera en la furgoneta de Sasha y Viacheslav a ser evacuado junto a varias personas más de Chasiv Yar, óblast de Donetsk, a Konstantinovska, también en el Donbass. (Andoni LUBAKI)

«A partir de aquí nada es seguro», dice Sasha, de 38 años y voluntario de la Cruz Roja de Dnipro. «En un momento estaremos a dos kilómetros de las posiciones rusas, conduciremos en paralelo a sus trincheras y dispararán. Hay que correr todo lo que nos permita el vehículo. Una vez estemos dentro del pueblo ya es más seguro, aunque hay posiciones de artillería ucraniana y eso quiere decir que los rusos también disparan al centro de la localidad sin que importe si hay civiles esperando en la cola del pan», añade Sasha mientras comprueba que su compañero lleva bien puesto el chaleco antibalas de nivel IV que exige una misión así. Entrarán en Chasiv Yar, el pueblo con más fuego de artillería del Donbass junto con Bajmut, para rescatar a una familia que viene del frente andando.

Parapetados a cada lado en una suerte de búnker portátil de hormigón armado semienterrado, dos militares nos dan el paso a un pueblo todavía humeante, en los huesos. La carretera blanca, helada, certifica que no son muchos los coches que pasan por aquí. Bajamos la colina y nada más girar a la izquierda comienza una carrera contra la artillería rusa que asoma, apunta y dispara. Al llegar al pueblo, el ruido de artillería aumenta. Las tropas ucranianas tienen posiciones M777 cerca de la plaza y aunque no los vemos se dejan notar con su estruendo. «Uno cada tres minutos», explica Sasha. «No hay pájaros desde hace meses», continúa.

En la plaza, varios vecinos hacen cola impasibles a las explosiones, que asustan hasta a los dos policías que mantienen el orden. Una señora se acerca por una calle helada y desierta con una desvencijada bicicleta a buscar alimento. No hay tienda en el pueblo desde hace semanas, «cuando los rusos subieron a las colinas de Bajmut», señala. Tamara, que así se llama, es acompañada todo el rato por Sasha, quien le insiste en que tiene que dejar el pueblo para no morir, porque una bomba impactará en algún momento en su casa. «¡Hijo! Sobreviví a Stalingrado con 15 años, soy viuda desde hace 47 años. Morir en casa es lo que desearía», asegura Tamara, que evita ponerse delante de la cámara.

Sasha reparte fotocopias entre los vecinos. Los papeles burdamente cortados tienen varios números de WhatsApp, Telegram y de teléfono ucranianos. «Si alguien necesita huir de aquí, nos llama y nosotros venimos tan pronto podamos», afirma.

Sasha, que apenas ha podido distribuir una decena de papeles y hoy no ha convencido a nadie para que escape, monta en la furgoneta desvencijada de la Cruz Roja y se dirige calle abajo. «Una familia contactó ayer con nosotros en un punto determinado, van a huir todos excepto el marido que se queda a vigilar la casa, aunque es una sentencia de muerte si vienen los rusos. Tienen que cruzar varios kilómetros entre los dos frentes y vendrán cansados y con un niño. Nos tenemos que apresurar», advierte Viacheslav, quien dirige esta misión.

La familia aparece a lo lejos, cerca de donde los rusos atacan con morteros, y poco a poco van pasando por un campo que posiblemente ya esté minado por alguno de los dos bandos (generalmente estas armas prohibidas las ponen quienes se defienden). Montan sin mucho titubeo y con un áspero beso, la esposa se despide de su marido Ivan. Entre Sasha y Viacheslav le intentan explicar que es una decisión errónea, que puede ser que no vuelva a ver a su mujer si los rusos toman el pueblo. Durante la conversación, que no quieren que grabemos, suenan muchas veces las palabras de Izium, Irpin, Bucha. No hay manera de que ceje en su empeño de quedarse a cuidar sus pertenencias. Los voluntarios le dicen que los rusos le matarán. Pero Ivan se queda. «No obligamos a nadie», dice Sasha. La mujer llora desconsoladamente durante todo el viaje y no quiere siquiera que nadie la console.

Puerta de entrada

A estas alturas ya nadie discute que Bajmut es una ciudad estratégicamente importante del Donbass. Puerta de entrada para grandes urbes industriales como Sloviansk y Kramatorsk, Artemivsk (Bajmut, en ruso) se ha convertido en una batalla no solo militar sino de imagen mundial. «Se puede medir cómo va la guerra siguiendo la batalla por Bajmut», sostuvo hace pocos días el analista Nico Lange en la Conferencia de Seguridad de Múnich.

Para poder cortar la carretera que viene del oeste, rodear Bajmut y atacar con garantías, Moscú necesita Chasiv Yar. La suerte de Bajmut está ligada a lo que pase en Chasiv Yar. Tras Soledar, llegar a Bajmut pasa por controlar Chasiv Yar. Todos quieren Chasiv Yar.