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Perdedores y perdidos


Cuando hace una década los expertos en resolución de conflictos pasaban con frecuencia por Euskal Herria, uno de sus mantras era la necesidad de construir procesos «win-win», hallar ese punto de la balanza en que todas las partes ganaran.

Fue por aquel entonces, unos pocos meses antes de Aiete, cuando Antton Troitiño acabó de cumplir más de 24 años de cárcel por atentados con numerosas víctimas en Madrid. Como se dice en otros conflictos de otras partes del mundo, o en otras situaciones de nuestro país, «había pagado».

Lo excarceló la Audiencia Nacional, pero apenas un día después en torno a su casa ya había periodistas y policías, sedientos de más castigo... o de menos proceso. La historia posterior es conocida. Troitiño tuvo que marcharse. La familia volvió a perderlo. El Estado dilapidó recursos, primero en su caza y captura, luego para forzar a Londres a la extradición. La AN encontró un subterfugio inverosímil para volverlo a encarcelar: pertenencia después de pertenencia. Lo importante era el «win-lose», vencedores y vencidos.

Acabó condenado otra vez, a casi seis años, lo que sumarían más de tres décadas. La imputación construida se denunció en estas páginas y muy poco más. Para la sociedad española, tenía que seguir pagando, hasta la eternidad. Para la vasca, solo era uno de tantos palos en las ruedas. Su hija Marrubi dejó una confesión lacónica en estas páginas: «La ilusión no se pierde, soñar es libre y soñamos con que algún día podamos estar todos juntos. Pero sí, también es cierto que de algún modo nos hemos acostumbrado a esta situación».

Diez años después de aquella cacería iniciada en Intxaurrondo, ¿cuál es el balance? La Audiencia Nacional que lo condenó tiene hoy que excarcelarlo por una enfermedad gravísima. Quienes forzaron la venganza no pueden arrogársela; han ido viendo que la crueldad no cotiza en Euskal Herria. Los que querían parar un proceso de resolución han fracasado. Solo hay un rastro de dolor, tan mezquino como estéril. Solo hay perdedores y perdidos.