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Marisa González
Artista

«En el arte a las mujeres también nos han mantenido relegadas»

En la Alhóndiga abrió ayer sus puertas hasta el 18 de enero la muestra ‘Un modo de hacer generativo’, un repaso por lo más significativo de la obra de Marisa González, pionera en el manejo de las nuevas tecnologías como herramientas para emprender un diálogo crítico con la realidad. 

Imagen de la artista bilbaina en la Alhóndiga. (Aritz LOIOLA | FOKU)

En activo desde los años setenta, Marisa González (Bilbo, 1943), es la firmante de una extensa trayectoria –galardonada en el 2023 con el Premio Velázquez– que ejerce como memoria histórica multimedia. Subvirtiendo los límites convencionales del arte, su mirada se ha apoyado en diversos elementos tecnológicos, desde las fotocopiadoras o faxes a ordenadores y vídeos, para construir un discurso fascinante con el que dar voz al feminismo y en general cuestionar todo un engranaje social excluyente.

Ahora que su exposición recala en Bilbo, ¿cómo han sido sus vínculos con la ciudad, se ha sentido reconocida a lo largo de su carrera por ella?

A lo largo de mi carrera, no, pero con esta exposición, por fin, creo que se hace justicia a la entrega y dedicación que he puesto siempre. He tenido pocos vínculos con Bilbo, pronto me fui a estudiar a Washington y Chicago y luego me trasladé a Madrid, pero no deja de ser mi ciudad, y ahora estoy disfrutando de volver al pasado, transformada, claro, porque soy otra.

Sus primeros estudios los realiza en pleno franquismo, ¿más allá del aspecto político, cómo se notaba el peso de la dictadura en el ámbito académico?

La vida en esa época era muy dura, porque la libertad no existía. Cuando estudiaba los profesores eran muy academicistas, se buscaba un arte muy ligado al pasado, regodeándose en el siglo XIX. Necesitaba un cambio total para entrar en el futuro. Durante ese tiempo iba poco a clase, estaba más en las manifestaciones, viví el mítico Mayo del 68 en la Escuela, todavía no era facultad, de Bellas Artes en Madrid. Toda esa agitación estudiantil era un motor de efervescencia, de vitalidad y transformación, llevábamos ya muchos años de dictadura y queríamos un cambio, y por fin lo tuvimos.

Supongo que salir de ese contexto e ir a Estados Unidos sería un revulsivo en lo personal y artístico...

Claro, pero al llegar allí me encontré con las manifestaciones contra la guerra de Vietnam. Al principio no quise participar en ellas, tenía la sensación de que ya había ido a demasiadas, que además tampoco era mi país, pero el hecho era tan significativo que sentí que nos afectaba a todos y acabé movilizándome también. Muchas fotografías que están presentes en la exposición las hice durante aquellas manifestaciones.

En Estados Unidos comienza a usar elementos tecnológicos, como faxes, fotocopiadoras… ¿Su elección era también una forma de enfrentarse al conservadurismo y la tradición en el arte?

Cuando estudiaba Bellas Artes estaba delante del mismo cuadro, pintando el mismo lienzo, hasta tres meses, y el resultado se tenía que parecer al estilo del profesor para poder aprobar. Pero al llegar a Estados Unidos y estudiar en los Sistemas Generativos, del departamento de Nuevas Tecnologías, con Sonia Sheridan, descubrí un mundo nuevo, y el acceso a las máquinas para trasladar aquellas herramientas de comunicación al mundo de la creación me pareció una maravilla. Mi forma de trabajar no consistía en crear una pieza, sino una secuencia, me interesaba todo el proceso completo, de la primera a la última imagen. Siempre digo que cuando iniciaba un proyecto sabia cómo empezaba, pero no cómo iba a terminar, me dejaba guiar por las injerencias que la propia tecnología me iba ofreciendo.

Allí entra también en contacto con el movimiento feminista, derivando en obras como «Maternidad». ¿Que todavía sobrecoja su contenido significa la vigencia de su relato?

Algunas de esas obras las hice en el 71, otras en el 75, ya han pasado muchos años pero sigue existiendo esa diferencia entre hombres y mujeres. Nosotras seguimos estando más limitadas, si desarrollas una vida afectiva, con pareja e hijos, es difícil compaginarla con una profesional. Una obra como ‘Mujer cuarteada’, precisamente habla de eso, no está plena porque necesita fragmentarse para poder llegar a todo. 

«Nosotras seguimos estando más limitadas, si desarrollas una vida afectiva, con pareja e hijos, es difícil compaginarla con una profesional»

¿Ese análisis es extensible al contexto artístico?

En el ámbito del arte a las mujeres también nos han mantenido relegadas. Yo formo parte de la asociación Mujeres en las Artes Visuales (MAV), y tenemos un observatorio que se encarga de analizar el papel de las mujeres en los grandes acontecimientos, y los resultados dejan claro que, en cuanto a número, en comparación con los hombres nuestra presencia sigue siendo muy baja. 

«Ellas, filipinas» es una de sus obras más importantes, donde a través de su día de descanso retrata las condiciones laborales de las mujeres de ese país que trabajan en Hong Kong.

Haciendo un viaje por Asia hice escala en Hong Kong un domingo. Cualquier otro día solo hubiese  visto un centro financiero aséptico, pero ese día las cientos de miles de mujeres que trabajan en el servicio doméstico van al centro de la ciudad y allí se concentran por afinidades, procedencia… Utilizan el espació público para un uso doméstico: comen bailan, rezan… Sentadas en el suelo, construyen en ciertos casos casitas de cartón atadas con cuerdas que convierten en recintos contiguos de intimidad. En el documental que rodé declaran que se pasan trabajando de cinco y media de la mañana a once de la noche, y cuando llega el domingo, solo quieren descansar, estar tumbadas. 

Una de las obras incluidas en la muestra antológica. (Aritz LOIOLA | FOKU)


En su colección «Estación Fax / Fax Station» utiliza ese aparato para recoger y plasmar comunicaciones desde todos los lugares del mundo, ¿se trataba de un ejercicio colaborativo global?

Efectivamente. Todo se hizo en tiempo real, fue un precursor de internet, transmitíamos ideas, fotos, contactábamos con la universidad de La Sorbona, Alemania, Nueva York… Por ejemplo lanzábamos una convocatoria sobre un tema y a partir de ahí lanzabas una imagen para que el receptor la interviniera y la devolviera cambiada, todo un proceso colaborativo.

¿Cada herramienta o formato que utiliza tiene su propia manera particular de interpretar la realidad?

Cada máquina imprime su propia huella, y yo me encargo de resaltarla. Cuando trabajamos con la primera fotocopiadora de color del mundo, en Chicago, fue una experiencia magnífica. El inventor venía a ver lo que hacíamos, porque aquello que en principio se debía encargar de reproducir la realidad fielmente, en nuestras manos se convertía en una herramienta de creación al manipular el tiempo, la velocidad, la luz… Me interesa señalar la peculiaridad de cada máquina. 

«Cada máquina imprime su propia huella, y yo me encargo de resaltarla»

 

En su trabajo «Proyecto Nuclear Lemóniz» visita y documenta el proceso de desmantelamiento de dicha central, ¿representa un caso especialmente simbólico de toda una época? 

Al principio me pareció tan impresionante aquello que les propuse dejarlo como un museo de la energía, hubiera sido perfecto, porque al no estar contaminado podía ser visitado por el mundo entero, no existe precedente, pero sin embargo preferían borrar esa etapa. Estando allí descubrí la magnitud de aquel edificio, estaba hecho a prueba de terremotos, atentados… Las medidas de seguridad eran tan extremas que destruirlo es imposible, de hecho, aunque sin contenido, siguen estando los reactores.

En «La Fábrica-Harino Panadera 1999-2000» sigue una fórmula similar pero esta vez plasma una dicotomía entre el relato de los miembros del consejo de administración y los trabajadores, ¿significa una representación de la lucha de clases?

También en este caso saqué mucho material, entre ello fotocopias de los libros de familia de los trabajadores y las memorias del consejo de administración. Extracté lo que se decía en ellos y lo proyecté sobre las lámparas de la fábrica. Allí estaban las reacciones de los empresarios a las huelgas, las consecuencias de la Primer Guerra Mundial… Cuando preparé la instalación por primera vez, y frente al riesgo de denuncias por saltarme la privacidad, borré los apellidos y alterné los datos, son reales pero están cruzados para que nadie se pueda sentir identificado.

¿Qué sensación le gustaría que se llevase el espectador que visite su exposición?

Que se trata de una obra comprometida con su tiempo, tanto en el plano feminista como social. Que descubran cuál es mi actitud, mi compromiso con la vida.