IGOR FERNÁNDEZ
PSICOLOGÍA

Necesito un prejuicio

Somos seres físicos y psicológicos de forma intrínseca. Como una masa de pan, nuestro ser no puede disgregarse en ingredientes mentales y corporales sino que ambos se sirven mutuamente y están imbricados. Y como muestra de esa unión, nuestra capacidad para crear y recrear mentalmente escenas de nuestra vida pasada o fantasías de nuestra vida futura tiene un papel esencial en la supervivencia. Nos permite analizar el pasado y prepararnos para lo que prevemos que puede suceder. Así que poder poner en acción estas dos actividades mentales nos da cierta sensación de control sobre el mundo que nos rodea. Lo aprehendemos y lo «manipulamos» en nuestra mente para entresacar de lo que imaginamos la información que necesitamos o nos es más relevante.

De alguna forma construimos una lógica interna que rige esa representación del mundo en nuestra cabeza, y que es propia de cada persona, fruto de las experiencias únicas de ésta en su entorno concreto. Según esta lógica particular llegamos a «saber» qué esperar de cada relación, o por lo menos creer que lo sabemos, lo cual es suficiente para ayudarnos a tomar decisiones y actuar.

Sin embargo, nuestras teorías o las conclusiones que nos sirven como guía también tienen fallas propias de lo limitado de nuestra percepción o nuestro razonamiento. Es decir, las conclusiones a las que llegamos sobre otra gente, nosotros mismos o el mundo en general, y que usamos para predecir el mundo, no son certezas absolutas, evidentemente, están basadas en esa estrecha mirilla por la que vemos el mundo, y además en un momento determinado. Y aún así necesitamos tenerlas. A pesar de saber que no llegamos a entenderlo todo y que nuestro juicio es limitado, es imprescindible tener alguno, y me explico. Como decíamos al principio, la anticipación y la fantasía nos han ayudado a sobrevivir físicamente a lo largo del tiempo, lo cual está íntimamente relacionado con nuestra profunda necesidad de tener una idea de la estructura del mundo para que ésta nos ayude a construir unos asideros mentales que nos sirven de coordenadas en el mundo.

La estructura que construimos con el paso de las experiencias termina por darnos sensaciones de continuidad, estabilidad, identidad y predictibilidad. Cuando nuestro mapa interno de las cosas está demasiado alejado de la realidad no nos sirve para tener estas sensaciones que nos alejan de la incertidumbre. Tampoco podemos evitarla cuando las circunstancias cambian rápidamente, no nos da tiempo a reestructurar esa representación interna y obrar en consecuencia; entonces seguimos utilizando una «versión anterior». Y aún así seguimos necesitando una ya que es mejor tener una mala aproximación a lo que está pasando en nuestra vida que no tener ninguna.

Cuando no podemos aplicar con cierto éxito nuestro mapa mental a los acontecimientos o cuando éstos lo desafían drásticamente, también nuestra identidad se ve desafiada: Si las cosas no son como yo pensaba, entonces ¿cuál es mi papel en todo esto?¿qué debo sentir si todo es diferente? Si no me vale lo que he hecho hasta ahora pensando que era la única opción, ¿qué hago ahora? Y por tanto, nuestra estabilidad se esfuma, dando paso a cierta agitación interna, sensaciones de ansiedad o ganas de hacer algo sin saber muy bien el qué. Somos limitados en nuestra comprensión de las cosas y construimos nuestros prejuicios en torno al resultado de la misma. Y a pesar de todo necesitamos tener prejuicios, aunque sean limitados, para que la enorme variabilidad del mundo no nos abrume y nos bloquee, e incluso para seguir siendo quienes somos. Si bien también necesitamos cotejarlos con la realidad que cambia a nuestro alrededor para que no se alejen demasiado de la misma y terminen por ser más un obstáculo que una ventaja.