IñIGO GARCÍA ODIAGA
ARQUITECTURA

Juegos de color

Existe, sobre el color, una doble postura cultural. Desde la cultura popular está claramente aceptado que precisamente el buen color es lo que distingue lo saludable de lo enfermizo. En cierto modo, todo aquello que no contiene color no es sano, no es íntegro, no es propio de la vida. A menudo, incluso, la palidez se entiende como síntoma de enfermedad.

Por otro lado, desde la filosofía el color siempre se había considerado producto de la naturaleza. Aristóteles, por ejemplo, definió que todos los colores se conformaban con la mezcla de cuatro y, además, otorgó un papel fundamental a la incidencia de la luz y la sombra sobre los mismos. Estos colores, que denominó como básicos, eran los de la tierra, el fuego, el agua y el cielo. Pero desde 1966, la ciencia, gracias a Isaac Newton, dio sentido físico al color. La descomposición de la luz blanca en un espectro de colores provocó que, a partir de entonces, luz y color fuesen entes indisolubles.

Es probablemente la falta de prejuicios culturales de los niños la que hace que estos vean el color con un significado personal que se asocia al juego, la diversión y, en último término, a la alegría. Los dibujos infantiles transmiten generalmente, gracias a una inundación de color, toda la alegría y una gran falta de prejuicios propia del imaginario de infantil. Además, se caracterizan por un uso del color que pretende construir un mar de sensaciones y no una representación real de los materiales allí reflejados.

Si algún programa arquitectónico es, por tanto, especialmente sensible al uso del color éste es el de las guarderías infantiles. En Manlleu (Barcelona), el color es un elemento fundamental en la guardería construida por los RCR Arquitectes. De hecho, esta característica llega al extremo de dar nombre al jardín de infancia, bautizado como “Els Colors”. El edificio, al igual que los juegos infantiles de construcción, se materializa enhebrando y superponiendo diferentes piezas simples. La facilidad de la composición proviene de articular piezas del mismo tamaño, que únicamente se identifican como independientes gracias al color.

Los vidrios de color rojo, naranja y amarillo definen diferentes espacios, que facilitan la orientación y ubicación a los niños de 0 a 3 años, para los que se considera una tarea espacial de aprendizaje importante, en su propia autonomía y seguridad. El carácter abierto y fluido de la materialización vidriada de los espacios contribuye a una experiencia de relación, en la que los límites se desdibujan. De nuevo se construye un espacio a través del uso del color y la transparencia que, mediante la construcción de una cierta ambigüedad espacial, plantea un espacio abierto al juego, el descubrimiento y el azar.

Cambiando tablones. El azar y la diversión quedan bien reflejados en la guardería Kinder Kekec, en Ljubljana, la capital de Eslovenia, obra del estudio Jure Kotnik Ahitektura. Este proyecto es un ejemplo radical en el que el color es elevado a la categoría de juego. Es precisamente la fachada de este jardín de infancia la que asume el rol de usar el color, transformándolo en juego.

Situado en una zona de periferia residencial de Ljubljana, el edificio es una pequeña caja de madera prefabricada, ubicada al borde de un parque. Este pabellón, adosado a un edificio existente en una de sus caras, cuenta únicamente, por tanto, con tres fachadas exteriores. Constructivamente estos cierres exteriores se resuelven con dos capas principales: una interior pesada, acabada con un lucido de color marrón oscuro hacia el exterior; la otra capa, más externa, se compone por una celosía de láminas de madera contralaminadas, que pueden rotarse en torno a su eje vertical.

Todos los listones de madera que componen ese brise-soleil exterior son del color natural de la madera en una de sus caras, y de un color pintado brillante en la otra.

Las piezas están pintadas como de colores esmaltados, que convierten la fachada del edificio en un cohete de grandes dimensiones. Los niños manipulan los tablones de madera libremente, aprendiendo los colores y cambiando la apariencia de su jardín de infancia de manera constante.

De este modo, la apariencia del edificio se convierte en un juego aleatorio en manos de los más pequeños, donde se refleja el carácter lúdico del edificio y su función educativa.