XANDRA ROMERO
SALUD

Al año nuevo le pido: ojo crítico

Parece que en estas fechas las reflexiones y los propósitos se tiñen de un halo más esperanzador. En lo que a mí respecta, y en relación también con el artículo pasado acerca de las noticias sobre nutrición que nos ha dejado el 2018, al año nuevo le he pedido que tengamos mayor conciencia, mayor espíritu crítico y que el número de amimefuncionismos y cuñadismos, en lo que se refiere a la base de nuestro autocuidado –la alimentación y la nutrición–, sea cada vez menor.

Para ello, tengamos en cuenta varias cuestiones y situaciones. En primer lugar, hay que actualizarse: lo que ayer era válido en nutrición, hoy es al contrario o, simplemente, no lo es. Vivimos en una sociedad en la que estamos continuamente sometidos a mensajes ambivalentes, informaciones contradictorias respecto a lo bueno o malo que es comer y beber esto o lo otro.

Algunos de estos aspectos tienen una explicación de tipo evolutivo, podríamos decir. La ciencia avanza con los años y, como intento dejar claro siempre, la nutrición es una ciencia y también ha ido avanzando con el paso del tiempo. Por esta razón, por ejemplo, los huevos ayer eran malos, malísimos, porque un consumo mayor de dos a la semana hacía que aumentasen los niveles de colesterolemia... y hoy sabemos que esto no es así o, al menos, no existe una relación tan directa entre ambos supuestos.

Sin embargo, el resto de explicaciones que encuentro para esta situación no son tan comprensibles, o no, al menos, para mí.

Por un lado, es normal este aturullamiento de la sociedad porque los primeros que no nos ponemos de acuerdo somos los sanitarios. Esto sucede, en parte, porque algunos carecen de la formación pertinente para hacer semejantes recomendaciones y, en otros casos, por falta de actualización. Y es que no podemos seguir recomendando a un diabético cuatro galletas maría para desayunar y decirle: «Cuidado con comer plátano». No podemos tampoco seguir diciendo aquello de: «Hay que comer de todo, pero con moderación». La cuestión es que, aunque no nos convenza a todos, este tipo de recomendaciones tienen que hacerse a la luz del actual conocimiento, que es cambiante.

En segundo lugar, y dado que la nutrición como ciencia aún es algo joven, tenemos que saber que muchos de los estudios tienen una evidencia más bien escasa. Esto sucede porque nos es muy difícil diseñar estudios científicos que tengan un alto nivel de evidencia y, en su lugar, la mayoría de las recomendaciones que se hacen a día de hoy se obtienen de estudios observacionales, que cuentan con un menor nivel de evidencia y de los que se pueden hacer recomendaciones con menor seguridad.

Entonces, con respecto a estas recomendaciones, la población no es consciente –si no se lo explicamos– que, aunque dos supuestos estén relacionados, no quiere decir que uno cause el otro.

Como decía, evidentemente la gente de a pie no tiene por qué saber o ser consciente de esto, y por eso los encargados de explicarlo debieran ser los científicos y no los periodistas; o mejor dicho, no los periodistas no expertos en ciencia o lenguaje científico. Lo cual me lleva al tercer punto: el sensacionalismo nutricional. Y es que ya no solo los periódicos y las revistas se atreven con titulares sacados muy de contexto de estudios nutricionales, si no que internet y las redes sociales están plagados de estos mensajes sensacionalistas del tipo: «Científicos descubren que el chocolate ayuda a adelgazar» y similares.

Por último, no podía dejar de tirar de las orejas a las empresas e incluso al Ministerio de Sanidad por sus políticas, no exentas de intereses comerciales. Y es que tanto las empresas como las autoridades sanitarias ven sin inmutarse cómo estos intereses comerciales salpican las recomendaciones nutricionales que se dirigen a todos nosotros. Podría poner un sinfín de ejemplos, pero solo recordaré que la Coca-Cola financió a universidades y grupos de investigación para que su labor fuese indulgente con sus intereses.

Y es que, como ven, tenemos motivos suficientes para, cuando menos, poner en duda esas afirmaciones con las que los cuñados nos han alegrado las comidas y cenas navideñas.