Ainara Lertxundi
Cien años de Save The Children

Un viaje a los derechos vulnerados de la infancia

«La infancia marca. Cien años defendiendo los derechos de los niños y las niñas» es una recopilación de fotografías, tanto actuales como históricas, del trabajo desarrollado a lo largo de cien años por Save the Children. Imágenes para reflexionar sobre los derechos de la infancia, aquí y allá, sobre los avances pero también sobre los retos pendientes y los múltiples escenarios en los que se siguen violando los derechos de los más vulnerables. Tras haber permanecido expuesta en el Arenal de Bilbo, entre el 31 de enero y el 10 de febrero estará visible en la Herriko Plaza de Barakaldo.

Etiopía, Grecia, Líbano, México, Myanmar, Sierra Leona, Somalia, Yemen o el Estado español son algunos de los escenarios que recorre la exposición fotográfica “La infancia marca. Cien años defendiendo los derechos de los niños y las niñas”, organizada por Save the Children con motivo de su centenario y comisariada por el fotógrafo Pedro Armestre.

A la hora de elegirlas, Armestre se guió por «imágenes más amables porque, al tratarse de una exposición de calle, no es algo que se vaya a ver expresamente, sino que más bien te encuentras con ello mientras vas de paso. Más que rechazo, quería que las imágenes –que van acompañadas por un texto explicativo– atrajeran la atención de los viandantes y les motivara a pararse y a dedicarles unos minutos», explica Armestre a 7K.

Tan variadas son las localizaciones como las problemáticas que representan, desde la hambruna hasta la crisis de los refugiados o el desplazamiento causado por catástrofes medioambientales. También se incluyen imágenes históricas de Save the Children porque «debemos de tener muy presente el pasado. Hay un panel en el que aparece la fundadora de la organización, Eglantyne Jebb, junto a una cuartilla con la imagen de un niño famélico en evidente riesgo de muerte por desnutrición extrema. Lo que me sorprendió fue que ese niño era austríaco. Hoy por hoy no concebimos que en Austria muera un niño por desnutrición. Recordarlo es una forma de poner el foco en algo que puede regresar», subraya Armestre.

Autor también de muchas de las fotografías que se recogen en la muestra, ha tratado de dotarlas de identidad, de nombres y apellidos para que ni los niños ni los adultos, ni los refugiados ni los desplazados se conviertan en fríos números.

Preguntado sobre cómo describiría el trabajo diario sobre el terreno, destaca por una parte las complicaciones logísticas y de seguridad y la carga emocional que conlleva enfrentarse a situaciones límites. «Mi lema es que hay que sentir para poder transmitir. Lo importante son las personas que fotografías. Ellas tienen que tener el máximo protagonismo. Soy de la opinión de que voy de paso y de que camino de puntillas por lugares en los que ocurren las tragedias que fotografío y luego vuelvo a la comodidad de este primer mundo que nos ha tocado vivir», señala.

Llegados a este punto, se pregunta «qué hubiera pasado si nos hubiera tocado nacer en otro lugar, porque eso es algo que no elegimos. Eso mismo me hace pensar que vivo en un país que ahora está en una situación relativamente cómoda pero que la tortilla se puede dar la vuelta a la primera de cambio, como ha ocurrido en otras partes».

Como fotógrafo, la línea roja de Armestre está en el respeto, máxime cuando la mayoría de los protagonistas de sus instantáneas son niños y niñas y cuando el primer receptor de su trabajo es una organización como Save the Children. «Mira, muchas fotografías almacenadas en mis discos duros tienen marcas rojas para que nunca salgan de ahí, porque por encima de cualquier cosa –de la información, de la sensibilización, de la captación de fondos– está la protección y el bienestar de los menores. No puede haber nada que se anteponga a la protección de la infancia».

«Todas las fotografías de la exposición –añade– cuentan con permiso para su difusión. Ese es uno de los problemas a los que me enfrento cuando trabajo sobre el terreno. Después de hacerlas tengo que conseguir que me firmen un documento autorizándome su difusión para Save the Children. Pero a veces las situaciones son tan dramáticas y duras que ni me atrevo a pedirlo y la fotografía, por muy buena que sea, queda descartada porque no la puedo usar», manifiesta.

Armestre ha trabajado en escenarios como Somalia, donde «las medidas de seguridad son muy extremas; tienes que estar cambiando las rutas constantemente, debes dormir alejado de tus compañeros para evitar ser secuestrados, morir en un atentado o en un ataque; o te dan solo 25 minutos para hacer las fotografías, ni un minuto más ni uno menos. En otros lugares, la dureza no radica tanto en las condiciones de seguridad o de trabajo, sino en la carga emocional que conlleva. En lo personal me afecta bastante trabajar con niños muy pequeños. El abanico de dureza es muy amplio en función de la situación geográfica o del acontecimiento al que te estás enfrentando».

Recuerda especialmente uno de sus últimos trabajos en Sierra Leona, país al que ha viajado en dos ocasiones, sobre el matrimonio infantil. «Es un tema muy duro. Tengo una hija de once años e, inconscientemente, comparas ambas situaciones. Te preguntas por qué esa niña, que tiene la misma edad que la tuya, se tiene que enfrentar a una situación semejante solo por el lugar de su nacimiento».

Se muestra igualmente crítico con la actitud de Europa hacia los migrantes y el incumplimiento de los sistemas de reparto acordados por la UE. Compara esta actitud con la de Bangladesh, a donde también ha viajado en dos ocasiones para cubrir el masivo éxodo de los rohingyas motivado por la represión birmana. «Es muy llamativo que un país que está en el ránking de los más pobres del mundo tuvo la capacidad de acoger a más de un millón de personas en tan breve espacio de tiempo. Los países en vías de desarrollo tienen una mayor solidaridad y unos valores mucho más arraigados que los países catalogados como desarrollados y que solo piensan en sus intereses sin tener en cuenta tan siquiera que en ocasiones son causa de muchos de los problemas que acechan a otras latitudes. Los países desarrollados somos, por ejemplo, los causantes del expolio del continente africano y, ni aún así somos capaces de minimizar el impacto», incide.

Armestre defiende que «los cambios vienen derivados de la responsabilidad individual». Reconoce que, «si bien existe una saturación de imágenes, el gran problema es que nos hemos deshumanizado. Los intereses de los países desarrollados nos han hecho estar ciegos ante problemáticas en otras partes del mundo. El exceso de información genera ruido y desinformación pero, en mi opinión, no tenemos la capacidad y la empatía suficiente para entender los males que hemos generado desde el primer mundo. Si olvidamos la sensibilización porque consideramos que el mundo está sobresaturado, es abocar esas situaciones al olvido absoluto. Es una batalla muy difícil pero sigo creyendo que en el mundo hay mucha más gente buena que mala», remarca.

«Muchas veces nos preguntamos qué podemos hacer y echamos balones fuera. Pues, seguramente podemos hacer algo, por ejemplo, consumir de otra manera, intentar cambiar determinadas políticas, protestar cuando hay que hacerlo», afirma a modo de conclusión.

En la inauguración de la exposición en Bilbo, la directora de Save the Children en la CAV, Charo Arranz, remarcó «el compromiso y determinación» de Eglantyne Jebb por defender a la infancia más vulnerable. «Fue una mujer valiente, absolutamente comprometida, muy fiel a sus principios, inconformista y muy adelantada a su tiempo», destacó.

«Un día de 1919 salió a la calle en Londres a repartir unos folletos que contenían la fotografía de dos niños austriacos marcados por los efectos de la guerra. Junto a la fotografía, había un mensaje directamente dirigido al Gobierno británico: ‘nuestro bloqueo económico ha provocado que millones de niños y niñas se mueran cada día de hambre’. Aquel acto provocó su arresto, pero esto no la frenó y, fiel a sus principios, decidió no asumir el rol que la clasista sociedad británica de aquella época había asignado a una mujer como ella, y decidió cambiar su propia historia y, de paso, la historia de muchos niños y niñas. Junto a su hermana Dorothy creó Save the Children», recordó Arranz.

Actualmente, la organización humanitaria trabaja en más de 120 países, incluido el Estado español. Arranz admite que «queda mucho por hacer y lograr para alcanzar el sueño de Eglantyne, porque sigue habiendo muchos niños en situación de pobreza, sufriendo violencia, viviendo en países en situación de conflicto y en situación de exclusión social, por lo que no podemos mirar hacia otro lado».