Igor Fernández
Psicólogo
PSICOLOGÍA

Ese desierto

(Getty)

Cambiar, crecer, puede ser como atravesar un desierto: tiene algo de supervivencia y algo de exploración, y ambas facetas del proceso necesitan su consideración. Si no tenemos fuerzas, recursos, una convicción suficiente de que vaya a haber “tierra habitable” del otro lado, será difícil no solo iniciar el camino hacia quienes queremos ser, sino también sostener el esfuerzo que nos supondrá. Y no es que necesitemos saber con todo detalle a dónde vamos a llegar, pero tendremos que sentirnos suficientemente confiados, confiadas, como para lanzarnos.

Iniciar una nueva relación de pareja -o abandonar una antigua-, mudarnos de casa o de trabajo, o cambiar nuestra actitud ante lo que no nos gusta de la gente o de nosotros, de nosotras, nos dará un vuelco a la vida, así que es lógico que nos dé miedo.

Para atravesar el miedo, sobrevivirlo, es importante iniciar el viaje con un núcleo de identidad suficientemente sólido. Vamos a cambiar algunos aspectos -quizá importantes- de nuestra vida, pero necesitamos saber que conservaremos nuestro valor pase lo que pase, una parte importante de ser quienes somos que no se verá afectada por nuestros movimientos. Ayuda recordar otras ocasiones en las que nos hayamos probado y crecido o nos hayamos equivocado suficientemente. En ambos casos hemos sobrevivido. “Todo va a ir bien” es una idea básica esencial antes de iniciar el viaje. Ese paquete de supervivencia también debe incluir un equipo de personas que estén de nuestro lado, quienes nos vayan a apoyar, que quieran imaginar con nosotros, con nosotras, cómo será la vida del otro lado del desierto, que nos animen cuando flaqueemos y más importante pero menos consciente, que toleren nuestros vaivenes mientras nos vamos descomponiendo y recomponiendo.

Pero cambiar, como cualquier viaje, tiene que ser ilusionante, excitante, exudar posibilidades. Solo con sobrevivir no es suficiente, el deseo, la voluntad tiene que recibir su lugar, eso es lo que nos hace humanos. Incluso si nos vemos obligados a cambiar algo importante, dicha obligación debería ser solo el detonante inicial para empezar a movernos, después, el sentido de cada paso que demos será algo que encontrar y atesorar. Para disfrutar del camino tendremos que estar en disposición de jugar, deportivamente, ganar o perder, probar a descubrir cuán distintos, distintas nos sentimos, o cómo cambian nuestros pensamientos, qué vamos creando como alternativa a lo que dejamos atrás, etc.

A medida que nos alejamos de lo que fuimos, notamos cambios; y ese “ir notándonos”, mientras está sucediendo, es la paulatina condensación del acto creativo que supone cada paso que damos, y que generará finalmente un resultado. Uno imprevisto, que nace y se abre paso más allá de nosotros mismos, de nosotras mismas y nuestros planes, uno que nos resulte sorprendente. Esa sorpresa es un destino en sí misma.