Madrugar siempre compensa. Y si estás en el sureste de Suiza, en el valle de Egadina o Engadina, en otoño, tienes todas las papeletas para encontrarte con las tupidas volutas de una «culebra blanca» progresando entre las montañas. Se trata de la serpiente de Maloja, una curiosa formación nubosa que es presagio de un empeoramiento del tiempo y avanzadilla de un viento que, con la precisión de un reloj suizo, llegará a la zona a primeras horas de la tarde.

El fenómeno en cuestión tiene su origen en un frente de aire cálido y húmedo que «sube» desde Italia y que, al enfriarse en su ascenso, se transforma en nubes o en niebla delante del paso de la Maloja. Una vez atravesado el mismo, se ve obligado a descender por la ladera norte, comportándose como un flujo constante de aire que hace las delicias de surfistas y navegantes. Se da la paradoja, para asombro de los meteorólogos, de que el viento de la Maloja es un flujo descendente de primeras horas de la tarde, contrario a lo que es normal que ocurra en esos momentos del día. Lo habitual, en áreas montañosas y debido al calentamiento de las laderas, es que al final de la mañana se generen corrientes ascendentes de aire, conocidas como brisas de valle.

Estos fenómenos meteorológicos, filmados por el director de cine Arnold Fanck en 1924, son la excepción a la regla en la Engandina, uno de los valles habitados de mayor altitud (1800 m) de Europa. Su clima se caracteriza por ser seco y continental. Fresco y frío, con importantes amplitudes térmicas, con nieve desde octubre hasta abril –no mucha, pero que el frío seco conserva maravillosamente– y con más de trescientos días de sol al año. Con estas premisas, no es de extrañar que un hostelero de la zona, a finales de la temporada estival de 1864, se atreviera a hacer una apuesta con turistas ingleses habituales en verano. Si se animaban a visitar la zona en invierno y quedaban decepcionados, él se haría cargo de los gastos. Había nacido una estrella: el turismo «blanco».