Triles
El juego de triles es una de las expresiones más genuinamente callejeras de la estafa. Una bolita que se esconde debajo de uno de los tres vasos y que el gancho del grupo estafador siempre detecta apostando con dinero propio del grupo hasta que incitan a algún pardillo a que apueste y le desplumen. Los especialistas en esta manera de explotar a los tontos que se creen muy espabilados se llaman trileros. Palabra de uso común, muy popular, que cuando se presenta ante nuestros ojos una operación como la de Euskaltel, lo primero que se le ocurre a uno es la de seguir las huellas de quienes han cometido esta estafa que seguramente tendrá alguna cobertura legal, aunque ética y políticamente se trate de una clara actuación que roza la corrupción, donde el dinero de todos, después de diversos pases mágicos, se convierte en dinero privado y a los directivos de la empresa se les premia por desplumar a las arcas públicas.
No es nueva esta transformación de lo público en privado por arte de magia, pero en esta ocasión simboliza una especie de fracaso en diferido, ya que se trata de una opción de los jeques del oasis de ahora, cuando era simplemente una sociedad controvertida con aspiraciones divergentes entre nacionalistas e independentistas, que los primeros optaron por una plataforma de telefonía propia, que la pactaron nada menos que con Aznar, y que nunca acabó de funcionar en el mercado. Se invirtieron muchos millones para hacer marca Euskadi, el color que la identificaba, su equipo de ciclismo, pero en su ejecución práctica fue desastrosa. Después de muchas vueltas, el dinero invertido en estructuras va a parar a otra empresa privada que lo gestionará con rentabilidad. Los trileros se van con el botín. Y ni disimulan. Se saben impunes. Es fácil disparar salvas con la pólvora del pueblo en beneficio propio.

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