EDITORIALA
EDITORIALA

Es totalitarismo contra libertad, pero no conviene simplificar

Ante una masacre indiscriminada como la de París es difícil decir algo sensato. Desgraciadamente, es más fácil decir necedades. La noche de los atentados y la resaca de ayer dieron buena muestra de ello. No solo en las redes sociales, no. La mayoría de dirigentes políticos mostró una pobreza intelectual y un papanatismo moral preocupante. Y sobre todo irresponsabilidad, mucha irresponsabilidad. Por lo tanto, una pieza periodística como esta tiene que tener claras sus limitaciones. Apenas puede establecer algunas premisas para el debate, lo más sólidas y a la vez modestas que se pueda.

Estos párrafos no pueden resumir, ni siquiera someramente, el terrible error geopolítico y ético que supuso la denominada «guerra contra el terror» lanzada por EEUU y acompañada por el eje atlantista. Pero deben apuntarla como origen, no único pero sí sustancial, del estado actual de las cosas en Occidente y, sobre todo, en Oriente Próximo. Y situarla en su tradición imperialista.

En este sentido, nada que se escriba aquí puede ahondar en lo ya expuesto sobre los peligros de la descomposición de Irak y la situación de Afganistán tras la ocupación. Pero hay que subrayarlos, una vez más.

Tampoco se puede ofrecer una agenda para una transición política que dé fin a la guerra en Siria, quizás la más cruenta de las que están abiertas y de cuya dimensión solo seremos conscientes con el paso del tiempo. Pero se debe reivindicar una salida negociada a ese conflicto, un urgente armisticio y un proceso político que derive en elecciones libres. El efecto menos perverso de estos salvajes atentados es el impulso dado a las conversaciones de Viena y, con toda su fragilidad, el acuerdo de la prioridad de vencer al ISIS por medio de una alianza entre fuerzas contrapuestas en otras áreas.

No se puede dejar de mencionar a los miles y miles de exiliados de esa guerra en su dramático éxodo hacia Europa, donde están siendo tratados como escoria humana. También hay que denunciar que estos atentados se utilicen para reforzar esa política inhumana, dentro de una agenda de seguridad que viola los derechos humanos más elementales. De cómo se gestione este reto ahora dependerán las consecuencias inmediatas y también otras a medio plazo. Francia es un buen ejemplo.

Realidad compleja con complejas recetas

Estamos ante una realidad compleja, muy compleja. Aceptarlo es un primer paso, intentar comprenderla en toda su complejidad es un avance importante. Negarlo, una de esas necedades. Reducirlo a un esquema de «buenos y malos» desde una cómoda lectura colonial es, ante todo, estéril. Hoy y ayer. Intentar operar sobre esta realidad con dogmas, cinismo, hipocresía o ingenuidad puede resultar tranquilizador, puede fortalecer las convicciones y los prejuicios, pero abona una simpleza y una maldad banal socialmente empobrecedoras y políticamente retrógradas. Mucho cuidado con estas tendencias. Asfixian a la izquierda y favorecen a la derecha y a sus intereses.

Estos sucesos demuestran que la parcialidad moral es un factor humano incontestable. A nadie debe sorprender demasiado que las muertes en otros lugares no impacten en los europeos como lo han hecho las de París, de un modo análogo al que la perdida de un ser querido y un desconocido no generan el mismo sentimiento. Ni la política ni el periodismo se rigen por un virginal ranking moral, absurdo e irreal. Nadie siente el dolor ajeno como el de uno mismo, nadie valora el beneficio o el daño a otras personas igual que el propio. Pero eso no debería convertirnos en moralmente ciegos al sufrimiento ajeno. Esto no quiere decir que combatir esa parcialidad no sea una obligación humana y revolucionaria. La empatía es el mejor instrumento para lograrlo.

Fin a la política de la inestabilidad, fin a la guerra

Es imposible entender –y por lo tanto poner en vías de solución o cuando menos gestionar– las causas de los ataques de París sin tener en consideración una secuencia más larga y compleja. Sin ir más lejos, hay que situar estos atentados junto con los ataques a los kurdos y sus aliados turcos de izquierda, junto a la guerra abierta contra Hizbullah y, aun a modo de hipótesis y con gran precaución, junto con lo sucedido al avión ruso en el Sinaí.

La política exterior que ha favorecido la inestabilidad es irresponsable y homicida. Genera una escalada bélica y de venganza de consecuencias trágicas, alimenta el totalitarismo y ahoga a la democracia. Ante la falta de responsabilidad de la clase política, solo un antimilitarismo político y global –que no un pacifismo esteta y naif– puede frenar esta escalada. No es simple, no es fácil.