James K. Galbraith
Economista
KOLABORAZIOA

En el aniversario del referéndum griego

Mis vínculos familiares con Grecia se remontan a la amistad entre mi padre y Andreas Papandreu, que fueron colegas como profesores de Economía en los Estados Unidos en los años 50. En 2010 estuve en Atenas para prestar apoyo moral en un momento difícil a Yorgos Papandreu, que acababa de ganar las elecciones. Conocí a Yanis Varoufakis en 2011 y le ayudé a organizer su estancia de dos años en la Universidad de Tejas, en Austin, que se inició en 2013. Asímismo, durante ese periodo, establecí un contacto amistoso con  Alexis Tsipras y miembros de su círculo. Estos vínculos, además de una preocupación cada vez más honda por los efectos de la tragedia griega en Europa y el mundo me llevaron a comprometerme – como voluntario y amigo – con el Ministerio de Economía desde primeros de febrero hasta primeros de julio de 2015.

Sabíamos desde un principio que el gobierno entrante de Syriza se enfrentaba a un reto dificílisimo, el de persuadir a instituciones intransigentes, a ministros de Economía hostiles y a jefes de Estado remisos para que modificaran un programa económico fracasado, que se había impuesto, para empezar, no con el fin de ayudar a la economía griega sino de salvar a los bancos franceses y alemanes. La misión del Ministerio de Finanzas era, por tanto, diplomática y política, y mi papel, principalmente, el de ayudar escribiendo y hablando en público, a la prensa internacional, y mantener informados a amigos y simpatizantes en los Estados Unidos y en otros lugares.

Welcome to the Poisoned Chalice [Bienvenido al cáliz envenenado] (Yale, 2016) es una conjunto de ensayos, entrevistas y discursos míos sobre Grecia desde 2010 hasta el verano de 2015. La mayor parte se publicó en ese periodo de tonces. Recogidos en libro, transmiten el sabor de los primeros meses de Syriza, tal como yo lo experimenté, junto a mis juicios sobre la economía y política de la situación.

Tal como narra el libro, en marzo de 2015 Yanis Varoufakis me preguntó si quería ayudarle en una tarea delicada. Se trataba de la preparación de un plan preliminar – solicitado por el primer ministro – para el caso de que Grecia pudiera verse obligada a salir del euro. Todos sabíomos que los acontecimientos llegarían a su clímax a finales de junio. Lo que no sabíamos – y no podíamos saber – era qué forma concreta adoptaría ese clímax. Había que prepararse para lo peor. Junto a un reducido grupo de personas trabajé durante semanas en este plan y remití un memorándum – el “memorándum del Plan X” – en los primeros días de mayo.

Nuestro trabajo se beneficiaba del conocimiento experto financiero y legal de nuestro equipo, de la literatura académica sobre transiciones monetarias, de un pequeño número de conversaciones particulares con expertos de confianza, y de nuestro propio conocimiento de la situación económica y social griega. Teníamos la esperanza de poder proporcionar un borrador de las medidas que podrían tomarse y de los problemas que se producirían. Eramos agudamente conscientes de las dificultades a las que se enfrentaría Grecia si se veía obligada a abandonar el euro, y también de los peligros que se derivarían si se conocía nuestro trabajo. Por estas razones, trabajábamos con discreción, en nuestra mayor parte fuera de Atenas. El grueso del gobierno griego – fuera o incluso dentro del Ministerio de Economía – no estaba implicado.

Las cuestiones relativas a una salida forzosa del euro eran abrumadoras: iban de la relación legal con la Unión Europea a la creación y gestión de un nuevo banco central y la mecánica de suministrar liquidez fiable a corto plazo, al posible apoyo externo a una nueva moneda, hasta la transformación de los depósitos bancarios y deudas privadas o a cuestiones tan senciales sobre cómo mantener el suministro de cosas básicas como alimentos, combustible y medicinas. No podíamos saber cómo reaccionarían las fuerzas políticas y sociales griegas. Nuestro trabajo consistía en evaluar esas consideraciones en la medida en que podíamos, una medida que era a menudo muy limitada. No era misión nuestra hacer recomendaciones y no hicimos ninguna; nos preparábamos para un escenario que todo el mundo tenía la esperanza de evitar.

Al término de cada día, Yanis Varoufakis, ministro de Economía, discutía nuestro trabajo con el primer ministro, y el primer ministro tomaba la decision, como todo el mundo sabe. Era el criterio del primer ministro el que debía decidir. Me marché de Grecia el 7 de julio de 2015 con sentimientos encontrados. Por un lado, le hubiera deseado mejores resultados al pueblo griego, un mayor estímulo de los amigos de Grecia y un poco de flexibilidad de parte de los acreedores, que nunca se vio por ninguna parte. Por otro lado, me siento contento de haber prestado mis servicios a una buena causa. Y seguro en mi valoración de que el ministro de Economía, Yanis Varoufakis, desempeñó sus responsabilidades de manera distinguida.

* Artículo publicado originalmente en Sin Permiso