Alberto PRADILLA
Ataques yihadistas en París

La islamofobia crece ante la falta de respuestas

La islamofobia no es consecuencia directa de los tres días de pánico que dejaron 20 muertos en París, pero ha influido. Se trata de un fenómeno que ya existía, aunque la matanza ha permitido que los discursos racistas del FN encuentren más acomodo. Por desgracia, las preguntas correctas siguen sin respuesta.

Poca gente tiene ganas de hablar en la mezquita Al Dawa, junto al metro Stalingrad, en el distrito 19 de París, al noreste de la capital francesa. Aquí venían a rezar los hermanos Rachid y Chérif Kouachi, aunque es mencionar sus nombres y obtener la callada por respuesta. Es lógico. Es viernes y los dos antiguos feligreses de este barrio popular están ya atrincherados en la imprenta de Dammartin-en-Goeley en la que, horas después, perderán la vida a balazos. Amedy Coulibaly, el tercer asaltante, aún no ha tomado los rehenes en la tienda kosher parisina pero los nervios en toda la ciudad son evidentes. Y muchos ciudadanos miran hacia las mezquitas con suspicacia. No es difícil probar lo que la comunidad musulmana, que rechazó la matanza de Charlie Hebdo, advierte como una islamofobia que ya estaba allí pero que se ha incrementado con los atentados. A la obviedad de que el Front National aprovecharía políticamente los atentados se le unen reflexiones como las del escritor Nabil Ennasri, presidente del Colectivo de Musulmanes de Francia, que se plantea qué es lo que hace que jóvenes nacidos en la República se sientan tan fuera de ella que terminen viéndose seducidos por fenómenos como el de Al Qaeda.

Al Dawa, protegida por una verja, tiene la apariencia de un hangar y se colocó en el centro de la atención mediática ya hace tiempo. Se supone que es aquí donde los Kouachi conocieron a Farid Benyettou, condenado en 2008 junto a Chérif por reclutar combatientes para desplazarse hasta Irak. No muy lejos de allí se encuentra el parque Buttes Chaumont, donde tiempo atrás acudían a entrenarse en rudimentos militares quienes planeaban enrolarse en redes yihadistas del país árabe. Son las 10 de la mañana y no habrá nadie en el interior hasta las 13.00, hora de inicio del rezo. Fuera, sin embargo, se monta fila para un reparto de alimentos que se dirige desde una especie de caseta de obra. Algunos de los que aguardan también son fieles de la mezquita, pero no ven con buenos ojos el goteo de periodistas que peregrinan hacia el templo. Ya hay suficiente presión. Y los ataques contra símbolos musulmanes se multiplicaron las jornadas posteriores a los atentados.

«Nosotros no hemos hecho nada, así que debemos estar tranquilos», dice un joven en otra mezquita del distrito 19. Si está claro que no es el Islam lo que mató a los redactores de Charlie Hebdo y al resto de víctimas, sino una interpretación extrema, es lógico el rostro de malestar que se encuentra en los templos cuando uno pregunta sobre el atentado. Es como si todos y cada uno de los musulmanes del Estado francés (más de 3 millones y medio de personas) tuviesen que explicar cada día que ellos no habían apretado el gatillo y rechazar solemnemente el ataque. «Puede extenderse la islamofobia, pero los terroristas no eran musulmanes, todos estamos en contra de los ataques», defiende el joven, con gesto cansado. Prefiere no dar su nombre. «El rezo seguirá normal, no vamos a parar por hechos como este, que no tienen nada que ver con nosotros», dice.

Identidad: ni franceses ni forasteros

El problema es que la presión sí que se va a desplazar hacia las mezquitas. François Hollande intentó hace dos días escenificar una imagen de acercamiento hacia el credo musulmán y visitó el Instituto del Mundo Árabe, proclamando un discurso en el que reivindicó que «los musulmanes son las primeras víctimas del fanatismo y la intolerancia». Obvio. Son ellos quienes están poniendo las víctimas en Siria o Irak. Sin embargo, también se van a ver perjudicados en el Estado francés. Porque todo el mundo sabe que si existe alguien que va a sacar pecho tras la masacre es Marie Le Pen, líder del ultraderechista Front National, que ha crecido, precisamente, con un discurso racista en un contexto de grave crisis. Los ataques, más de medio centenar, contra las mezquitas o contra ciudadanos de origen árabe son una cara muy grave. El problema es que todavía está por venir la otra: las previsibles medidas restrictivas en un contexto generalizado de islamofobia en el que se compita por ver quién es más duro. Un planteamiento que solo servirá para abrir más unas grietas que ya existen. No hace falta más que escuchar expresiones tan racistas como «franceses de tercera generación» para darse cuenta de que la integración sigue siendo una tarea pendiente.

«Hemos nacido en Francia, pero nos ven diferentes. Así que existen miles de personas que no son franceses del todo, pero tampoco marroquíes, por ejemplo. La de la identidad es una cuestión esencial», asegura Nabil Ennasri, presidente del Colectivo de Musulmanes de Francia y una voz crítica con la gestión de la crisis. Una opinión que corrobora Lazhar Benlaid, un argelino que lleva ya cuatro décadas en el Estado francés y cuyos hijos nacieron con pasaporte republicano. Sin embargo, son conscientes de que se les observa de modo distinto. «Mi abuelo fue militar francés. Tenemos lazos muy fuertes. Pero parece que no es suficiente», lamenta junto a la plaza de la República, donde había acudido para solidarizarse con las víctimas del ataque yihadista.

«Políticas criminales de Occidente»

Preguntarse qué es lo que lleva a estos jóvenes a «radicalizarse» es el interrogante fundamental para Ennasri. Primero, rechaza los ataques contra Charlie Hebdo, como si estas palabras constituyesen la obvia liturgia con la que cumplir antes de poder opinar. Después, lanza su primer dardo: «Alguna responsabilidad tienen las políticas criminales desarrolladas por Occidente en Oriente Próximo». «Lógicamente, esto no justifica los actos criminales, pero es cierto que existe una sed de venganza», considera este escritor, experto en Qatar. A estas ganas de revancha se le suma la sensación extendida entre muchos jóvenes de ser invitados incómodos en su país. La crisis de identidad que tiene su origen en el pasado colonial se une a las desigualdades (basta con recordar los disturbios en la banlieue de París en 2005) y a lo que este experto califica como «interpretación sectaria de los textos sagrados». Quien dibuja el problema con la brocha gorda de la «libertad» a secas se equivoca.

Las mezquitas irregulares, las que se abren en cualquier trastero de las barriadas del exterior de París, están en el centro de la sospecha. Hay quien pide «mano dura» y que el Estado se haga con el control de los centros religiosos. Entre ellos se encuentra Benlaid, que apela a los «valores republicanos» como «garantía». «La administración tiene que entrar en las mezquitas», afirma, tajante. Él mismo es musulmán pero vería con buenos ojos la intervención estatal. Cree que el Estado ha permanecido ausente en los barrios empobrecidos y que fiscalizar los templos sería el primer paso. Una opinión de consecuencias imprevisibles que se extiende entre la población. Rashid, un taxista de origen armenio-libanés, insiste en la misma idea: «Hay que vigilar a los imanes».

Desde instituciones musulmanas, por el contrario, lo que se pide es protección. El número de ataques contra símbolos religiosos se ha incrementado en la última semana. «No tienes más que buscar en Internet para ver cómo están creciendo los ataques a mezquitas. ¡Exijo a los poderes públicos que las protejan!», advierte Ennasri. De la misma opinión es M'Hammed Henniche, presidente de la Unión de Asociaciones Musulmanas de Seine-Saint-Denis, quien advierte el incremento de llamadas de personas amenazadas por su credo. «Debemos estar vigilantes», dice Ennasri, que alerta sobre los riesgos de una escalada islamófoba que incremente más las divisiones sociales. Las consecuencias de la matanza no se quedan en el luto. Y el riesgo de fractura es real.

Hollande apela a la «libertad de expresión» y defiende a Charlie Hebdo

«Hay tensión fuera de nuestras fronteras, donde la gente no entiende nuestro apego por la libertad de expresión». François Hollande, presidente del Estado francés, respondió así a la ola de manifestaciones que se han sucedido en el mundo musulmán por la publicación de la nueva portada de Charlie Hebdo, en la que aparece nuevamente Mahoma caricaturizado y, con el lema «Je suis Charlie», afirmando que «todo está perdonado», en referencia a los diez trabajadores de la revista que fueron masacrados por los hermanos Kouachi hace más de una semana. «Hemos apoyado a estos países en su lucha contra el terrorismo», consideró Hollande en referencia a las intervenciones de París en países como Malí o Siria. «Quiero expresar mi solidaridad, pero al mismo tiempo Francia tiene principios y valores, en particular la libertad de expresión», revindicó. Se da circunstancia de que, desde el momento en el que se registró el ataque, se han sucedido las detenciones por «apología del terrorismo» debido a mensajes en los que se alababa abiertamente a los perpetradores de la matanza. Entre ellos se encontraba el humorista Dieudonné. GARA