
Con el grupo vocal de soul africano The Sey Sisters, formado por las hermanas Edna, Yolanda y Kathy Say, se abría en la mañana del sábado la penúltima jornada del festival Jazz de Gasteiz y la más alejada del jazz. Estuvieron acompañadas únicamente por el pianista Albert Bartolomé y en ocasiones por un pad electrónico de percusión.
Ofrecieron un concierto alegre y colorido, basado en melodías de inspiración ochentera que por momentos recordaban al mismísimo Johnny Cleg & Savuka. Abundaron las baladas en modo mayor, propias de la música popular de Ghana y otros temas cercanos al gospel y al funk. Explotaron la forma habitual de tres voces a coro interpretando el tema del que tras la exposición inicial se separaba una de ellas en modo solista, mientras el resto continuaban manteniendo una melodía que servía de base y contraste. Típica fórmula del estilo.
Con una tema sobre la idea de comunidad, inspirado en un viaje de retorno a Ghana y de marcado ritmo afrobeat y amable melodía, una vez más en tonos de mayores, despedían su actuación con un Iradier Arena más familiar que en días anteriores, entregado y participando con unas palmas que no se habían visto hasta ese momento durante el resto de conciertos del festival. Con la concurrencia animada dejaban paso a la siguiente actuación.
Dora Postigo
Acto seguido aparecía en el escenario Dora Postigo, con un ceñido vestido blanco y negro, el pelo corto teñido de un tono rojo y engominado hacia atrás que hizo al público gazteiztarra acordarse inevitablemente de su madre, la cantante Bimba Bosé, cual si de un homenaje se tratara. Tras un breve inicio a capela que concluyó acompañándose el resto del tema a piano, se lanzó a interpretar los temas de su último disco, Saving Star, experimentando con una formación acústica inusual, para tratar de integrar de alguna forma su repertorio más popero en el contexto de un festival de jazz.
Así lo explicaba ella abiertamente, como un «experimento para encajar». El truco consistió en arreglar sus temas en clave de bolero donde el jazz, es decir, la improvisación, la puso el solvente pianista Juan Sebastián, mientras que el violín de Mikaela Vázquez aportaba un toque latino más emocional y el contrabajo marcaba la tónica en clave de pop, para dar consistencia al invento. Los temas en inglés fueron rearmonizados por el pianista, que completó con secuencias de acordes más densas y propias del jazz vocal las simples estructuras pop originales.
Lo luchó la cantante para estar a la altura del evento, y si bien se mostró resuelta y cómoda, compartió con el público asistente algún momento de nerviosismo ante la magnitud del mismo. Aunque aún está lejos de alcanzar los matices que se esperan de una cantante de jazz o boleros, ofreció un digno espectáculo que los asistentes acogieron de buen gusto, disfrutando de la sesión menos intensa y más facilonga de la programación. Tal vez, el tiempo lo dirá, la joven artista se convierta en una gran cantante, hay atisbos que evidencian dicha posibilidad. Sin duda salió reforzada de su aventura en Gazteiz.
Lucía Martínez & The Fearless
Con un respetable un tanto adormecido, haciendo aún la digestión, comenzaba el concierto del Teatro Principal a las 17.30. Saltaba al escenario la baterista gallega Lucía Martínez acompañada de su banda The Fearless, para aportar un nuevo color y cierta frescura a la programación. Junto a Lucía y la pintoresca colección de músicos alemanes destacaba la presencia del DJ de Laredo Pelayo Fernández Arrizabalaga, una leyenda de la escena experimental estatal desde los años setenta, sorprendiendo a propios y extraños con la aportación de interesantes sonidos y referencias musicales que disparaba con su selección de vinilos.
Ofrecieron un repertorio basado en estructuras de corte cabaretero, pero interpretadas con una intención caótica que aportaba un toque contemporáneo y pícaro al concepto de la banda, y sobre las cuales la baterista gallega desplegó todos sus recursos, proporcionando momentos divertidos mediante el uso de diversos elementos de percusión inusuales que apuntalaban el compromiso del proyecto con la música innovadora.
Los ingeniosos solos de Richar Koch y su sonido de trompeta con sordina teñían la sala de un sabor a jazz añejo y de un espíritu irreverente a pesar de lucir un engañoso aspecto de empollón de la clase. Por contra, y con una estética más punk, Benjaming Widekamp aportaba un toque diferente a la escena con un enorme clarinete bajo, un instrumento pocas veces utilizado en un proyecto de carácter más rockero y alternativo, pero que resultó más que apropiado en diversos momento del show.
El interesante guitarrista Ronny Graupe, dando muestra de un estilo personal y único, fue turnándose con lo vientos a la hora de plantear los temas y repartirse los solos, lo que aportó al sonido del grupo una variedad tímbrica. La banda se completaba con el sobrio contrabajista Marcel Krömker, que resultó el punto de apoyo ideal sobre el que moverse con libertad, como hicieron el resto de músicos, dj inclusive.
En definitiva, Lucía Martínez, compositora de todos los temas que la banda interpretó, se descubrió ante el público del festival como una artista inquieta, versátil e innovadora que dará que hablar en el panorama de música alternativa internacional.
Anne Paceo
La sesión estelar de la tarde-noche más importante del festival llegó con la propuesta musical de la baterista francesa nacida en Costa de Marfil Anne Paceo, que por alguna desconocida razón se presentó en el Iradier Arena con una banda que apenas coincidía con la que se anunciaba en la web oficial del festival.
Salvando la incertidumbre que podía suscitar dicho hecho, ofreció un gran concierto en el que destacaron sobre el resto de factores, la variedad rítmica y el sonido de su batería y la textura generada al combinar la hermosa voz de Isabel Sörling y su rock de efectos electrónicos con el saxo del experimentado Christophe Panzani.
La discreta aportación del teclista Tony Paeleman contribuyó a que el auditorio se vieran envuelto en una atmósfera de evocadoras melodías solo rotas por los esporádicos solos de saxofón. Se notó durante la jornada la profunda alegría y la energía de casi todos los músicos que han tenido ocasión de actuar durante el festival, tras un año y medio de parón.
A pesar de lo barrera lingüística, Anne se esforzó por conectar con el público durante los interludios, creando un ambiente de complicidad con el respetable, que agradeció en todo momento la energía positiva que emanaba de la francesa. Seguro que tanto arriba del escenario como en las gradas todo el mundo se quedó con ganas de más, pero el rigor del horario pandémico no permitió más que un apretado bis con el que concluía el concierto.
En el camerino se preparaban para salir a escena unos gigantes del jazz, mientras los técnicos trabajaban para que el cambio de instrumentos y micrófonos no retrasara la hora final del concierto, o lo que es peor, acortar la duración del mismo, ya que la posibilidad de estirar el tiempo no ha existido en ninguna de las jornadas y esta no iba a ser diferente. Como parte del público asiduo era consciente de la situación, había que empezar sí o sí con puntualidad.
Antonio Sánchez
Así salía al escenario el batería Antonio Sánchez, al que cualquier aficionado al jazz reconocería rápidamente como compañero inseparable de escenario de Pat Metheny en la última década. Y como al parecer Pat le ha premiado con unas merecidas vacaciones, el mexicano llego a Gazteiz acompañado de algunos de sus amigos músicos.
Nada más y nada menos que los saxofonistas Miguel Zenón y Donny McCaslin, ambos músicos de una amplia trayectoria como líderes de sus propios proyectos, dos bestias pardas del jazz, y un habitual en las reuniones de todos ellos, el contrabajista Scott Colly. No fue una casualidad que la formación no contara con la base armónica de un pianista, y en ello iba una declaración de intenciones, casi una amenaza que fue confirmada según sonaron los primeros compases del su concierto.
Duelo de vientos, y el juego desatado y enloquecido con la batería vigorosa y veloz de Antonio Sánchez, que confesó de nuevo la felicidad de poder pisar un escenario y compartir música con otros humanos, en sus propias palabras. Así que sin más que una breve presentación confirmó que tocarían hasta el final sin mediar más palabra ni explicación. A eso habían venido.
Se lanzaron a interpretar temas de una endiablada energía rítmica sobre los que los saxofonistas dispararon sus ráfagas de solo como si fuera la última vez que les fueran a dejar tocar. El resultado, un público atrapado por las sensaciones y la fuerza que emanaba del escenario, que tiempo después de terminado el concierto más de uno estaría aún asimilando y tratando de controlar su acelerado pulso.
Un concierto para recordar, de esos que hacen afición y que no son fáciles de volver a presenciar. Se acaba el domingo el festival, pero como se suele decir, el bacalao está vendido. Una gran jornada de música la vivida ayer en el festival número 44 de Gazteiz.

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