Frente a la solución de los dos Estados, uno y distópico

Procedente de Egipto, el jefe de la diplomacia de EEUU, Antony Blinken, llega hoy a Jerusalén y a Ramallah, donde se entrevistará con el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y el presidente de la ¿Autoridad? ¿Nacional? Palestina (ANP), Mahmud Abbas.
Sin descartar que haya tratado de convencer al golpista rais egipcio, Abdelfattah al-Sissi, para que medie ante Hamas, que respondió con cohetes a la sangrienta redada israelí en el campameno de Jenin, no se espera que Blinken lleve bajo el brazo mucho más que un llamamiento genérico a la calma, la condena, siempre asimétrica, del sangriento ataque palestino a la sinagoga de Jerusalén, y el mantra de la solución de los dos Estados.
Cuando esta vieja iniciativa, que promulgaba la creación de dos Estados, israelí y palestino, yace muerta y enterrada desde hace tiempo.
En primer lugar, por la negativa del Estado sionista a renunciar a sus pretensiones anexionistas sobre Judea y Samaria (Cisjordania) y a dar viabilidad a un Estado palestino.
Y, como corolario, por la propia incapacidad de una ANP totalmente desautorizada por la población palestina, que en 2007 dejó de ser nacional cuando se negó a reconocer el triunfo de Hamas y tuvo que huir de Gaza tras un intento de golpe de Estado, y que ha perdido, incluso, el poco control que Tel Aviv le dejaba tener sobre la Cisjordania ocupada.
Más allá de repartir los sueldos que recibe de manos de la ONU y otros organismos internacionales, la ANP asiste impotente al surgimiento de grupos armados alternativos como la «Guarida del León» de Naplusa y el Batallón de Balata, que acogen a una juventud indignada y a la que organizaciones históricas como Fattah y sus Brigada de los Mártires de Al Aqsa le dicen ya poco o nada. Una juventud profundamente musulmana, pero que recela a su vez del islam político de Hamas o de Yihad Islámica.
Una Yihad Islámica que gana a su vez presencia tanto en Cisjordania como en Gaza, aprovechando el desgaste de Hamas, y cuya presencia en el campo de refugiados de Jenin fue la excusa para la masacre impune de la semana pasada.
Y como eje de todo este círculo vicioso, el enésimo Gobierno Netanyahu, cada vez más escorado a la extrema derecha, y que prosigue con su plan de un solo Estado, esencialista, judío y sionista, y utiliza la indignación israelí ante atentados como el perpetrado contra la sinagoga para profundizar en la negación de derecho alguno, primero a los autores de atentados y ataques, luego a sus familias, y, finalmente, a toda la población palestina.
No pocos advirtieron en su día que la solución de los dos Estados era una entelequia y apostaban por un solo Estado refundado entre israelíes y palestinos. Lo que seguro no pensaban los defensores de esta utopía era que el sionismo iba a ser capaz de llevar a Israel, y sobre todo a Palestina, a un solo Estado que se se asemeja cada vez más a una distopía. Para los palestinos y, atención, a futuro quizás también para los propios israelíes.

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