Ainara Lertxundi
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Entrevista
Ricardo Gil Lavedra
Integrante del tribunal que juzgó a las Juntas Militares argentinas en 1985

«El Estado nunca puede tener como respuesta lo que hizo; secuestrar, torturar, violar...»

Hace ahora 40 años Argentina vivió un momento histórico con el juicio a las Juntas Militares. Ricardo Gil Lavedra integró el tribunal que condenó a Jorge Videla, Emilio Massera, Roberto Eduardo Viola, Armando Lambruschini y Orlando Agosti. En entrevista a NAIZ recuerda este «inédito juicio».

 

Ricardo Gil Lavedra, actual presidente del Colegio Público de Abogados de Buenos Aires, integró el tribunal que juzgó a las Juntas Militares durante el año 1985.
Ricardo Gil Lavedra, actual presidente del Colegio Público de Abogados de Buenos Aires, integró el tribunal que juzgó a las Juntas Militares durante el año 1985. (NAIZ)

Como juez de la Cámara Federal Criminal de la Capital, Ricardo Gil Lavedra, actualmente profesor consulto de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires y presidente del Colegio Público de Abogados de la capital, integró el tribunal que juzgó a las Juntas Militares en el año 1985.

En el banquillo de los acusados se sentaron nueve comandantes: Jorge Rafael Videla, Emilio Eduardo Massera, Orlando Ramón Agosti, Roberto Eduardo Viola, Armando Lambruschini, Omar Graffigna, Leopoldo Fortunato Galtieri, Basilio Lami Dozo y Jorge Anaya.

El juicio arrancó el 22 de abril. Hasta mediados de agosto, más de 800 supervivientes de la dictadura y de los centros clandestinos de detención declararon en calidad de testigos.

«A pesar del tiempo transcurrido, sé si determinado testimonio fue dado de día o de noche por el recuerdo de la luz de la sala. Era muy poca, apenas la que se filtraba por encima del ventanal tapiado. Creo que es tan importante para mí el recuerdo porque justamente la luz siempre fue una clave en el juicio: se trataba de iluminar la oscuridad. Íbamos por el camino del descenso a los infiernos. Pero también por el de la verdad», afirma Gil Lavedra en su libro ‘La hermandad de los astronautas’, en el que recoge los entresijos del juicio.

«Fue inédito en el mundo en el sentido de que jamás había habido un juicio de estas características, que un tribunal civil juzgara los crímenes de una dictadura saliente estando los perpetradores en actividad, libres y muchos de ellos con poder de mando aún», subraya en entrevista a NAIZ cuando se cumplen 40 años de su inicio.

¿Cómo explicaría el juicio a las Juntas Militares a los jóvenes de hoy en día?

Tradicionalmente, la respuesta que hasta ese momento se había dado en el mundo a dictaduras trágicas y a derramamientos de sangre había sido el olvido y el perdón, en otras palabras, la amnistía.

Pero, la democracia no puede hacer como si aquí no hubiera pasado nada. La mejor respuesta frente a los crímenes de una dictadura saliente es la verdad y la justicia y Argentina inauguró un nuevo camino en ese sentido. La respuesta de la joven democracia argentina fue que ésta solo podía reconstruirse sobre la base del imperio de la ley. Esa consigna fue la que originó el juicio a las Juntas Militares.

«No sabíamos lo que iba a pasar una vez de que abriéramos esa audiencia pública enorme con tantas tensiones»

 

Fue inédito en el mundo en el sentido de que jamás había habido un juicio de estas características, que un tribunal civil juzgara los crímenes de una dictadura saliente estando los perpetradores en actividad, libres y muchos de ellos con poder de mando.

Lo que deberíamos decirles a los jóvenes es que piensen en el gran valor que tiene el cumplimiento de la ley dentro de un régimen democrático.

La democracia es un régimen de convivencia civilizada basada en reglas, si uno no cumple esas normas fundamentales, no puede decir que vive en democracia.

La Argentina de hoy no es la de hace 40 años. Parte de la sociedad no estaba de acuerdo del juicio y había desconocimiento sobre la dimensión de los crímenes cometidos en dictadura. ¿Cómo se tomó la decisión de llevar a juicio a las cúpulas militares en un clima de total impunidad?

Fue la decisión que tomó el presidente Raúl Alfonsín. Sinceramente, no sé qué le llevó a tomarla, probablemente, una intuición de que la democracia no podía edificarse sobre la base de una claudicación ética.

Lo normal es que no hubiera habido juicio porque nadie lo quería, ni los militares, que querían premios por haber derrotado al terrorismo, ni los empresarios ni la Iglesia, ni tampoco los medios.

Eran constantes las invocaciones a una reconciliación y a mirar para adelante, porque «mirar para atrás era buscar puntos de discordia y de separación. Olvidemos», era la consigna.

«Jamás un tribunal civil había juzgado los crímenes de una dictadura saliente estando los perpetradores en actividad»

 

Una decisión como la de Alfonsín claro que ponía en riesgo esa transición democrática. Tuvo tres alzamientos militares reclamando la amnistía. Pero tomar esa decisión tan audaz y valiente permitió suturar mucho mejor las heridas del pasado, porque estas cosas solo pueden cerrarse con verdad y justicia.

Es la mejor manera de saber lo ocurrido, de que los responsables tengan algún tipo de sanción y de cerrar esas heridas tan profundas que se abren dentro de una sociedad.

¿Cómo recuerda aquel 22 de abril de 1985?

Los días previos al comienzo de las audiencias y el mismo día estaba muy nervioso. Había una gran incertidumbre. No sabíamos lo que iba a pasar una vez de que abriéramos esa audiencia pública enorme con tantas tensiones.

No sabíamos si íbamos a poder llevarla adelante, si íbamos a poder mantener el orden dentro de la sala, si iba a ver un alzamiento militar. Había miles de preguntas sin respuestas en el aire. Lo recuerdo como un día de mucha tensión.

El adjunto al fiscal Julio César Strassera, Luis Moreno Ocampo, dijo que las amenazas y presiones que recibió no fueron nada en comparación con las que recibieron los miembros del tribunal. ¿Cómo fue trabajar bajo esa amenaza diaria?

Tuvimos muchas amenazas en nuestros despachos. Yo, por suerte, no tuve ninguna en mi casa. Era trabajar en un clima de tensión. El Gobierno nos había puesto un auto con custodia y en cada una de nuestras casas. Pero, no sabías quiénes estaban detrás de esas amenazas.

El primer día que iba en el auto con un custodio armado, íbamos por la avenida 9 de julio de Buenos Aires, que es muy grande y, de repente, me ordenó tirarme al suelo y sacó la pistola. Me asusté. Le pregunté qué pasaba. Me dijo que se había puesto otro auto al lado y temía que nos fueran a disparar. Le contesté que estábamos en la avenida 9 de julio y que era normal que hubiera muchos coches.

«Hubo 400 periodistas acreditados para el juicio, vinieron periodistas de todo el mundo a cubrirlo»

 

Otra vez en mi casa nos despertamos a la noche con unos disparos. El custodio había visto dos autos que se medio paraban y disparó al aire, pero provocó una conmoción en el barrio. Tampoco sabías quién te estaba cuidando porque ese personal hasta podría haber estado involucrado en hechos graves. Era otra época.

A un compañero del tribunal, Andrés D´Alessio, le pusieron una bomba a la entrada de casa. No estalló porque una de sus hijas llegó del cine con el novio, la vio, llamó a la Policía y la desarmaron. Tuvimos que convivir con todo eso.

El Juicio se hizo en tiempo récord. ¿Cómo se consiguió?

Siendo sincero, no lo sé, porque las cifras son impresionantes: más de 800 testigos entre abril y mediados de agosto. Lo hicimos trabajando muchas horas, con audiencias todos los días hasta la madrugada, incluso los sábados. Con una agenda muy exigente y poniéndole muchas horas.

El juicio pertenece a una etapa prehistórica en el sentido de que no había internet ni computadoras. Era la época del carbónico, con métodos que hoy parecen arcaicos.

La primera testigo en declarar fue Adriana Calvo Laborde, quien relató cómo había parido maniatada en un coche durante su cautiverio. Iris Avellaneda expuso su detención y tortura junto a su hijo, Floreal, aún desaparecido. Pablo Díaz narró las torturas y los últimos momentos con sus compañeros de Secundaria, a día de hoy aún desaparecidos. La última en comparecer fue Gladys Cuerpo. Cada testimonio más desgarrador que el anterior. ¿Hubo, no obstante, alguno que le impactara sobremanera?

Todos los que acaba de mencionar. El de Adriana fue el primer testimonio de una exdetenida desaparecida. Recuerdo también el de Claudio Tamburrini, que logró escapar del centro clandestino de detención conocido como la Mansión Seré, el del abogado mendocino Angel Bustelo, quien dio un testimonio sobrecogedor. El del médico pediatra Norberto Lwiski, que fue secuestrado con sus hijas pequeñas. O el de Jorge Federico Watts, quien relató como en El Vesubio a las mujeres les metían ratones pequeños en la vagina.

Los testigos comunican sentimientos. Son relatos humanos y uno los va recibiendo. Cuando son cuestiones tan horrendas, salvajes, los jueces se conmueven, son personas como cualquier otra. Nosotros lloramos y nos enojamos escuchando los testimonios.

¿Cómo fue acogiendo la sociedad argentina estos relatos?

La enorme mayoría de la sociedad no conocía lo que había ocurrido ni su gravedad. Me incluyo y también a mis compañeros de tribunal. Sabía que habían ocurrido cosas, pero sinceramente no sabía que respondían a un plan sistemático y ordenado en todo el país. Yo personalmente desconocía el alcance de la crueldad.

Creo que todo el pueblo argentino se fue enterando. Ahí comenzó a descorrerse el velo. Esto produjo un impacto muy fuerte. Y eso que en materia de difusión, el juicio fue como acolchado porque no se transmitió en directo y no se podía escuchar el audio.

Todo se supo a través del relato gráfico y de algunas imágenes que pasaban por la tele sin sonido. Hubo 400 periodistas acreditados para el Juicio, vinieron periodistas de todo el mundo a cubrirlo. Acreditamos un periodista por medio, o sea, tuvimos 400 medios acreditados.

Una vez finalizado el juicio y por miedo a un golpe militar, decidieron sacar una copia de las audiencias y llevar a Noruega. ¿Cómo se gestó este plan?

En 1987, Alfonsín sufre su primer alzamiento militar pidiendo la amnistía y es cuando se sanciona la Ley de Obediencia Debida. A partir de este momento, todos los jueces de la Cámara renunciamos. A principios de 1988 ninguno de nosotros estaba en la Cámara.

Un día pensamos qué iba a pasar con el material fílmico del Juicio. A través del profesor Bernardo Beiderman, el Instituto Internacional de Derecho Penal y Criminología, con sede en Oslo, nos dijo que el Gobierno noruego estaría dispuesto a recibir ese material. Medio subrepticiamente fuimos haciendo las copias y sacándolas de la Cámara. Las llevamos en nuestras propias maletas, entre pañuelos y medias.

«Nosotros estábamos dentro de una nave espacial tratando no de alunizar sino de dictar sentencia. Y como los astronautas, dependíamos los unos de los otros»

 

En Oslo tuvimos un recibimiento extraordinario, nos sorprendió muchísimo. Nos agasajó la Corte Suprema de Justicia, la Asociación de Abogados, el Parlamento. Hicimos entrega de los cassettes en una ceremonia muy formal en presencia del primer ministro noruego, que afirmó que iban a quedar junto a la Constitución noruega.

Hay otra copia digitalizada en los Archivos de Salamanca, mientras que los originales están en Argentina.

¿Como argentino y parte del tribunal del Juicio a las Juntas, cómo valora la visita que varios diputados hicieron a represores como Alfredo Astiz en el penal de Ezeiza?

En Argentina ha habido cierto movimiento que estrictamente no diría que es negacionista porque, a día de hoy, nadie discute los hechos. De lo que se trata es de justificarlos un poco mostrando que los hechos de los terroristas también fueron muy graves y que las Fuerzas Armadas se vieron como obligadas a dar respuesta a esos delitos.

Es una línea de defensa muy similar a la que hicieron los ex comandantes en el juicio en el sentido de que lo que hubo en Argentina fue una guerra no convencional y que los terroristas hicieron cosas muy malas.

Lo que ocurre es que el Estado jamás puede tener como respuesta lo que hizo; secuestrar, torturar, violar sistemáticamente a las mujeres, robarles las criaturas, asesinarlos en secreto. Esos no son actos de guerra. Son una salvajada.

En su libro, “La hermandad de los astronautas”, recoge la intrahistoria del juicio. ¿De dónde viene el título?

El título está sacado de una metáfora que utilizaba uno de mis colegas, Jorge Torlasco, que siempre decía que era como si estuviéramos en una nave espacial, afuera de la cual había estruendos, conflictos. Nosotros estábamos dentro de una nave espacial tratando no de alunizar sino de dictar sentencia.

Y como los astronautas, dependíamos los unos de los otros. Quien vive circunstancias excepcionales como las que vivimos nosotros, crea lazos excepcionales que se asemejan a una hermandad.

«La enorme mayoría de la sociedad no conocía lo que había ocurrido ni su gravedad. Me incluyo y también a mis compañeros de tribunal»

 

Por eso, la metáfora de Torlasco me pareció la más apropiada. El libro cuenta el punto de vista de los jueces. Cómo vivimos el proceso el político, la sanción de las leyes, el avocamiento y, sobre todo, cómo se organizó el juicio en un lapso de tiempo tan breve como son 14 meses.

¿Cree que las condenas fueron proporcionadas?

Hubo penas de cadena perpetua. Lo que ocurre es que por la estructura del juicio se seleccionaron un grupo de casos. Si bien los comandantes fueron condenados por haber ordenado un plan criminal que ocasionó miles de víctimas, la responsabilidad individual se hizo por un grupo muy pequeño de casos que quedaron probados.

«Tuvimos muchas amenazas en nuestros despachos. Yo, por suerte, no tuve ninguna en mi casa. Era trabajar en un clima de tensión»

 

De todas maneras, a mí me parece que hoy en día eso no tiene sentido. La proeza fue haber podido hacer el juicio y no si en lugar de diez años de cárcel se pusieron seis.

Recordar el pasado sirve para encarar el presente y el futuro. La gran enseñanza que deja este hecho histórico es el valor del cumplimiento de la ley, de aplicar la ley igual para todos.