Garantía para una libertad sin sombras
Recuperar la libertad, regresar al pueblo tras años de exilio, superar el limbo de la deportación, son sinónimos de felicidad personal, de sosiego familiar y de alegría colectiva, momentos que anhela vivir cualquier represaliado o represaliada. Sin embargo, pueden verse empañados por circunstancias de índole emocional, médico, laboral o económico que no tardan en asomar tras los abrazos y felicitaciones. Harrera Elkartea realiza desde hace años una labor asistencial, de acompañamiento, que ayuda a disipar incertidumbres y permite que el aterrizaje en la nueva vida esté exento de turbulencias. Un trabajo solidario que desgranamos en estas páginas.

Harrera Elkartea ha cumplido 13 años de trabajo asistencial con personas que salen de prisión o que regresan del exilio y la deportación, un periodo durante el que ha acompañado a cientos de represaliados y represaliadas y al que sucede una etapa marcada por nuevas necesidades. Un nuevo capítulo secundado por una hoja de ruta destinada a fortalecer la propia asociación y a hacer frente a esas incipientes demandas.
Encontrar piso, trabajo, ponerse en contacto con médicos, psicólogos, odontólogos, sacar el permiso de conducir, lograr transporte para salir o volver a la cárcel -ahora hay bastantes presos que salen y entran casi a diario-, hay tareas de todo tipo para una población creciente pues, a medida que se vacían las cárceles, la cifra de personas que se hallan en esta tesitura va engrosando. Es, además, un colectivo con una edad media alta, que en muchos casos no ha cotizado o apenas lo ha hecho, con enfermedades crónicas.... La casuística es amplia, y en pocos casos dibuja un panorama sencillo.
Con vocación, por tanto, de permanecer en el tiempo, además de iniciativas como la protagonizada por varios artistas que han puesto su talento a disposición de este objetivo solidario, Harrera Elkartea ha emprendido una campaña de captación de nuevos socios y socias -se ha puesto el reto de alcanzar unos 5.000- que aporten músculo financiero y estabilidad a una red de cuya importancia dan cuenta en estas páginas varias personas que la conocen de primera mano, bien por formar parte de la misma, bien por haber sido acogidos en ella.
EL IMPACTO PSICOLÓGICO DE LA LIBERTAD
Entre las primeras está Maritxu Jiménez, directora del Centro de Psicoterapia Humanista Sortzen, en Bilbo, que pone de relieve que no todo es sencillo al salir de la cárcel, tampoco desde el punto de vista psicológico. «Hace unos años existía más esa fantasía -explica-. Las ritualizaciones son importantes y, en aquella época, cuando salían de prisión, con la condena cumplida, se hacía un recibimiento, quizá muy folclórico, pero que daba oportunidad emocionalmente de dejar atrás lo anterior y de empezar a mirar hacia adelante. Asimismo, en esos primeros meses, el expreso o expresa estaba muy arropada y luego ya empezaba a hacer su camino». «Creo que ahora es diferente -añade-. Por un lado, por el nivel de concienciación que existe en torno a la salud mental, a que entendemos mejor los problemas que puede haber y que este no es un camino fácil».
Maritxu Jimenezi elkarrizketa
Junto a ello, se ha producido otro cambio, y es el modo en que los presos y presas están saliendo de prisión, muchos en virtud del artículo 100.2 o en tercer grado, provocando que intercalen tiempo dentro y fuera de la cárcel. «A veces están con un pie dentro y otro fuera, y así se aprecian más las dificultades que pueden encontrar en la calle», indica al respecto Jiménez. Resume que, «en general, las adaptaciones no son fáciles».
Y ahí es donde entra su trabajo, y el de otros profesionales que Harrera Elkartea pone en contacto con quienes lo necesitan.
«Los principales problemas suelen ser las expectativas», valora Jiménez sobre las personas que acaban de recobrar la libertad. Apunta que ,«por un lado, suelen ser periodos muy largos de prisión, y su expectativa a la hora de salir es que van a regresar a la Euskal Herria que conocieron». «Es verdad que a través de las visitas y demás le van tomando la temperatura a la situación, pero es muy difícil visualizar todos los cambios que ha habido para quien no los ha conocido», destaca, recordando lo mucho que ha cambiado este país en apenas unos años.
Hay, además, otras expectativas, de índole más personal, «las que puedes tener respecto a la pareja, los amigos, la familia, la militancia... y, cuanto mayores son las expectativas, más fuertes pueden ser las frustraciones».
LA CÁRCEL, PENSADA PARA DESTRUIR A LAS PERSONAS
¿Y cómo se afronta eso? ¿Hay variables que ayudan o dificultan el proceso de adaptación? Jiménez menciona el carácter como lo más determinante, «el carácter y la actitud». «Hay gente que tiene un carácter más resiliente, que intenta sacar algo positivo de cualquier experiencia, incluso de las malas, porque en todo proceso vital hay cosas buenas y malas. La actitud es muy importante y, quienes lo viven así, tienen mucho más fácil la adaptación a la nueva realidad», explica. Aunque apostilla que, lógicamente, hay otras variables que también afectan, como «contar o no con una red potente alrededor, tener una familia sensible a tu situación, que se haya implicado durante el cautiverio; entender que el proceso de adaptación es eso, un proceso, que no es solo salir de la cárcel; los sentimientos de culpa, tanto en quien sale como en quien le recibe; la localidad en la que reside, no es lo mismo un lugar limítrofe con Cantabria o Burgos que uno super abertzale...», enumera la psicóloga, quien responde afirmativamente cuando se le pregunta si no se han normalizado demasiado fácil periodos de prisión de 20, 25 o 30 años.
«Se ha dado una insensibilización. Cuatro años de cárcel, por ejemplo, es una barbaridad. La cárcel es la cárcel y está pensada estructuralmente para destruir a la persona», expone, y apunta que la prisión es un agente generador de ansiedad y depresión, «y eso es algo que se produce en muy poco tiempo, puede que en apenas unos meses. Imagina en veintitantos años». En este sentido, señala que «el preso o la presa debe desarrollar unos recursos para adaptarse a un entorno que es tóxico, y claro, cuando salen a la calle, llevan consigo esos recursos».
«Han estado viviendo en blanco o negro, en una situación muy violenta, y salen a un entorno lleno de estímulos, de colores, y lo hacen con las herramientas para la vida dentro, no para ese nuevo mundo; es una cosa complicada, también desde el punto de vista emocional», concluye, y agrega que «en una época en la que [sus captores] se valían de las situaciones de vulnerabilidad para actuar contra los presos, estos levantaban un muro y aprendían a no expresar sus emociones». «Y eso tiene un coste terrible. Puede ocurrir que no sepan expresar sus emociones, que no sepan cuáles son, qué es lo que necesitan, y llevado al extremo, puede dar pie a situaciones psicóticas. Es una cosa muy grave», advierte.
El tema socioeconómico y laboral es también un factor de preocupación para los represaliados y represaliadas, para quienes, indica Jiménez, «es un factor importante conseguir autonomía personal» después de tanto tiempo sin opciones para ello. Destaca, en este sentido, la importancia de la red social o familiar que acompaña a estas personas, y ensalza asimismo la «tremenda labor que está desarrollando Harrera» en este ámbito. «Cuando no hay red, o cuando la red no es tan potente, están ahí desde el principio, con ayudas económicas, en la búsqueda de trabajo, con las pensiones, ayudando en el papeleo...».
Porque «ayudas económicas o empleo, da igual, dependiendo de la edad van a necesitar de lo uno o de lo otro», señala, igual que, apostilla, «necesitan ver que son capaces de alcanzarlo por sus propios medios, tener esa autonomía». A este respecto, y desde su percepción profesional, también advierte de que «creo que hay gente que empieza a trabajar demasiado pronto, porque su principal necesidad en la búsqueda de autonomía es esa pero, en términos generales, hacen falta un par de años para hacer un proceso de adaptación adecuado».
«Es mejor tomárselo con calma, aunque igual en algunos casos no es posible, o les genera una mayor tensión no tener trabajo que tomárselo con calma», concede.
En cualquier caso, insiste en el cambio que, «afortunadamente», se ha dado en torno a la asistencia psicológica desde que ella empezó a trabajar con presos y presas, hace 25 años. Tanto fuera como dentro de la cárcel. «Es significativo que cuando empecé había unos setecientos presos y hoy en día tenemos algo más de un centenar y, sin embargo, hay más gente que nunca en terapia», indica, y explica que «eso no es porque estén peor, es porque ahora hay una mayor conciencia a este respecto».
Y ahora está Harrera para poner en contacto a unos y a otros. La función que cumple esta asociación, insiste Jiménez, «es muy importante». «Por un lado, cuando no hay una red, ella cumple esa función. No solo en el cuidado psicológico, en muchos otros ámbitos», afirma, y recuerda que «desarrolla una asistencia muy integral. Alrededor suyo estamos varios colaboradores y colaboradoras, pero es Harrera quien coordina todo ese trabajo, es quien siempre está ahí cuando el preso sale de la cárcel».
Es quien está ahí, en definitiva, para intentar que un momento tan radiante no acabe oscurecido por sombras de ningún tipo.

«La idea fundamental es que los presos pasen por la prisión, pero que la prisión no pase por ellos y, sobre todo, que no salgan peor que cuando entraron»

El derecho y el deber de escapar de prisión

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Escapada a unos sanfermines de 1985 con mucha caspa y barracas políticas
