Periodista / Kazetaria
LITERATURA

Héroes sin estatua

Todo periplo vital es siempre una constante metamorfosis, un desarrollo sin líneas rectas ni proporciones exactas, pero poseedor de una naturaleza absolutamente singular en cada caso concreto. Lo que sí resulta común en todos ellos es la aparición de ese momento trascendental donde por primera vez se contacta con la realidad sin intermediarios, un despertar a la madurez con consecuencias muy diversas en función del espectador.

Los dos hermanos protagonistas de esta novela, de niños fueron testigos idénticos del mismo hecho anecdótico, pero mientras que en uno se despertó la pasión por la escritura, presentado como alter ego del autor de esta obra, otro incubó lo que terminaría por ser un proceso esquizofrénico. Una unión entre ambos extendida a lo largo de los años y ejemplo de amor incondicional al que ni la trágica incertidumbre es capaz de erosionar.

Sin pretensiones lacrimógenas, pero tampoco henchido de falso optimismo, la belleza de esta narración se sostiene sobre una prosa poética, formato lírico que también maneja el prolijo escritor quebequés, con la suficiente altura decorativa como para proporcionar un ambiente cálido pero huyendo de cualquier exageración que corra el riesgo de abotargar la historia.

Desplegado en brevísimos capítulos a modo de fogonazos reflexivos más que como pasos de una trama, el casi ascetismo del que hace gala uno de los personajes, dedicado al placer de las pequeñas cosas y determinado a ensalzar las bondades de la naturaleza, contrasta con el constante flirteo con el abismo en el que se sitúa su hermano, antagonismo que, lejos de sugerir una fricción de caracteres, permite una constante retroalimentación a la hora de buscar explicaciones sobre su propia existencia.

Que “El Reyezuelo” abdique de presentarse con sentenciosas intenciones a la hora de asomarse al resbaladizo tema de la salud mental, es precisamente lo que le convierte en un honesto y delicado escrito alrededor de esa gran incógnita que asola en tantas ocasiones el cerebro humano. Su elegante y amable recorrido en torno a los objetivos que persigue el hecho creativo y el reflejo de la bondad en su estado más puro, le aúpan como una, en apariencia modesta, pero sobrecogedora obra. A través de sus páginas se deshilacha la dictadura de lo tangible para señalar dos expresiones ajenas a la realidad, como son el arte -en su condición de ficción- y la inestabilidad emocional, pero cualificadas para articular el don más esencial: apostar por la ternura incluso entre paisajes en ruinas.