Encontrándose, el que suscribe, en un estado de seudoreposo vacacional a orillas de un Mediterráneo en extremo generoso con los prolíficos culícidos, familia de dípteros nematóceros, vulgo mosquitos, y cuya característica de la hembra es la hematofagia (hema: sangre; faga: comer) a todo animal pero mostrando particular interés por algunos individuos concretos. Más que interés una pasión que le lleva a superar todo tipo de obstáculos como mosquiteras, luces amarillas, pulseras, parches, velas, lociones, raqueta eléctrica, lámpara violeta electrificada y hasta un artefacto electrónico que intenta imitar, sin mucho éxito, el zumbido del macho en celo (el del mosquito macho se entiende) del que no aguanta su presencia por no estar receptiva en la puesta de huevos (vamos, que no tiene el chichi pa farolillos). Cada puesta debe ser precedida de una nueva ingesta de sangre (ciclo gonotrófico lo llaman los enteraos) para lo cual una nueva superación de las ineficaces barreras que este, su seguro servidor, despliega en derredor y con tanto éxito como el «DetentebalaelSagradoCorazónestáconmigo» que los requetés lucían en el pecho. Mi cuerpo, más agujereado que un San Sebastián asaetado por una tribu de arapahoes afectados de párkinson, despide un hedor a citronella trufada con toques de amoniaco que, cual lunares balsámicos, intentan contener las ganas de rascar con piedra pómez, hasta llegar al hueso, las decenas de protuberancias, provocadas por las perforaciones de las afanosas hembras culícidas, que pueblan mi atormentado cuerpo.

Iba a comentar la afirmación del sobrevenido independiente que ocupa la vicepresidencia económica del Gobierno de Navarra, otrora jefe del PNV, acerca del «error de equiparar o justificar unas violencias con otras», pero la picazón pudiese alterar mi habitual comedimiento.

El próximo año vengo con dos veganos de piel clara y un poquito diabéticos. Compartir es amar.