MOHAMED DADDACH Y SIETE BALAS QUE NUNCA LLEGARON
Hace frío, todo está oscuro y tienes miedo. Silencio. En cualquier momento un guardia puede llamar a la puerta. Son los últimos momentos de tu vida. Existen siete balas destinadas a atravesar tu cuerpo hasta causarte la muerte. Así vivió Mohamed Daddach durante 14 años. Condenado a pena de muerte y a la espera de ser ejecutado.

Es saharaui y el preso político africano conocido que más tiempo ha pasado en la cárcel, solo superado por Madiba. Un amargo récord con el que convive cada día y que le ha valido el sobrenombre de «Mandela Saharaui». 25 años retenido en diferentes cárceles secretas marroquíes, 14 de ellos en el corredor de la muerte. Una larga noche de la que nunca despertará por completo. El recuerdo de la tortura y el miedo no se difumina. A pesar de eso, Daddach continúa siendo un activista. Se enfrenta a la segregación laboral que sufren sus conciudadanos, los malos tratos policiales y defiende la autodeterminación del Sáhara Occidental, único país de África que todavía no ha sido descolonizado.
«Nunca he perdido la esperanza, vivo para mi pueblo», afirma con rotundidad Daddach, mientras relata su experiencia en el salón de su casa, cuarenta años después de haber sido detenido.
Vive en El Aaiún, capital de los territorios ocupados, y es presidente del Comité de Defensa del Derecho de Autodeterminación del Pueblo del Sáhara Occidental (CODAPSO). Allí todos le conocen y le escuchan. Y aunque en Occidente sea un gran desconocido, llegó a recibir en el año 2002 el Premio Rafto de derechos humanos en Noruega. Cuando habla, la gente mira como si le envolviera un aura. Una serenidad y una fuerza contagiosas. Hoy le acompañan amigos y un vaso de té, elementos inherentes a cualquier reunión que se precie en el Sáhara.
Las desapariciones y torturas de presos políticos saharauis han sido una constante durante los cuarenta años de ocupación marroquí. Más de 600 personas todavía continúan desaparecidas. El Ejército o la Policía se las llevaron y Marruecos no da explicaciones. Daddach fue una de ellas. En 1976, con tan solo 19 años fue detenido en Amgala, cuando era miembro del Frente Polisario, movimiento de liberación nacional saharaui que por aquella época luchaba con las armas contra la ocupación de Marruecos y Mauritania.
Tras dos años de prisión le dieron a elegir. Servir al Ejército marroquí o la muerte. Eligió la primera, pero con la intención de escapar y unirse de nuevo al Polisario. Se dio a la fuga pero en abril de 1980 fue de nuevo capturado y condenado por «alta traición» en un Tribunal Militar. La sentencia, pena de muerte.
Todavía recuerda el número de su celda en el corredor de la muerte, la 12. Allí estuvo preso durante 14 años. Esperando cada noche las siete balas que deletrean la pena de muerte en Marruecos. «Era una celda sin luz y me tuvieron seis meses incomunicado. Cada noche sabía que podía ser fusilado, que podía ser la última. Pensaba que me volvería loco», recuerda con la mirada perdida. Su cordura la atribuye a su compromiso de largo aliento, a la responsabilidad para con los suyos. Las ejecuciones eran nocturnas. «Durante el día, todo está tranquilo. Sabes que has sobrevivido un día más. Pero cuando se acerca la noche cualquier cosa puede pasar».
En 1994, tras más de una década sin saber si viviría un nuevo día, se le conmutó la pena de muerte por la de cadena perpetua, gracias a las gestiones de organizaciones en el exterior. Daddach abandonó entonces el corredor de la muerte. Fue una liberación, sobre todo a nivel sicológico. Ya no tendría que hacerse la pregunta que se había hecho cada mañana durante catorce años –«¿Hoy seré fusilado?»–. Aun así, el sufrimiento no había acabado, todavía le quedaban siete años de prisión, de tortura y de soledad. «Una de las peores cosas es sentirte solo, estar lejos de la familia y las personas que quieres», apunta.
Las denuncias por torturas a presos políticos son habituales en las cárceles marroquíes. Así lo recogen los testimonios de informes de la Asociación Saharaui de Víctimas de Violaciones Graves de Derechos Humanos (ASVDH) y de organizaciones internacionales como Amnistía Internacional o Human Right Watch.
El tiempo de detención sin cargos bajo custodia policial y de incomunicación en Marruecos es de doce días en casos de «terrorismo». Condición que se aplica a la mayoría de activistas saharauis. Golpes, asfixia con toallas impregnadas de lejía, posturas incomodas durante un tiempo prolongado, falsas ejecuciones, violaciones con botellas; son algunas de las prácticas que se repiten en varios de los informes. El día a día en las cárceles tampoco es fácil. Los presos que contraen enfermedades, frecuentes por la falta la higiene y las pésimas condiciones, reciben una nula atención médica.
«A algunos se les caían los dientes por desnutrición», explica Daddach. Además, son comunes prohibiciones como leer periódicos o libros, tener bolígrafos y cuadernos para escribir o incienso y vasos de cristal para hacer el té.
Mohamed Daddach fue finalmente liberado en diciembre de 2001 junto a otros presos políticos. La presión internacional motivó un indulto del rey de Marruecos, Mohamed VI. Son difíciles de imaginar las sensaciones de una persona que vuelve a ser libre, que puede correr, reír, que se reencuentra con su familia después de 25 años encerrado. «Salir de la cárcel fue como resucitar del mundo de los muertos», reflexiona Daddach. El «Mandela Saharaui» decidió no rendirse y, a día de hoy, continúa en primera línea.
La vida de Daddach es un recorrido por la historia del Sáhara Occidental. Nos traslada desde la resistencia armada contra la ocupación marroquí de los años ochenta hasta la actual defensa pacífica de los derechos humanos y políticos. Las formas de lucha han cambiado pero sus exigencias continúan intactas ante una ocupación que dura ya 40 años.

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