gara, donostia
EDITORIALA

1916-2016, efeméride de un proyecto republicano vigente

El Aberri Eguna coincide con las conmemoraciones del Alzamiento de Pascua en Irlanda, que este año celebra el centenario de la revuelta que propiciaría la creación de la República irlandesa y la liberación de gran parte de la isla de la dominación británica. Esta efeméride ha provocado un interesante debate nacional sobre el tema, no tanto respecto al pasado, donde siempre existe la tentación revisionista, como sobre el presente y el futuro, donde el debate es más fértil.

Además, el centenario ha coincidido con las elecciones generales, que han dejado un escenario endiablado para la gobernabilidad, pendiente de una posible pero complicada gran coalición entre los dos partidos tradicionales del establishment, Fianna Fáil y Fianna Gael, y con la hipótesis de unas nuevas elecciones de fondo. Pero también es un momento francamente interesante política y socialmente, con un mandato plural y claro contra las medidas de austeridad y con un Sinn Féin reforzado marcando la agenda.

Muerto definitivamente el Tigre Celta, sin que la supuesta recuperación en la macroeconomía haya paliado en modo alguno el sufrimiento cotidiano de las clases populares y de los sectores más castigados en esta crisis, con crecientes capas de pobreza empujadas a la marginalidad y con un Estado en vías de desmantelamiento y privatización, con el trauma de otra ola de migraciones presente, pero también con la memoria de la victoria del referéndum sobre la igualdad en el matrimonio reciente en el sur y el escenario del Brexit azuzando las nunca del todo tranquilas aguas políticas del norte… El centenario se ha convertido en el marco perfecto para un debate profundo sobre el futuro de Irlanda. Y los republicanos, tanto en su discurso táctico-electoral como en el diseño estratégico hacia una Irlanda unida y justa, ven una opción para avanzar en su proyecto a través de ese debate y las celebraciones de este año.

Potencial emancipador y liderazgo

Más allá de la imagen épica que se ha proyectado al mundo sobre los sucesos de 1916 y los años posteriores, principalmente a través de películas como “Michael Collins” o “El viento que agita la cebada”, la revuelta irlandesa contiene lecciones profundas que trascienden la nostalgia icónica revolucionaria.

Para empezar, porque se da en un contexto de revitalización social y cultural en el que se cuestiona el poder institucional de la religión, el estado colonial y la política convencional, repensando una nueva cultura cívica que se expresa en todos los ámbitos de la vida del país, desde el deporte y la literatura hasta la economía. El vanguardismo en esas esferas se contagia y genera una fuerte corriente en diferentes comunidades, por todo el país. La combinación de un fuerte idealismo –en su sentido más noble– con una efervescente participación política, genera las condiciones para la revuelta, pero sobre todo sienta las bases para un proyecto de país que, cien años más tarde, sigue teniendo plena vigencia y un gran potencial emancipador.

En una entrevista al medio digital “Irish Central”, Gerry Adams analizaba esta semana los principales valores del Alzamiento. Subrayaba, entre muchos otros, la propia proclamación hecha por los insurgentes, que en una simple página recoge un proyecto constitucional progresista e inclusivo para toda la ciudadanía irlandesa. La referencia a hombres y mujeres en pie de igualdad de su primer párrafo, por ejemplo, resulta avanzada para su época. En este sentido, destaca la participación de las mujeres en el levantamiento de Pascua.

Haciendo balance de este periodo, Adams recuerda que junto con este impulso revolucionario también hubo una contrarrevolución, que comenzó precisamente con la condena a muerte de los líderes del Alzamiento. Un movimiento y un país pueden recuperarse de un trauma como este, pueden incluso reforzarse en la medida en que esa injusticia actúa como catalizador de las ansias de libertad del pueblo, pero el talento perdido, esa extraña combinación de capacidades, idealismo y liderazgo que se da en ciertos momentos y en un grupo de personas, no se puede recrear. A veces ese legado deviene en mediocridad. El juicio histórico que la mayoría de irlandeses hace de Éamon de Valera es prueba de ello.

No obstante, en su sentido popular, ese legado permanece entre los y las irlandesas, y estos días coge forma en una dinámica que, cien años después, sigue ofreciendo lecciones a los pueblos que buscan la libertad.